jueves, 24 de septiembre de 2009

la casa, el viaje

No es fácil enfermarse estando de viaje. Ni cómodo. Ni bienvenido.

Uno extraña, primero, las instalaciones, el confort, la fortaleza de la casa propia. Extraña el baño, la comida, los mimos, el tener a mano todo lo que se precisa. Pero además resulta desesperanzante, uno se frustra, teme no poder seguir, fantasea con que tal vez no sea ése el momento de viajar. Pierde algo que llamaría la fe andante, esa confianza que tiene cualquier viajero en que todo va a salir bien.

A casi tres semanas de salir de Buenos Aires, yo me enfermé. No grave, pero sí con un fuerte dolor de garganta, y fiebre bastante alta. Tuve la suerte, sin embargo, de estar en Orán. Y, más exactamente, tuve la suerte de encontrarme con una familia y una casa muy especial.

Fue el viernes por la mañana que comencé a sentirme mal. Y al amanecer del sábado, me encuentro con un mensaje de Paola, amiga de Constanza, la directora de Cultura, preguntándome si necesitaba algo. Le respondo que me vendría bien, aunque sin compromiso, una ducha caliente y miel para el te. Me dijo que no había problema. Y cuando llegué, al mediodía, me encontré además con un almuerzo delicioso y una cama para instalarme, así no me quedaba en la carpa.

Acepté.

Agua caliente, cama cómoda, son buenísimos para mejorar el estado de salud. Pero ahí no se quedó la cosa. Atención personalizada, preguntando todo el tiempo qué precisaba. Comida de lujo y al pedido de mis gustos, estos días, verduriles. Y, como si fuera poco, todos los conocimientos de Delia sobre la salud al servicio de mi fiebre y mi garganta. Preparados para beber, para hacer gárgaras, aloe para las heridas y, como si fuera poco, masajes. Delia sabe.

Ya todo esto era demasiado. Pero había más. Decía antes que, al enfermarse viajando, se pierde eso que llamaba la fe andante, la confianza. Y es lo más duro.

No lo fue acá. Es mucho más fácil sostener la fe cuando cada mirada, cada gesto, cada palabra, es pura hospitalidad. Cada comida, cada conversación, cada pregunta. Casas como éstas no se olvidan nunca. Gestos como éstos no se olvidan nunca.

Esa memoria da fuerza. Para seguir andando.

1 comentario:

  1. Tu sinceridad, tu buena predisposición, tu aceptación ...hicieron todo mucho más fácil.Solo se puede ayudar cuando la otra persona permite que la ayuden. Para nuestra familia fue un placer compartir estos días, intentando de una manera muy sencilla hacerte sentir más cerca de tu casa.¡Gracias por tus palabras! Abrazos...

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