sábado, 30 de enero de 2010

marañones

Camino por la ciudad. Sábado por la mañana.

Es un paseo sin rumbo, meciéndome entre calles, pasajes, esquinas. Un deleite en los detalles, las pequeñas cosas.

Una casa en cuya galería de entrada se ha forado una pequeña jungla. Algunas rosas se escaparon y se marchitan, de a poco, en la vereda.

Una ventana donde se asoma una mujer. Como si estuviera enfrente de la tabaquería de Álvaro de Campos.

Un tendal hecho en plena vereda, en zig zag. Aprovechando el sol que dentro de la casa no debe entrar.

Una mujer cortando y limpiando el pescado, sobre los adoquines de una calle poco transitada. Vestida con harapos, pelo ensortijado, mirada un poco perdida, cuando paso.

Una mujer vieja, negra y linda que me dice "Bom día" cuando nos cruzamos. Le respondo lo mismo. Sonrío.

Los azulejos de colores, que quedaron de otras épocas de bonanza. Ahora, respiran en las paredes que la humedad fue desarmando, y los árboles y enredaderas fueron abriendo.

Una pared derruida y despintada, con una leyenda vieja que pide "não coloque lixo", en letras mayúsculas inmensas.

Un hippie ya canoso que, tras acomodar su paño en una sombra, en la vereda, se peina mirándose en un espejo portátil.

Prefiero caminar por un sector de la ciudad vieja, cerca del piente. Unas callejuelas que están como atrapadas entre el centro y el mar. No son rectas, ni ordenadas. Es fácil perderse. Y están repletas de colores.

Creo sentir el olor del mar. Tal vez no son más que mis ganas.

Cuando llego a una plaza, me siento. Y, si tengo suerte, llega la brisa, fresca y musical. Bailan las ramas y las hojas del árbol bajo el cual, sentado, escribo.

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Lluvia

llueve sobre la arena,
las palmeras, el techo de hojas.

el cielo está blanco
y se estira en las dunas.

se mece, con el repiqueteo
de las gotas, el canto
repetido de un estribillo
en la voz de una mujer.


Aroma

con la lluvia parpadeando
el aroma del sahumerio
se hizo alfombra.

vuelan los colores.


Arena

vista desde cierto ángulo,
desde cierto lugar, la arena
en las dunas,
dibuja el camino
del vientre a los muslos
de una mujer acostada

lunes, 25 de enero de 2010

el mar

jugar con las olas. dejar que me levanten en el aire y me dejen caer de nuevo en el agua.

caminar mojando los pies, cantando una cantiga de caymmi. o mar, quando quebra na praia, é bonito. é bonito.

entrar al agua por la noche, encontrar el abismo en espejo, hondo, inentendible. y respirar, contento. "homme livre, toujours tu cherirás la mer"

el gusto de la sal, en los labios, en la lengua. oler con toda la piel.

mirar todas las formas de la espuma, desarmada y vuelta armar, cuando revienta el agua.

escuchar, escuchar, escuchar. aprender el silencio.

al fondo, los barcos, los ojos del mar. el horizonte.

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por la noche fui hasta la playa.

me bañé en el mar
y al salir me senté
en la arena.

en una línea de espuma filosa
las olas
al acercarse al límite
entre tierra y agua
corrían, despareciendo, hacia el sur.

pasó una gaviota
blanquísima entre lo negro
volando veloz e inquieta
en esa dirección.

no la pude seguir
ni quise
ni supe, tampoco
a dónde estaba yendo.

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llegamos al mar. largo tiempo esperado. y no decepcionó.

nuevamente siento que el mar es mi casa. y no tengo tantas palabras estos días.

sí silencios. variados. distintos. y me encuentro lindo con ellos.

luego de varios días de escribir mucho, mucho, necesario callar. o dejar que las palabras salgan más torpes.

y también compartirlas, esas. el balbuceo.

acá estoy.

viernes, 22 de enero de 2010

Llegamos al mar

martes, 19 de enero de 2010

Sangundangas

11/01/10
Estuve pensando mucho estos días.

El barco es una experiencia muy fuerte.

Estás ahí. Sale y sabés que hasta que llega no podés ir a ningún otro lugar.
Y no son horas. Va... son muchas horas, 2 días y medio. Y ahorita se viene uno más largo para el que ya tenemos el pasaje.

Parece una boludez eso pero posta que genera algo muy especial. Y más cuando hay tantas cosas tan intensas en el barco.


El paisaje es muy increíble. Muy muy hermoso, en todo momento, realmente es un bálsamo, un cuadro del mejor pintor, una casa que invita a bajar a cada pasito que da el barco y que dan unas ganas de bajarse y de quedarse ahí y subirse hacer unos metros y volver a bajarse, tirarse al agua, y que cuando volvés a subir sea un velero en el que vas al ritmo que querés, sólo con el sonido de la naturaleza que pasa, solo con la naturaleza empujando y acompañando. Y me pasa eso porque por momentos el barco es muy hostil. Bueno, no sólo por eso supongo, pero realmente es muy hostil.
Hay música muy muy fuerte unas 15 horas al día y a veces un poco más.
A mi ya me lo habían dicho, no tan claramente quizás pero ya me lo habían contado así como yo ahora lo cuento. Y cuando te lo cuentan no te lo imaginás. Porque es imposible. Uno piensa que es una exageración, que no te va a molestar tanto.
Y cuando lo vivís no lo podés creer. Realmente no te entra en la cabeza, a mi al menos no me entra en la cabeza ni por casualidad, no hay forma de pensar que alguien decide poner todo el tiempo la misma música durante 15 horas!!!! y a un volumen que lastima. No puede ser, y uno se dice, no, en un rato la van a apagar, aunque sea un rato. Y no, y al otro día no cambia, es muy increíble.

Y estás ahí, buscando un lugar cómodo, buscándote en ese pequeñito pueblo que viaja, todo junto y empezás a ver personas que están muy muy mal y que tampoco podés creer.

Hay una cantidad de padres y madres a los que parece gustar pegarles a sus hijos e hijas que no se puede entender, que angustia mucho. Es muy fuerte.

No se entiende por qué las personas tienen hijos. Es absurdo que sea algo tan automático. Tan poco puesto en duda si una pareja quiere tener un hijo o no. Por lo general, y estoy hablando de la mayoría, no se lo preguntan ni un poco. O es obvio o les cae por toda la represión insoportable que hay, la desinformación, el miedo, el vacío.
La cantidad de golpes y fastidios que vi en estos días de barco, no lo puedo creer.

También en el barco y al llegar estuve pensando en todo lo que quería escribir, y no me resulta tan fácil, se me llena la cabeza de cosas y no es tan fácil ordenarse un poco y empezar a sacarlas o aún sin ordenarse no es fácil arrancar cuando a uno lo espera algo en blanco, no se. Me estuvo angustiando un poco eso hasta que empecé esto, y algunas otras cosas también, que pondré acá también y que me hicieron muy bien.
Y estuve pensando en como va cambiando mi relación con la escritura, como cambió. Pero como también vuelvo por momentos a un estado anterior, en el que no puedo. No puedo. No puedo.
Por suerte ahora se destrabó un poco.


Rio madeira
Todo rio
En él lleva ese marrón que guarda historias.

Historias de cerca y lejos. Pero no muy lejos.

Ahora lleva en su seno y con su sieno a este par que al parecer se parece.
                        que hace un tiempo dice: no, casi hermanos.

        en realidad para ser más preciso: não, quasi irmãos.

Viaja este par. viaja hace mucho. viaja junto. contento. un poco incómodo por momentos pero disfrutando mucho.
                                          aprendiendo

Y es imposible de expresar, me parece. Cuánto.
Hay cantidades imposibles de contar. de transimitir.

                               Y sigue mientras, el madiera, llevándonos. en este barco que se llama dois irmãos y que viajando por la amazonia nos llevará hasta manaos. Hasta el Amazonas.



Hubo una canción que conocía pero al escuchar una nueva versión me transportó, inmediatamente la escuché como cinco veces y no me cansa. Me encanta. Que la disfruten.



19/01/10
Ahora ya estamos en Belém. Después de un viaje más largo que el anterior, también muy intenso. Muy lindo.

Estoy muy contento de haber viajado tanto en barco. Me gusta mucho mucho y aparte a mi abuelo también le encantaba. Era la forma de viajar que más le gustaba. Y me gusta encontrarme ahí.


Una ventana muestra,
muestra sólo una parte,
parte que es parte
pero sola adquiere
se engrandece y engrandece


Un barco aloja
y encierra.
Permite y limita.
Algunos fican doidos, no se mueven.
Otros no pueden quedarse quietos


Hay árboles locos.
    árvores
Árboles que quieren navegar
y navegan, enteritos.
Esa era la vida que querían.
Meditaron durante mucho tiempo.
                 Y se animaron

martes, 12 de enero de 2010

Fuimos al teatro


Estoy muy feliz, tenía muchas ganas de conocerlo y no hubo mejor forma que yendo a escuchar música, así que con un culo más grande que una casa fuimos al primer concierto del año que fue el día que llegamos a Manaos y como si fuera poco con entrada franca o de graça o GRATAROLA. Así que los tipos llegaron una horita antes, a hacer la cola. Como si fuera poco nos pusimos a tocar para la gente que estaba haciendo la cola y nos aplaudieron como pocas veces. La cola empezó a moverse, llegamos a la entrada y nos dicen que no podíamos entrar como estábamos vestidos (bermuda) sólo se puede con pantalón largo. No lo podíamos creer.
La cuestión es que dejamos los instrumentos ahí y nos fuimos corriendo a cambiarnos. A todo esto hacía un calor tremendo o sea que chivamos como loco, son unas 10 cuadras hasta el hotel. Llegamos muy muy transpirados y no había más lugar aunque al tomuer de la puerta (que inexplicablemente no paraba de hablarnos en inglés aunque nosotros le hablábamos en portugués) le habíamos dicho que nos guardara un lugar y no éramos los únicos afuera. Derepente se abrireron tres lugares más y entramos nosotros. Así que vimos el concierto desde el principio hasta el final sentados en un palco y transpirando sin parar, con las obvias consecuencias para nuestros compañeros de palco.

La verdad que disfrutamos mucho mucho, ambos teníamos muchas ganas de ir. Fue muy lindo, escuchamos la Misa de Santa Cecilia del padre José Mauricio que es muy linda y salimos felices de conocer ese teatro increíble increíble que hicieron acá, que suena del carajo y es muy muy hermoso.

Una polémica del director, no podía faltar.
El tipo entró y se puso a hablar. Como había un bebé medio hablando/llorando el tipo dice: voy a pedir que no traigan a los bepi, yo tengo un hijo (pobre pibe) de 1 año y medio y no lo traigo. Para mi los niños de menos de 4 años no tienen que venir al teatro, nos molestan a nosotros y a ustedes.
Y el público?
Aplaudió.
Hermoso.

Otra cosita, el concierto lo vimos descalzos, en short (nos sacamo los lompa) y con la camisa desabrochada.

Bueno, he aquí un  mail en el que me cebé escribiendo y me parece que está bueno que esté acá também.

Se viene el estreno



Así es.

Es él.

Tiene parecidos, lo sabemos.

Para nosotros es El actor. O más bien El áctor.

Un fenómeno.

Muy particular.

Con un claro parecido a Gerard Depardieu.

Tenemos la hipótesis de que, al menos en esta partecita de su vida, que compartimos con él, estaba filmando una película. Casi la certeza tenemos.

Y una nota de color, verde, de color verde. El tipo tenía un pantalón. Por suerte. Era verde éste y se la pasaba desabrochado (salvo en la foto con los haitianos, como podrán apreciar. Lamentablemente) pero con un cinturón que lo mantenía ahí.

Otra cosita...
Al momento de irnos del barco lo vemos que estaba acostado en el piso, como los haitianos, pero ya era el único que quedaba. Hubo algo que no nos quedó claro. Básicamente la decisión de ubicarse en el piso cuando tenía hamaca y la había usado las noches anteriores. Bueno, no, el tipo decidió acostarse sobre unos cartones que encontró. Y ahí durmió.
Algo tan importante y admirable como esto último fue la presencia en la fotografía con los haitianos. Faltaba uno, el lo sabía, y no dudó en aparecer en el momento justo. Así y todo no le gustó mucho como salió a diferencia de los haitianos que estaban chochos.

Pero bueno, así son las estrellas.

Esperamos que pronto salga la película.

De La Paz a Riberalta (quinta entrega)




XIII

Mate en mano, yerba preparada, sacudido el polvo. Agua caliente en el termo, a la temperatura indicada. Plaza de Sapecho, prontos a subir nuevamente a la ruta. Pero falta la bombilla.

¿Qué pasó? Si la tenía, recién, en la mano.

Preocupación. No es la primera vez en el viaje que pierdo cosas. Y aunque me suele pasar también en Buenos Aires, y en otros lados, estos meses viene estando fatal.

Al mismo tiempo, tampoco podía haber quedado tan lejos. Hacía un ratito nomás que la tenía, y de ahí no nos habíamos movido más que dos cuadras. Pero adentro del coche, nada.

Decidí bajar de Bandito: tal vez al descender antes, para ir al local de chocolates, pudiera haberse caído. Caminé y, al llegar a la esquina donde está El Ceibo, vi un brillo escondido entre el pasto. Me acerqué. Efectivamente, era la bombilla. Casi, casi la perdemos. Pero no.

Hoy, al escribir desde Brasil, sigue con nosotros. A diferencia de unas cuantas cosas que ya no. Pero esa es otra historia. Y parte de ella vendrá en otro capítulo.

Volví hasta el auto bombilla en mano. Subí y, ni bien arrancamos, preparé el mate.

Ya con Puente Alto Beni había comenzado la etapa de los ríos marrones, que sigue hasta ahora, que terminará, recién, con la gran ola que se desata en el encuentro del Amazonas y el océano Atlántico. Hasta entonces, habíamos ido viendo como, desde los pequeños arroyos, saltos angostos, hilos de agua clara, en las alturas, el agua iba cambiando de color, poniéndose más oscura, al tiempo que crecían los verdes y su diversidad en el paisaje, al tiempo que la temperatura subía y subía. Alto Beni, aún en el departamento de La Paz, fue entonces la puerta de entrada a la tierra donde, zigzagueando, uniéndose y creciendo, rugiendo o pasando silenciosos e imponentes, los ríos de la Amazonia empezaron a hacerse compañeros de travesía.

Con ellos, llegarían otros pájaros, las mariposas, las hojas grandes de árboles y plantas. La tierra roja, arcillosa, las lluvias cotidianas, el barro. Las hormigas, mosquitos, abejas, arañas, apareciendo en cada pedacito de suelo, de aire, de pared. La selva que respira.

Y también en este tramo de la ruta, la entrada al departamento del Beni.

Al mismo tiempo, llegarían tramos más largos arriba de Bandito, sin parar. Y, de alguna manera, más monótonos. El paisaje invariable, ladrillo, verde, celeste, en franjas, con las vacas mansas pastando en las pampas. Y en esa supuesta monotonía, una riqueza invaluable.

Además, iban ya varios días de viaje, y en el cuerpo se hacía sentir la quietud. La escritura, en las paradas y, a veces, en el mismo coche, se convirtió, junto con la respiración atenta, dedicada, en un ejercicio de intimidad y de descubrimiento de lo que cambia en lo que permanece. Como rasgando un velo blanco, igualador, y dejando aparecer los matices, los ritmos, las inquietudes sutiles que están ya por el solo hecho de estar vivos.

XIV

Parte de esa escritura fue una anotación mínima, absurda tal vez, pero que se fue convirtiendo en necesaria, casi como un juego de niños. Una lista de los lugares por los que íbamos pasando: pueblos, parajes, estancias comunidades. Nombres que no dicen nada y, al mismo tiempo, invitan, con su sonoridad, con sus ecos, a ideas, lugares, historias.

En adelante, seguirán apareciendo. Acá fueron El Sillar, La Cascada, Quiquibey, La Vertiente, La Chonta, Dosa Hermanos, San Marcos.

Carteles en medio de la ruta, plantados como las vacas, como los árboles. Gente que llegó y se instaló, y puso una marquita que diferencie tanta tierra toda junta, para decir acá estoy, llegué, este es mi lugar, bienvenidos, o no bienvenidos, éste es mi pago.

Cada tanto, gente pasando, en moto o a pie, al costado de la ruta. Poca, muy poca. Y sin apuros. Otros tiempos, otros ritmos.

Y la poesía que va apareciendo en gotitas, con malabares para escribirla sin que los pozos la hagán rayón.

dos mariposas imensas
rojas, blancas, negras
se posan en el barro
al mediodía

(y otra versión)

dos mariposas
posadas en el barro.
conversaciones


de los árboles
de sus ramas
casas colgantes
¿cantarán sus dueños?


muchas mariposas en danza
como un otoño de visita
ineseperada y colorinche
en paisajes remotos.


En el camino, también, dos benteveos. Para mí son buen augurio. Señal de que, aún lejísimo, estoy en casa. No la tomé de nada que haya escuchado, simplemente del canto que me trae a mi tierra, a mi infancia. A gente querida. Pájaros pequenos, de negro, blanco y amarillo, con nombre que va cambiando mucho incluso en castellano, a partir del canto, son también un hogar para mis pasos.

Se cruza un coatí, rápido, pero visible. Se esconde por algún lado.

A los costados, además, cada tanto, casas de madera. Y en sus afueras, entre los árboles, tendales. La ropa, de todos los colores, formas, bailando. Como en un poema de Roberta. O como los que cuelgan también en las ciudades y en los barcos que viajamos.

Esa tarde hablamos de tratar de llegar al lugar en el que pasaríamos la noche cuando aún hubiera luz. Para disfrutar del sitio, para acomodar bien las carpas, para no correr. Así que a eso de las seis propusimos empezar a mirar un rincón que pudiese darnos la bienvenida. No tuvimos que esperar demasiado. Al ratito, a la izquierda, apareció un cartel que señalaba la presencia de una comunidad de productores de miel. Al fondo, una casa, que luego resultaría ser una escuela. Pero entre la casa y la ruta, un terreno grandón, chaqueado, despejado, que podía perfectamente servir para nuestro descanso.

Comunidad San Martín. Entramos con Bandito y, acercándonos a la casa, vimos que había un grupo de gente sentada conversando.

XV

Resultó ser un grupo representando a la comunidad, conversando sobre temas de interés de los vecinos, tomando algunas decisiones. Eran unos diez, de distintas edades. Nos recibieron muy bien, con sonrisa. Y nos dijeron que les parecía que no había problema, pero que, por las dudas, consultemos con el secretario, un tal Sergio Chúngaro. Nos indicaron dónde era la casa, y, con Sally y Lechu, salimos a caminar para buscarla.

Eran unos trescientos metros por la ruta, avanzando en la dirección en que veníamos. Ahí, al pasar una pequeña subida, estaba la casa de Sergio.

Llegamos, aplaudimos, y de la casa salió un chico de unos catorce o quince años. Le preguntamos por Sergio, y nos dijo que no estaba. Pero que él tal vez podía ayudarnos. Le contamos, entonces, lo que necesitábamos. Y por qué íbamos a preguntar ahí. Y nos respondió que no había problema.

Se llamaba Whitman. Pero no sabía que era nombre de poeta.

Volvimos, entonces, con la buena noticia y el atardecer. Y los mosquitos. La gente estaba todavía reunida, ya despidiéndose. Nos dijeron un par de cosas sobre el lugar, y armamos las carpas pegaditas a la escuela, que eso había resultado ser. La producción de miel es ahora algo de otra época. Pero la comunidad sigue funcionando, para decidir, en conjunto, qué cultivar, y tratar de venderlo entre todos.

Antes de que oscureciera, salimos a buscar leña. Por suerte, a cincuenta metros, cuanto mucho, un árbol seco, caído, nos abasteción de cuanto quisiéramos. Llevamos ramas, troncos para armar un par de pilas, suficientes para cocinar y tener luego para seguir el fogón. Todo listo para pasar la noche linda. Sin luz, sin luna, las estrellas.

Cuando estábamos empezando a preparar la comida, polenta con salsa de verduras y ensaladas variadas (qué lujo) vimos llegar una moto. Se paró junto a nosotros y, cuando me acerqué, se presentó como Sergio Chúngaro. Atrás estaba Whitman.

Al principio silencioso, Sergio me estudió un poco, mientras le explicaba quiénes éramos y qué hacíamos ahí. Pareció convencerse, e incluso confiar bastante, porque me empezó a contar, entonces, acerca de la comunidad, su formación y su actualidad.

Él fue el primero en llegar, desde Oruro, hasta estas tierras, que luego se fueron poblando también con gente del Altiplano. Hace treinta y cinco años que se cansó del frío y de la falta de trabajo, y se animó a mandarse. En esa época no había los transportes de ahora, y eso los transportes de ahora ni siquiera son garantía. Pero sobre todo no había ruta, más que una pequeña picada por la que llevaban a veces a los animales.

Sergio caminó cuatro días.

Cuando llegó, chaqueó un pedazo de tierra. Salían, por todos lados, víboras y sapos. Se puso a cultivar, y a vender. "Como Cristóbal Colón", compara.

Con el tiempo, tuvo animales, llegó otra gente, se fue armando una comunidad.

Me cuenta que el nombre de comunidad no es decorativo. Las decisiones se toman en conjunto, hay intercambios no mediados por la plata, cosas que se comparten. Es gente que llegó del altiplano, pienso, con la historia del ayllu.

El nombre de la comunidad fue elegido por el patrono de San Martín, importante en Oruro.

Whitman, a un costado, escucha silencioso. La visita de un grupo de extranjeros es la excusa para contar, para narrar la historia, para una transmisión. Sergio cuenta con ganas, Whitman y yo escuchamos atentos.

Aprovecho para contarle de los talleres, de la FICYP, y me dice que a ellos les encantaría poder recibirnos. Que tratan de aprovechar todo lo que pueden. Claro que será en otro momento, nosotros estamos siguiendo viaje. Pero quedan las ganas muy presentes, un viaje más rural, distinto, con otra gente.

Nos damos la mano, nos despedimos. Y vuelvo al fogón.

Al fondo, hacia la ruta, dos árboles que, con la oscuridad, parecen fantasmas. Comemos, en silencio y casi a oscuras. Luego toco un rato la guitarra. Cada sonido se multiplica en todo el aire.

Nos vamos a dormir. Esperamos, esta vez, levantarnos y salir temprano, en la mañana. Pero la noche no trae buenas noticias.

En algún momento de la madrugada, me despierto escuchando caer, sobre la carpa, una lluvia feroz. Y al levantarnos, no sólo está todo mojado, sino que el agua amenaza seguir cayendo. Y Bandito, parece, necesita además una mano para poder seguir.

lunes, 11 de enero de 2010

De un equipo muy particular

Días antes de subir al barco fuimos a averiguar por pasajes, precios y conocimos a un flaco que vendía pasajes y que estaba a un ritmo casi insoportable para los demás, muy acelerado todo el tiempo y que nos volvimos a encontrar ya con el pasaje comprado cuando subimos al barco.
Al día siguiente salimos un rato y lo vemos que viene a hablarnos (en esa todo el tiempo la gente te pregunta si querés comprar pasajes) yo le digo que ya tenemos pasaje pero me dice que no me viene a hablar de eso, que en un rato van llegar unos hatianos y que quiere que le haga de traductor, le pregunto si hablan inglés y me dice: sí sí, con seguridad!
Nosotros ya estábamos contentos. Nunca habíamos visto un hatiano, ya iba a ser una experiencia nueva, conocer a alguien de una nacionalidad poco común de conocer.

Poco tiempo después viene efectivamente el chabón este, con su característico acelere y no con uno ni con dos, con siete hatianos a sus espaldas. Muy grosa imagen. Y no hablaban nada de inglés, había dos que entendían bastante bien el español. "Bastante bien"
La cuestión es que lo único que me hizo decirle es que salía a las 18hs y que tenían que comprarse sus hamacas para dormir.
No sabemos si es que no entendieron o no les importó. Pero eso se verá después.
Esa noche, la segunda que pasamos en el barco fue increíble, fue la única en la que la música se terminó temprano y nos pusimos a tocar y cantar muy tranqui ahí en la cubierta. Se empezaron a acercar algunos de nuestros amigos y uno pidió tocar. Tocó cosas muy interesantes, estaba bueno, los otros se le cagaban un poco de risa y vinieron todos. Llegó el ya famoso evangélico polémico y se pusieron a intercambiar por medio nuestro, canciones de jesús y preguntas como: a ver, preguntales cómo dicen jesucristo. Y cómo dicen espíritu santo. Nosotros no lo podíamos creer la verdad. Después llegó el intento evangelizatorio relatado en otra entrada y llegó la hora de irse a dormir. Hubo varios que durmieron en hamaca y dos que durmieron en el sopi. Muy tranquilos.
Luego ocurrió el altercado también relatado por mi compañero con el borracho insoportable, que quiero aclarar que yo no dormía, también me despertó. Está bien que duermo profundo pero con semejante salame no es tan fácil y ahí nosotros teníamos la esperanza de que se levantara un haitiano y le pusiera un buen golpe que lo dejara callado al menos por esa noche, cosa que no ocurrió pero logramos seguir durmiendo después de un buen rato.

Nosotros estábamos chochos, SIETE!!! Entienden eso? SIETE.
Realmente, había equipo. Y se comportaban de una manera un poco rara. Se quedaron todo el tiempo por ahí, hasta el horario de salida, no los vimos comer practicamente ni comprar nada y eso que en el barco sólo dieron una de las comidas que debían dar por el atraso, al otro día el almuerzo no les importó.
Salió el barco finalmente y llegó la noche.
Las hamacas que habían usado el día anterior eran ajenas, cosa que nos enteramos ese día. Las habían puesto unos que fueron el primer día y las dejaron ahí, para ocupar el lugar.
O sea, los haitianos no tenían dónde dormir!
Porsupuesto luego de que estábamos todos en nuestras hamacas se empezaron a acomodar en el piso, de a poquito. Imagínense. Siete haitianos que supuestamente van a Guyana Francesa a trabajar en la construcción, viajando en un barco de Porto Velho a Manaos durmiendo en el piso.
Nosotros llegamos a la conclusión de que teníamos que tener una foto con ellos. Realmente, no cualquiera conoce un haitiano y menos SIETE.
Finalmente, luego de bastante viaje, de verlos bailando a la noche, leyendo la biblia, durmiendo en el piso.
La última noche, en un momento que no prometía, vimos a cinco juntos y dijimos: este es el momento!
Les dijimos de sacarnos una foto, aceptaron gustosos, incluso se acercó el sexto que se ve que se enteró y no se lo quería perder, el fotógrafo ocasional estaba entusiasmado, sabía que era uno de los momentos más importantes que iba a vivir en ese viaje en barco y quizás en su vida. Y quedó registrado, para la posteridad ese encuentro fundante en nuestras vidas.
Ahora, faltaba uno. Eran 7 y había sólo 6 en ese momento.
Ustedes se preguntarán quién es ese personaje extraño que está al lado mío en la foto agarrándome cariñosamente.

La asunción de la polemicidad.
(luego de dejar descansar este texto estuve pensando en algo que sentía al escribirlo y decidí que me dieron ganas de blanquearlo.
Es muy polémico poner que estamos contentos y orgullosos de haber conocido SIETE haitianos. Lo sé. Pero también nos pasa. É así la polemicidad vive dentro nuestro. Y por momentos parece que estuvieramos hablando de animales de la selva que no podemos creer haber conocido pero pasa che. Qué se le va a hacer.)

Viejo puerto de las candelas

Por contratiempos inesperados, esperas no deseadas, obligadas por las circunstancias, pasamos más días de los que calculábamos en una ciudad que, originalmente, estaba en los planes como un toco y me voy. Aún cuando no fueron los momentos más disfrutados del viaje, en muchos sentidos, los comienzos del 2010, en una ciudad sin atractivos aparentes, bastante hostil para trabajar, con pocos árboles para que la sombra atenúe el cansancio de las caminatas, tuvo más de una ventana interesante, de la que, creo, vamos a acordarnos más de lo que pensábamos mientras estuvimos ahí.

Bienvenidas las caídas de los planes, las frustraciones, que nos dejan cada vez más claro que no importa mucho que camino se siga.

Y van, entonces, un par de juntadas de palabras, sueltitas, para compartir.

La cuna

El hotel Oriente fue nuestro hogar durante las primeras dos noches en Porto Velho. Enfrente de la rodoviaria (terminal de ómnibus) era el más barato, con un precio ínfimo: dieciocho reales por la habitación para los dos, o sea, nueve reales cada uno. Ridículo. Si no se tienen en cuenta las comodidades sin igual del edificio.

Durante casi todas sus andanzas, el Quijote toma por castillos lujosos e imponentes a las humildes ventas que se cruza en los caminos, donde pasa las noches que no se queda campo afuera. Yo tengo otro recurso. Hace ya tiempo pensé que, en un viaje, si no voy a conseguir un lugar bueno para dormir, a un buen precio, o decidiendo hacer una inversión en descanso, prefiero ir no sólo al hotel más barato sino, en lo posible, al más singular, polémico, de baja calaña, que pueda al menos ser manantial de risas e historias.

El Oriente es el caso que, en adelante, pasará a ser, creo, emblemático.

Un pasillo largo y oscuro. Lleno de goteras, manchas de humedad, olor a viejo y podrido. Insectos en las paredes, en el piso. Baños que, sin ser los más sucios del viaje, no se limpian en un rato nomás y sin ponerle mucha onda.

La habitación, con el número uno, y pegadita a la recepción, diminuta. Las dos camas entraban apenas, con un pequeño espacio entre sí. Sobre los colchones, añosos, nada de sábanas. Una tela como de hamaca, también antigua y no poco raída. Suficiente.

El ventilador, sobre una mesa, andaba bien. Pero le faltaba la tapa, las aspas giraban al aire libre, nomás, tener cuidado. Las paredes, con azulejos blancos. Claramente de baño. Y sobre la pared que da al pasillo, una especie de ventana, que era más bien un agujero en la pared. Relativamente alta, si tomamos en cuenta que la habitación era bastante baja.

El hotel Oriente. Nuestro hogar, en Porto Velho, los primeros días.

Debo reconocer que no tardé en tomarle cariño al hotel. Empecé a quererlo. Pronto. Y no poco ayudó que la noche llegase con otro elemento para sumar incomodidades.

No nos habíamos dado cuenta (hubiera sido imposible hasta entonces) que el techo de la habitación cumplía su función sólo a medias. Bastante bien, digamos, si partimos de la nada, de un no techo, de estar en la calle. Pero no se si es parámetro. Del techo, por uno y otro lado, esperaban, abiertas, tranquilas, varias goteras.

Que empezaron a tomar protagonismo, por supuesto, cuando, a la noche, cuando estábamos por lavarnos los dientes, empezó a llover. No sólo a llover: tormenta amazónica.

Sonando en la chapa, afuera, se hacía sentir, con su música linda, fresca. Adentro, ingresando por todos lados, y bañando el suelo que, lamentablemente, no tenía un buen desagote.

Esa noche me reí mucho, pero mucho. Y más cuando vino el encargado nocturno del hotel, para prevenirnos, para avisarnos que tomásemos cuidado con nuestras cosas. El tema es que la comunicación no era tan sencilla: el muchacho, que era sordomudo, tuvo que recurrir a un gesto, abriendo los brazos y enfrentando las palmas de sus manos de arriba hacia abajo, unos veinte centímetros, para, luego de señalar el piso, indicarnos el nivel que el agua podía tomar en la habitación.

Esa noche compartimos la cama con la mochila y los instrumentos.

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Personajes

Me enteré, por verlas yo mismo o contadores mediante, de algunas historias locas de una ciudad que tiene sus encantos, sus misterios. Y me dieron ganas de versearlas. Tengo algún proyecto más ambicioso para ellas, en el que estoy trabajando. Pero por ahora van así.

La bailarina


cuenta que un día estaba triste
tan triste que decidió bailar.

con un vestido bordó
(brillante, lujoso)
cinta blanca, corona de flores
medias rojas y blancas
zapatitos
fue caminando despacio a la plaza
y en un rincón, desplegó la sonrisa
y empezó a sambar.

!oi, bailarina!, le dicen cuando pasa
por las rúas de los barrios bajos
!tira uma foto, bailarina
con nosotros!
!qué bonita, mira!

hace años, unos cuantos
que todos saben que la música
suena en la plaza
cuando anochece
y ella baila
para la gente
para el mundo

un requebro por la alegría de los angustiados
los de historias que inundaron las noches, los domingos
los cuartos, los cuores
y no dejan desafogar


El capitán

en una barraca
a la beira del río
vive el capitán.

nunca mandó a nadie
salvo, tal vez, a los troncos
que trae mansos la corriente
y que él trabaja hasta dejarlos mesa
silla, banco, ventanal
lindo como árbol pelado en noche de invierno.

y ni a ellos creo que mande, más bien
imagino secretos, mimos, pases de magia,
un cocinero y sus especias ocultas,
un niño y sus juguetes escondidos.

una vez se fue en piragua
por los caños y avenidas aguadas
de la amazonia
para pedirle a la gente, si fuera
tan amable, que no decore
los ríos con papelitos, con botellas
con envases descartables,
que, en serio, no hace falta, que son lindos
así como nacieron
y están hace rato ya.

se fue enamorado el capitán
él y su barba áspera y blanca
de una moza pintora
también valiente,
se fueron juntos
ellos y la luna.

pero fue hace tiempo eso.
hoy andan separados
y él está con saudade.

rengo además, desde que se lastimó
una pierna
que nunca curó bien.

vuelva, capitán, regrese
al refugio sobre el madeira
alto sobre palafitos
como soñaba una casa de chico, yo
cuando conocí valizas
en mi este amado.

siéntese, capitán, acá, conmigo
que nos quedemos mirando, nomás
andar al río, que es sabio, convide
generoso como usté sabe serlo
una rodajita de silencio
para que se acueste, acá al lado
el tiempo
y descanse, que necesita
y nosotros también.

La reina

la reina de la yuca, esta mañana
fue atropellada
y muere con ella una belleza
que no se entristece con los soles.

llevaba ainda su corona
añosa como los troncos
de las mangas
o el perfume de las jacas
por la noche, la espesura de su tierra
en su cabeza elegante.

a su andar pausado
reverenciaban, risueños
los pajaritos.

las mariposas la danzaban
tembladerales de colores
cuando le pasaban de costado.

se va la belleza
la sangre, la historia
asoléandose en el asfalto.

que el río de las candelas
con sus velas de lianas recias
rece a esta madre el silencio
de la noche al despertar.

El loco de la plaza

dando vueltas a la fuente
de una plaza a pleno centro
un hombre le habla a dios
o al cielo donde le dijeron que se encuentra
ese todopoderoso.

en el medio de la fuente, hay un busto
de un prócer calvo y serio.

el hombre de la plaza está enfurecido.

camina, gesticula, vocifera,
se frena y mueve los brazos
porque las palabras no le alcanzan.

¿llegará su voz a las estrellas
por lo menos?

a veces hay cosas
tan difíciles
que no se las podemos decir, así como así
a otra persona
a un perro, al diario íntimo.

quizá le pase eso, quizá
sienta, como todos, alguna vez
que lo que decimos no es, en el fondo, para el otro
que escucha, sino sólo
y simplemente para el que habla, para uno.
entonces es lo mismo amigo
maestro, dios o psicoanalista
pa´que esté atendiendo.

---

Frente al río

pasamos un par de días, necesarios, en Candeias do Jamari, un pueblo chico y de nombre lindo que está a veinte quilómetros de Porto Velho. ahí pudimos no sólo trabajar mejor, sino bañarnos largo en el agua, tocar, trabajar, mirar pajaritos. que no es poca cosa.

Aún lejos

frente al río, el fin de semana.

aún lejos de casa, reposar, mirar
un árbol espigado y ruludo,
una mariposa en la orilla de enfrente
los verdes que se balancean con el viento.

el agua
corriendo mansa hacia el mar

Preto e amarelo

se detuvo en la rama
y se mece
con el viento.

sobre el río, pronto
va a reinar la tormenta.

(el chechéi, pájaro que imita los sonidos de otras aves y hace nidos colgantes)

Sobre el cemento

las lagartijas andan solas.
parecen ermitañas
que se olvidaron incluso de por qué
dejaron la compañía, y cuándo.

una cruzó, adelante nuestro
verde y veloz
tanto que se veía como andando en el aire.

domingo, 10 de enero de 2010

Anticipo. Lo que viene lo que viene.


En el agua





Hoy llegamos a Manaos. El barco arribó por la madrugada, nos quedamos durmiendo hasta que hubo luz. Y salimos.

La ciudad es bella. Y hace rato que quería conocerla. Estoy contento, estamos contentos.

Pero lo que quiero escribir ahora es que amo viajar en barco. Surcar los ríos (elijo deliberadamente la frase hecha: como trabajar la tierra, hacer un surco en el agua, y sentir que en ese surco voy dejando semillas, adentro y afuera). No es la primera vez de viaje largo: fue por primera vez en Perú, por el Huallaga, el Marañón y el Amazonas. Luego Paraguay, en el río del mismo nombre, ida y vuelta y con grandes aventuras. En Bolivia fue el Mamoré, desde Puerto Villarroel hasta Trinidad.

Ahora, Brasil, viene por partida doble. Desde el Madeira hasta el Amazonas, nuevamente, de Porto Velho a Manaos, con el Dois Irmâos. Y pronto seguir el curso del Amazonas hasta Belêm do Pará.

El camino del mar.

Embarcado, florecen las palabras. Aún así, no es fácil contar. Para el rally, aposté al relato. Acá serán estampas, fragmentos, ventanas. Sin ningún orden más que el que fue saliendo.

Bienvenidos.

Adelante.

Como en casa.

---

De todos los colores

a todo volumen
al río y la noche los apagan
a palazos de un intento, pobre
de sertaneja enlatada.

hamacacontramacantramaca
y del techo un tendal de remeras,
shorts, carteras, toallones
corpiños, bolsas, cuerdas
debajo de los salvavidas.

hay de todos los colores.

la gente acá no ríe
ni canta. algunos
toman cerveza de lata
y ponen cara de macho de américa
pentacampeâo.
las mujeres no. algunas
como mucho, fuman.

el madeira, ancho, la selva
bien gracias, otro día, acá no llega
el cable, la national geographic.

con la poesía
hago un agujerito
para sacar la mano y agarrar
eso todito. y darlo vuelta,
tomá.
o para lijarlo a carcajadas
de los ojos,
aunque sea. o también
y por lo menos
para respirar.

---

Otro arrabal

siete haitianos, negros lindos
se subieron al barco
esta tarde. alguno
que otro habla castellano.
pero poco.

hasta ahora, no logramos descifrar que hacen acá
yendo, un miércoles de enero
de porto velho a manaos

¿son vendedores de alguma coisa?
¿viajeros locos?
¿están perdidos?
¿son superhéroes, o andan
atrás de alguna misión trascendental?

por lo pronto, nos sorprendieron.

es la primera vez que oigo hablar creole
y tiene bastante de la magia
arrrabalera que había imaginado.

no se cómo llegaron
ni dónde irán.

pero me alegra
mucho tenerlos, de compañeros
de travesía

---

(nos enteramos luego algunas cosas, no tantas. aparentemente, viajaban hacia guyana francesa, porque ahí piensan conseguir trabajo en la construcción. se gana en euros, por eso. según dijeron, vinieron por dominicana, panamá, venezuela, ecuador, luego brasil, y siguen camino. la primera noche, tocando nosotros la guitarra, se acercaron y uno de ellos cantó algunos temas en creole. luego, seguimos teniendo buena onda, saludándonos, cada tanto conversando.
el primer acercamiento había sido porque un agente de los que venden pasajes nos pidió que fuésemos traductores del inglés al portugués. claro que inglés no hablan, ellos.
la segunda noche que dormimos en el barco, que fue cuando llegaron, había hamacas vacías, de gente que las dejó ocupando su lugar y volvió a dormir a la ciudad. ahí durmieron ese día. los siguientes, muy tranquilos, en el piso.
la última noche nos sacamos una foto. se pusieron muy pero muy contentos. ya vendrá. es de las mejores fotos que tenemos del viaje. a ver, ¿quién de ustedes tiene una foto con seis haitianos y un italiano que está, como extra, reemplazando al séptimo?)

---

Mi barco

soy el marinero perdido y sonriente
que late con las olas, aún tierra adentro.
me alimento
de los sonidos que guardan
los recovecos del viento
y de los amores secretos
que los seres de este
y otros mundos guardan en sus ojos. cuando llueve
me escurro en las gotas y me adormezco
para que cuando pasen por mis brazos
mis ojos, mi cara
lleven a mi patria única algo de mi sudor y mi llanto.
se hacer crecer los frutos
de algunos árboles
que no conozco. por eso
nunca los hallo y dejo a otros los restos
de esa dulzura. algún día
tal vez
encuentre mi barco. amarrado
en las playas del este que se horizonta
hacia dentro, largo. entonces
tendré una casa
para que la noche duerma
conmigo, bajo las estrellas.

---

Afuera y adentro

afuera las estrellas
el río, noche negra
y una luz, cada tanto, de una casa / de otro barco
o un puesto de garimpeiros.
adentro las hamacas
que son demasiadas
decididamente,
el motor que ensordece,
la música, que también.

en un rincón del silencio
de la proa, dos chicos, casi adolescentes
conversan y se miran
a los ojos. un hombre solo
y parado lee la biblia, algunos
en la mesa, juegan a las cartas. otros
en cubierta bailán forró.
son pocos. con el ritmo
también baila uno de los haitianos.
tiene una remera azul, sonríe
y muestra los dientes.

somos pocos los que no dormimos.

una pareja con remeras de jesús
te amo miran las estrellas.
estarán contentos con la obra de dios, admirando.
otro cristiano que quiso, la otra noche
evangelizarnos, se chamuya a una chica
que pasa en su hamaca el día
leyendo la biblia y escribiendo un diario
personal.

por el río madeira navegan, también
troncos. ellos
le dieron el nombre.

del techo del barco
cuelgan toallas de todos los colores.

hay café, si alguien
quiere tomar.

en un rato apagan la música
y voy a poder irme a dormir. antes
igual, afuera
me voy a meter un rato en el viento
y ver si pasa alguna estrella fugaz.

---




---

La biblia y la birra

pareciera, en este barco
que el que no lee el libro
de jesús y sus andanzas
pasa el día entre lata y lata
de skol: a cerveja que desce redondo.

aunque algunos quedan a medio camino
o directamente fuera
del recorrido
entre espuma y palabra divina
pareciera que es esa tensión
la que nos lleva río abajoo
motor mediante, esa fuerza pendular
de estos dos sonidos
que tan rara
e inopinadamente se parecen.

---

Los colores

pasamos horas mirando
el paisaje, barco afuera.

el marrón manso
y turbulento. los verdes
múltiples y enracimados. las encrucijadas
aéreas de grises,
celestes, blancos.

las nubes: velas,
esponjas, alfombras, flechas.

por la noche / todo negro

---

Mi vecino de hamaca

mi vecino de hamaca
tiene rulos
y una remera de flamengo
que este año salió campeón.

cuando se la saca, por toda
la espalda y llegando
hasta el pecho y la panza
muestra un tatuaje enorme
de una serpiente.
muy feo.

desde la mañana
hasta la noche toma
pinga en un vasito metálico.

en navidad, me cuenta, perdió
de borracho, billetera, tarjeta
y documentos. por eso viaja
hacia la casa de su madre.

está triste, mi vecino.
de hamaca. aunque pone
cara de que no.

---

El viento

(para mi amigo el Mago)

una morena linda, en los diecialgo
se acercó esta tarde a la proa
y apoyada apenas en la baranda
se quedó mirando el río.

el viento, que sabe de delicadezas
le entalló el vestido
blanco y violeta
sobre el cuerpo despierto, ondulaciones.

da más ganas, ahora
de mirar al oeste
que al este.

---

Partitura

al crepúsculo
varias nubes
hacia el noroeste
se afinaron, como líneas.

es una partitura.

la melodía
va cambiando
segundo a segundo.
la escriben los pájaros.

jueves, 7 de enero de 2010

Los límites (anticipo del Dois Irmãos)

(se postergó la salida del barco, en donde estamos durmiendo hace dos días. aparentemente es hoy, en un rato. mientras, va un petit anticipo de lo que hay por allá)

No me pasa tan seguido de encontrar tan claros los límites de la antropología: pocas veces tuve tantas ganas de cagar a trompadas a alguien. En este caso, además, dado el contexto, podría agregar el tirarlo, luego, por la borda.

Estar ters meses en Bolivia, sobre todo en tierras del Altiplano, para pasar de pronto a Brasil, es una fuerte experiencia del cambio, del contraste. Si hay algo de lo que está lejos Bolivia es de considerarse o mais grande do mundo. Y eso es bastante sano para la tierra del Evo.

No es sólo que acá muchos de los hombres caminen, hablen y gesticulen como si fuera cada uno de ellos el que hizo el gol ganador en el último minuto de la copa do mundo; que, a la mayoría, ni le interese la música que traemos de otra orilla y, mientras estamos tocando, aún con gente oyendo atenta, uno pida que vuelvan a poner la música en el reproductor; que un policía, al llegar para hacer el trámite de inmigraciones, actúte con una prepotencia e impunidad tan grande como el supuesto nivel educativo y la construcción del Estado de un país que, supuestamente, está mucho más adelantado que el vecino sin mar.

Es aún más que eso, y una misma noche sirve para dos ejemplos. Muy distintos y, justamente por su alto contraste, más claros para pintar algo que, aún cuando sentí acá, en Rondônia, con más intensidad, asocio más al oriente boliviano y ciertas partes de Venezuela que a Brasil en su totalidad.

La Amazonia, acá, es otro mundo.


El primero de los ejemplos no es el que invitó, en realidad, tanto a la vionelcia. Aunque sí a ciertos límites de la comunicación. En los tres meses en Bolviia, por poner un referente cercano, conocimos gente de diversas religiones, algunos muy creyentes. Nos topamos también con personas con discursos muy cerrados, bloques compactos de ladrillo. Pero nunca habíamos escuchado un cassette tan corto ni inamovible. Nunca, hasta ahora, nos habían querido evangelizarç.

Fue en el barco, esperando la partida. Estábamos sentados, guitarra en mano, con un grupo de haitianos que conocimos acá. Y que también son, creemos, evangélicos (difícil el creole). Al rato, se acercaron dos pibes, uno de veintipico, largos, y otro de unos veinte, con suerte, y una adolescente aún más chica.

No se si el más joven vino de entrada con la idea de llevarnos al camino de Jesús. Pero luego de proponer que cantemos canciones cristianas, comenzó a tratar de convencernos que siguiéramos el camino de Dios, el único que existe. Lo hacía con tal seguridad y tal falta de registro de nuestra presencia, de nuestras palabras (algo que le hacía notar permanentemente el otro muchacho ahí presente) que me fue imposible no responderle con un cinismo que, la verdad, no me sale tan seguido. De todas maneras, ni siquiera terminaba dirigido a él: realmente no escuchaba. Y seguí hablando de su fe, pregonando que nos estábamos perdiendo el cielo.

Pobre us de la palabra. Pobre portugués, tan lindo en Pessoa, Caetano, Guimaraes. Y acá recortadito, achatado y repetido como logo de cocacola.

Lo otro vino más tarde. A eso de las tres y media de la mañana, con unas treinta o cuarenta personas durmiendo en el piso, tes o cuatro hombres se pusieron a hablar en voz alta, tranquilos despertándome, por supuesto, y no a mí solo, y haciendo caso omiso (reacción ninguna) a los pedidos de silencio. No faltaban otros lugares, en el barco, donde conversar sin molestar. Pero no tenían ninguna intención de moverse.

Los escuché incluso pedir a alguien, calculo que a la encargada del bar, que piusiera música. Música que durante el día suena a un volumen intolerable para cualquiera que disfrute un poco del sonido.

Las películas de Van Damme y Stallone sirven un poco para esto. En la hamaca, ya resignado a desvelarme, las tomaba como modelo de escena deseable en el barco Dois Irmãos. Con esa intensidad daba ganas de cagarlos a trompadas y tirarlos al río.

Pocas vecesi vi, como con esta gente, tal nivel de falta de códigos, de poca dignidad. Lo pensé incluso como degradación dl ser humano. Y ahí los límites de la antropología. Que el deseo de violencia física corporiza decididametne.
Con la escritura vuelvo a la pregunta, al repensar, a la búsqueda. Me acuerdo del capitalismo, de la industria cultural, del machismo, de lo mal que está la escuela, de cómo se colonizó la Amazonia, de que este estado lleva el nombre puesto a partir de un ser que tengo entendido fue bastante nefasto. Y vuelvo a pensar que tal vez haya otros caminos, largos, con la poesía, el silencio y el abrazo.

Que, si no, tras mucho andar lejos del pago, tengo, por suerte, mis lugares, que elijo, mis oasis, por cierto, donde estas cosas no pasan. Que, por lo menos, esta noche, y aún con estos muertos sin callarse mientras toman cachaça y café, tal vez pueda ahora seguir durmiendo.

(escrito anoche mismo, cuatro de la matina)

miércoles, 6 de enero de 2010

Outra partida

Nos embarcamos.

En Porto Velho, vamos rumbo a Manaos. Río Madeira. Hoy

Entre aves amazónicas, árboles volando, tormentas seguramente

pasaremos los días que vienen.

Amazonia adentro, rumbo al gran río

Boa viagem

martes, 5 de enero de 2010

Equipaje

A veces mucho, a veces poquitito. De distintas índoles.

A veces aunque no cambie el contenido de la valija o mochila, sí cambia el peso, cambia el equipaje del viaje.
Ha pasado ya muchas veces en estos cuatro meses, y seguirá pasando.

Y es increíble como a veces hay gente a la que le pasan cosas tan parecidas o dice las cosas que le pasan de una forma que a uno le parece que lo dijo uno pero en una vida en la que tenía muchas más palabras que en ésta o que sabía elegirlas mejor.

La cuestión es que la canción que sigue me está acompañando mucho en este último tiempo, me gusta desde hace mucho, la he escuchado montones de veces, la escucharé muchas más. El otro día hasta la pasé, la letra, a una hoja.

Y ahora la comparto con ustedes.
Que la disfruten.

Voy hurgando pa' ver que llevo
sin olvidar destino y pasaje,
origen y documentos.
Me voy a un horizonte
tan difuso
y tan incierto
que mejor me llevo en norte
en una brújula que me invento
la palabra con el acento,
calma en el paso y ansia de abrazo
y la arenga del ser querido
que me despide y que me acompaña:
"metéle chango,
metéle fuerza y maña"...
Mañanitas de sol de Enero,
luna y lucero
canto y mirada,
llanto con su silencio.
El mate y la palmada amiga y franca,
la guitarra y el asado
llevo un lastre de cariño por todos lados
y el dolor del error pasado,
el daño que hei hecho viaja en el
pecho
Pa' tratar de matar los miedos
me llevo encima un poco 'e prudencia
y para sobre llevar la ausencia
la paciencia y nada más.
Cotidianos que pierdo el paso,
y desgarrándome en pedazos
me voy entero.
Y ya te estaré encontrando,
no se dónde y no sé cuándo
y mientras tanto largo esta copla
para que agite un poco el vacío
y que te abrace en el nombre mío
si no estoy más.



Y va también un video.


De una versión que me encanta.


Muchas gracias don Juan Quintero, por estas palabras y esta música.

De La Paz a Riberalta (cuarta entrega)


XX

Salimos de Coroico, finalmente, alrededor de las diez y media de la mañana. Mal comienzo para nuestras pretensiones de rally, para nuestras expectativas de madrugadas en las que un grupo bien acoplado y veloz trabaja en conjunto para estar en la ruta aún con el fresco, andando. Lo cierto es que hoy, ya acabado el recorrido, podemos decir que el único día en que salimos de madrugada fue el primero, y no por nuestro deseo, sino más bien al contrario.

Qué se le va a hacer.

Bajamos unos diez minutos, por el mismo camino donde habíamos subido, y encontramos la ruta que se abría hacia Yolosita, primero, y luego a Caranavi. Supuestamente ya habíamos pasado la ruta de la muerte, yendo hacia Coroico. Pero sin dudas lo que venía ahora era, aún sin ser tremendo, mucho peor. Más pozos, más cortes abruptos del camino. El mismo paisaje imponente de los yungas, en la ladera oriental de los andes.

Viajamos el resto de la mañana y, cerca del mediodía, paramos a almorzar junto a un río. Desde la ruta, el lugar parecía perfecto. Una sombra bastante amplia, cómoda, con piedras para sentarse, a metros del agua corriendo. Bajamos de Bandito con pan palta, tomate, cebolla y unos huevos duros que habíamos cocinado la noche anterior, y nos dispusimos a preparar los sánguches. Rico, fresco, el pic-nic.

Pero mejor sin los bichos. Pocos segundos después de instalarnos, empezamos a sentir atacados nuestros pies, tobillos, canillas. Y al bajar la mirada, nos encontramos con unos insectos diminutos, del estilo de los borrachudos (así los llaman en Brasil, no les conozco nombre en castellano) que pican dejando, en el centro de la roncha, un puntito rojo de sangre. Vienen en masa, sin hacer ruido, y no son tampoco tan fáciles de matar. Ni hablar que el repelente no los afecta, así que el almuerzo fue, aún en la sombra, bastante deportivo. Cortamos rapidito las cosas, las ensanguchábamos con celeridad, y a morder y masticar caminando.

La excepción fue Sally, que, entre otras cosas, parece ser inmune a los bichos, o no importarle las picaduras. Sentadita se quedó todo el rato, mientras Mike, Lechu y yo andábamos de un lado para otro, tratando de no quedarnos quietos para no recibir los embistes de los invitados de honor del almuerzo.

Otra nota que dio Sally ese mediodía, que, vale aclarar, ya estábamos un poco molestos con ella, es que, al sentarse, se preparó su tomate, su paltita, su pan, y, antes que todos, empezó a comer. Buena onda.

Así como nos movimos para comer, no teníamos demasiados motivos para quedarnos haciendo sobremesa en ese sitio. Así que nos mojamos las cabezas, cargamos las botellas con agua fresca y volvimos a subir a Bandito para seguir camino. Y al rato llegamos a Caranavi.

Caranavi es una de las localidades más grandes de los yungas bolivianos. La ruta lo atraviesa, asfaltada, y se pueden encontrar negocios de todo tipo. O bastante, al menos, para la zona en la que está. A los costados, se veían las calles subir la cuesta de la montaña, plena de árboles, pero los tiempos no nos daban para aceptar la invitación.

La parada, entonces, consistió en un reaprovisionamiento de pan y frutas (lo que buscábamos en cada pueblo al llegar) y la compra y consumo de refrescos de maracujá, ananá, coco y otras cosas, que vendían en los puestos en la calle. Plena siesta, salimos descalzos del coche y, haciendo zig-zags, buscábamos los lugares de sombra para no quemarnos con el asfalto hirviendo. Ese ir descalzos fue convirtiéndose casi en una marca de los habitantes de Bandito. Donde bajásemos, lo hacíamos sin zapatillas, sandalias ni nada. A pata pila, como le dicen por allá.

Antes de que se hiciera más tarde, decidimos seguir ruta. El objetivo, llegar a Sapecho. Faltaban unos cuantos quilómetros, pero, sin tener demasiado claro cuánto tiempo nos podía llevar recorrerlos, nos propusimos de todas maneras tratar de llegar.

XI
De Zapecho ya habíamos oído hablar, nosotros, en Cochabamba. Fue en un local en la avenida Heroínas, que descubrimos a poco de llegar, donde vendían chocolate de una fábrica local, El Ceibo. Nuestra historia con el Ceibo fue variando a lo largo de nuestra estadía en Cocha.

El primer día hablamos con Daisy, la empleada, que nos contó que había abierto el local hacía poco, haciendo una apuesta por abrir el mercado en Cochabamba. Su familia, nos contó, trabaja en El Ceibo, en el pueblo en el que ella se crío, Sapecho. Y ahora ella está intentando hacerse camino en la ciudad, aunque aún, para el momento en que la conocimos, las ventas no terminaban de arrancar.

Así, varios caminos se cruzaron. La necesidad de Daisy de hacer publicidad, nuestras ganas de comer chocolate (es de li cio so) y los instrumentos nos llevaron a proponerle hacer música en la calle, repartiendo volantes e invitando a la gente al negocio, y, más aún, incluso a hacer un jingle especialmente para El Ceibo.

Lo más raro de todo es que a Daisy le encantó la idea. Aunque nos dijo que, si nos quedábamos más tiempo en Cochabamba, podíamos esperar unos días para inaugurar en una feria de productos hechos sin químicos.

Se imaginarán nuestra emoción. Y lo divertido del desafío. El éxtasis creció aún más cuando seguimos hablando con Daisy, ahora acerca de su pueblo, y se nos ocurrió que podíamos, tal vez, parar en la casa de alguno de sus parientes y hacer talleres en el pueblo. También le gustó la idea.

Vale aclarar, de todas formas, que la comunicación no era de lo más fluida.

Así empezó nuestra relación con Sapecho. Un pueblo que se convirtió, para nosotros, en la única parada casi segura en el camino que, aún sin saber si íbamos a hacer con Bandito, pensábamos hacer en la ruta desde Coroico a Guayará-Mirim, frontera con Brasil. Para entonces, pensábamos llegar con otros tiempos, y con una relación establecida con la familia de Daisy.

Era mediados de noviembre.

Las cosas no fueron, sin embargo, como pensábamos. Las dificultades de comunicación con Daisy, más nuestro propio cuelgue, hicieron que nunca hiciéramos la publicidad. Aún así, siempre mantuvimos la mejor onda con ella. Y cuando llegó el momento de la partida, nos acercamos a charlar acerca de la posible estadía en Zapecho. Pero el panorama tampoco fue el mejor. En donde viven sus padres no hay teléfono, ni tienen celular. Y no hay manera de comunicarse.

Además, nos habló de manera tal de la malaria y los bichos en verano, que no parecía tampoco la mejor opción para quedarse. De cualquier manera, no la descartamos, y pensamos que, si llegábamos con tiempo, podíamos buscarle la vuelta.

Como el lector ya está enterado, esto no fue así. Alrededor de las cinco de la tarde aún faltaban unos cuantos quilómetros para llegar al pueblo, y al día siguiente, por más ganas que tuviéramos de taller, teníamos que seguir para alcanzar la frontera en tiempo y forma. Aún así, era el nombre que teníamos a mano, y no nos parecía una mala opción.

Avanzamos, Mike manejando siempre (hasta varios días de comenzada la ruta no manejó otro). Comenzó el atardecer, y Mike seguía manejando. La ruta se hizo plana, ya no montañosa, y comenzamos a ir más rápido. Se hizo de noche sin que paremos. Y la noche avanzó. Lechu y yo íbamos atrás, tratando de decirle a Mike que estaba bien el tratar de llegar pronto, pero que tampoco hacía tanta falta. Pero la comunicación estaba difícil

Se escuchaba a Bandito golpear su parte inferior contra el suelo, en los pozos, y Mike, aferrado al volante, seguía meta y meta avanzar.

Como a las nueve de la noche, por lo menos, llegamos a un lugar donde había algunas luces, y propusimos parar. Frenamos ahí, y preguntamos dónde estábamos. Puente Alto Beni. Sapecho, nos dijeron, estaba a unos veinte quilómetros.

Lo que implicaba, por lo menos, una media hora de viaje.

Convencimos, finalmente, a Mike, de que no hacía falta seguir ese mismo día. Y decidimos hacer noche ahí. Donde pudiéramos.

XII
Preguntamos, en un negocio aún abierto, si se les ocurría dónde poner las carpas. Nos señalaron un lugar, detrás de la tienda. Un descampado, propiedad, al parecer, de ellos mismos, entre algunas casas.

Puente Alto Beni no es siquiera un pueblo. Es más bien un caserío, con una estación de servicio y un par de negocios, que están junto a un puente relativamente importante en la zona. Llevamos a Bandito detrás del negocio, y comenzamos a ver un lugar en el cual pudiéramos instalarnos.

Bajamos con las linternas a explorar. El sitio que nos habían dicho era puro pastizal, no estaba tan fácil. Pero atrás, entre unos árboles, había algún pedacito de terreno llano, donde un par de carpas podían entrar no tan incómodas.

Esquivamos los chanchos, atados y gritando, caminamos con cuidado de no cruzarnos ninguna víbora, y nos dividimos las tareas: dos a preparar las carpas, dos a cocinar. No recuerdo el menú para esa noche, pero calculo un arroz con curry de mango, que fue una receta bastante habitual.

Aunque nosotros no estábamos excesivamente limpios, y aunque el lugar, nos dimos cuenta al ratito de llegar, tenía cierto olor no muy agradable, producto de estar junto a un baño (en muchas casas fuera de la ciudad, aclaro por las dudas, el baño está afuera) pudimos cenar bastante contentos de estar ahí, y al rato nos fuimos a dormir.

Amaneció, nos despertamos temprano. Y salimos tarde.

Esta vez, las variables fueron otras. Al desayuno siempre de cocción lenta del que no había modo de mover a Sally (pero que, hay que reconocerlo, nos hacía aguantar un buen trecho de la mañana) y el tiempo largo en rearmar el equipaje en Bandito, situaciones cotidianas, le sumamos otra novedosa. La noche anterior habíamos dejado las pilas de la cámara, que estaban totalmente descargadas, recargándose en el negocio que estaba abierto, confiando en que abriera temprano. Pero cuando fuimos a retirarlo, nos encontramos con que los dueños se habían ido a su chacra a carnear chanchos.

Empezamos a buscar opciones: el padre de la dueña vivía enfrente, y una vecina lo fue a buscar. Pero no tenía la llave. Preguntamos si otro vecino no podía tenerla, pero no encontramos ninguno. Averiguamos cómo ir hasta la chacra, y, cuando estábamos por subir a Bandito, apareció, en bici, uno de los chicos de la familia, llave en mano. Nos dio el cargador, con las pilas, y, tras negociar cuánto le pagaríamos (pidió un dinero totalmente excesivo) pudimos irnos en paz. No eran las diez y media, pero tampoco menos de las nueve.

Y el día tendría otra parada inevitable. A veinte kilómetros, nadie quería dejar de pasar por Sapecho. Nosotros, por conocer el pueblo del que tanto habíamos hablado. Todos, para conocer el local de El Ceibo y comprar chocolate.

En el camino, y para la ruta, empecé a preparar un mate. Pero cuando iba a empezar a cebar, llegamos al pueblo. Y propuse postergarlo hasta arrancar de nuevo el camino. De acuerdo estuvieron. Preguntamos por el local del ceibo, y indicaron dónde era.

Chocolate con quinoa, con maní, con pasas de uva, con arroz. Varias variedades, para aprovisionarnos. Y, aún con el amargo trago de que chocolate amargo no había, nos fuimos contentos. Subimos a Bandito con varias tabletas, barritas y otros yeites. Y, para arrancar el segundo día de rally, cuando habíamos hecho dos cuadras, me dispuse a retomar el mate.

Con un inconveniente. Por ningún lado encontraba la bombilla.

(continuará, tal vez en unos días, tal vez antes...)

sábado, 2 de enero de 2010

De La Paz a Riberalta (tercera entrega)



(más imágenes acá)


"Debe importarme el agua y el color. Nada más.
Y la noche, cuando el agua desembarca todas las apariciones"

(Francisco Madariaga)

"Creo en las raíces innumerables de mi canto"

(Gioconda Belli)

VII

Vamos siguiendo la ruta de las aguas. Acompañado la crecida, los movimientos, las corrientes.

Vamos camino hacia el mar. Aunque esté lejos, se oye, tan distante como adentro, su latido.

Una línea con variaciones, pero constante, que no se corta nunca. Desde los manantiales escondidos, pasando por saltos, arroyos, cascadas, ríos, seguimos el camino del agua, que va hilando el continente desde las alturas altiplánicas hasta la arena de la playa, atravesando y dejando atrás la amazonia.

En este itinerario, Coroico, última parada en la altura. Última despedida del mundo de los cerros.

Casi en la cima de la pendiente en la que descansa el pueblo, en un lugar llamado El Calvario, donde una iglesia pequeña y simpática es la única construción, armamos nuestras carpas. Un terreno plano, más que adecuado. Árboles que dejan caer ramas y hojas para encender fuego. Y la vista, inmensa, con las luces de los pueblos y caseríos de la zona dejándose entrever entre la neblina. Anochecer. Llegamos.

Pero entre esa llegada y el arribo a Coroico no faltó trajín.

Pasada la tranca de ingreso al pueblo, preguntamos por la plaza principal, y hacia allí dirigimos a Bandito. Estacionando en la calle, Lechu y yo salimos por un lado, a averiguar por un lugar donde poner las carpas y el coche, Sally por otro. Mike se quedó cuidando. Debían ser las cuatro o cinco de la tarde.

Luego de averiguar, infructosamente, en el municipio, empezamos a caminar hacia abajo, por una escalera. En el camino, nos cruzamos con un hombre, y aprovechamos para preguntarle, también, si sabía de algún lugar en el que fuera posible acampar. Responde que sí: a veces, en la cancha de fútbol, si se habla con el cuidador, él habilita un espacio.

Seguimos bajando, en busca de la cancha, un par de cuadras más, hasta que llegamos. Pronto encontramos al cuidador, que estaba en una casilla al lado, y convenimos, con él, en pagar dos bolivianos por cada carpa, por cada noche. Es un muy buen precio, además de que nos permite, propina mediante, usar los baños. Y el lugar está bastante bien.

Sin embargo, al llegar nuevamente a Bandito, contentos con la novedad, Sally anuncia que también ella había encontrado un lugar. Y que, al parecer, era gratis. De nombre El Calvario, estaba hacia arriba, siguiendo una calle que se abría desde la plaza.

Hacia allí fuimos, pensando que era cerca.

Por supuesto que no. Con Bandito avanzando dificultosamente hacia las alturas, mirábamos ansiosos hacia adelante, esperando encontrarnos con un hotel que estaba, según lo anunciado, poco antes del lugar. Pero no aparecía. Peor fue cuando el camino se puso más empinado y Bandito, aún con toda su voluntad de trepar, se detuvo. Cuesta arriba estábamos. Y faltando aún recorrer un trecho, con la gravedad en contra, hubo que empujar.

Por suerte, el motor no tardó en arrancar, y el resto de la subida fue, aunque lento, sin problemas. Claro que nosotros lo hicimos caminando. Pero tampoco venía mal luego de todo el día en el coche. Y al llegar, nos vimos recompensados con un lugar bastante ideal para acampar, y una vista fenomenal, mirador hacia los aires, los verdes y las aguas de los yungas.

Digno paraje para nuestro último destino en las alturas.

VIII

La noche fue estrellada, de a ratos, nublada, en otros momentos. Hicimos un fuego cerca de las carpas y la camioneta, preparamos la cena y nos quedamos un rato tocando, jugando com trombón y guitarra, cerca de las brasas.

Dormi bien, esa noche, y a la mañana me levante temprano, antes que el resto. Lloviznaba, apenas. Decidi esperarlos para el desayuno, y busque cobijo en la iglesia, sentado afuera, bajo un pequeño techo, sentándome a leer el Quijote. Amo esos momentos para la lectura: de mañana bien temprano, el mundo quieto, casi en silencio. Más aún con grises en el cielo.

Al rato empezó a llegar un grupo de jóvenes, chicos de escuela secundaria, más o menos, que subían, en excursión, el cerro. Primero eran dos o tres, luego algunos más, hasta que la planície del Calvario se fue llenando de gente. Invasión.

Con el ruido se fueron despertando mis compañeros, y preparamos, entonces, la avena para el desayuno. Comimos tranquilos, despaciosamente. Al rato el grupo se dispersó, colina abajo, y nosotros, habiendo ya terminado de comer, nos pusimos a hacer cálculos acerca de cuánto nos debería llevar llegar hasta Guayará-Merín, la frontera con Brasil. Sorprendentemente, al menos si lo pienso desde hoy, en ningún momento se nos había ocurrido calcular cuántos kilómetros eran. Sólo sabíamos que la ruta era de tierra, estaba em muy malas condiciones, y que había algunos lugares bastante despoblados en el camino.

Miramos el mapa, sumamos distancias, y la cifra nos asombró. O, más bien, nos alarmo: mil kilómetros para recorrer en una semana. El plazo estaba dado no sólo por nuestras ganas de llegar al río, primero, a la playa, luego, sino también por el vencimiento del plazo para nuestra estadía en Bolivia. Difícil. Una travesía que pensábamos hacer con varias paradas de descanso, pasaba a convertirse, de pronto, en un rally.

De cualquier manera, decidimos pasar ese último día tranquilos y en el pueblo. Sabiendo que probablemente luego no íbamos a tener la posibilidad de pasar dos noches en el mismo lugar, nos parecia necesario hacer una despedida.

Decidimos salir. Sally fue por un lado, Lechu y yo por outro, Mike se quedó arreglando el auto. A lo largo de la semana, Mike se la pasó constantemente arreglando a Bandito. Y no necesariamente porque estuviera roto. O al menos ésa era la sensación que daba.

Nosotros teníamos un par de planes. Comprar una pala, para el posible barro en la ruta, ir hasta Tocaña, un pueblo vecino, a tratar de conseguir guanchas, y comprar las cosas para la cena y un chocolate para Mike. La guancha es un instrumento de percusión característico de la música afroboliviana, en los yungas. Lechu había tocado uno en Buenos Aires, y tenía la idea de llevarse un par para allá.

Bajamos hasta el pueblo, y comenzamos a preguntar cómo ir a Tocaña. El dia anterior nos habían dicho que quedaba cerca, a media hora de camino. Pero esa media hora resultó ser con movilidad, como le dicen en Bolívia al estar con auto, o algún vehículo. No habiendo transporte público hasta allí, y descartado pagar un taxi, nos resignamos a dejar las guanchas para otro viaje. Si de cualquier manera esperamos volver pronto.

Así, el dia se fue pasando sin demasiados eventos destacados. Conocimos a un fabricante de guanchas en Coroico mismo, pero que no tenía ninguna a mano como para vender. Compramos frutas, verduras, víveres para esa noche y los próximos dias. Y, muy importante, jugamos un buen rato al fútbol. No en la cancha grande, que nos habían ofrecido para acampar, sino en una de cemento, y más pequeña. Vale igual.

Se hizo de noche, y pegamos la vuelta, com varias verduras ricas embolsadas y un plan de guiso de lentejas, que ya estaban en remojo desde la mañana. Fuego, dejar venir la oscuridad, mirar al vacío entre las montañas. Las luces que se encienden en las colinas y cerca del río, abajo. Las lentejas van cociéndose despacio y, del fogón, junto con el sonido de la olla vibrando, sale el aroma a laurel.

Esa noche, más cansados, y sabiendo que había que levantarse temprano al dia siguiente, no hubo música. Nos acostamos pronto, sin mucha más actividad.

XIX

Al día siguiente, aún levantándonos temprano, no fue demasiado temprano que salimos. En otra constante que iba a aparecer luego, cada dia, demoramos unas dos horas en estar en ruta.

Primero, porque no fue tan fácil levantar campamento. Cuatro personas es bastante, siempre alguien se demora, cuesta encontrar el ritmo grupal. Bandito, por otro lado, cuenta por lo menos como una persona más. Hay que mimarlo, acomodarlo, prepararlo para que pueda salir. Y aún así, a veces necesita también de un empujón.

Además, esa mañana, contamos con otro inconveniente. Como, por las dudas, no convenia bajar la cuesta subidos a Bandito, Mike fue el único que lo hizo arriba del coche. Manejando, claro. Los otros tres, descendimos a pie. Sally primera, sola, Lechu y yo unos minutos después y atrás. Mike terminaba de hacer un arreglito y bajaba.

En el camino, después de unos quince minutos, Bandito apareció detrás nuestro. Y caminando al lado, fuimos juntos hasta la plaza. Pero Sally no estaba. Por ningún lado.

La esperamos un rato en la plaza. Caminamos por los alrededores, nos fijamos en los negocios, y nada. Pensamos, entonces, que tal vez estaría más abajo, siguiendo camino hacia la ruta. Y hacia allí fuimos. Pero después de andar unas cuantas cuadras y llegar hasta la tranca, no había rastros de la danesa. Que, para ese momento, empezaba a fastidiarnos un poco.

Preguntamos, en los alrededores, por uma gringa, choca (rubia) que estuviera caminando sola. Pero nadie sabía nada. Esperamos, sentados, unos minutos. Y nada.

Decidimos, entonces, que uno de nosotros fuese para la plaza, nuevamente, a ver si había quedado por ahí, en algún lado. Por otro lado, la plaza es siempre un posible punto de encuentro. Me ofrecí, y caminé las cuadras que había desde la tranca hasta el centro del pueblo. Y recorri la plaza, de vuelta, las calles aledañas, entré en los negocios, pregunté a la gente, nada.

El único dato me lo dio un hombre, al que, después de un rato de explicaciones, logré entenderle que había visto a una mujer rubia cerca de ahí. Pero caminando con otra más. Improbable. Además, el hombre estaba bastante borracho.

Un misterio.Y un enojo importante. Con la certeza de que no iba a decirle las cosas más lindas si me la encontraba por ahí, y pensando que tal vez podia haberse encontrado con Bandito abajo, decidí volver a la tranca. Pero al llegar Mike y Lechu estaban solos.

Eran, para entonces, las diez de la mañana, casi, y nosotros, que habíamos querido salir a las ocho, a más tardar, empezábamos a estar cada vez más fastidiados. Para colmo, Mike, que ya había viajado con Sally un buen tramo desde cerca de Santa Cruz hasta La Paz, nos contó que Sally solía desaparecer, cada tanto, que ya estaba acostumbrado a esperarla. Con una semana de rally por delante, en la que realmente necesitábamos llegar a la frontera antes de navidad, el dato nos preocupó no poco.

Decidimos ir los tres, con Bandito, más visible que uno solo de nosotros, hasta la plaza. Y al llegar a la primera esquina, ahí estaba, sentada, tomando un jugo junto a un negocio.
(en inglés, el diálogo de ahora)
- ¿Dónde estabas, Sally?
- No, ¿dónde estaban ustedes? Los estuve esperando acá en la plaza.

Mejor, ni le respondemos. Incluso preferimos quedarnos con la intriga de dónde estuvo y qué hizo todo ese rato. Mejor, seguir camino.

Vamos hacia Caranavi, sin idea de cuánto vamos a tardar, sin idea de dónde vamos a pasar la noche.