lunes, 11 de enero de 2010

Viejo puerto de las candelas

Por contratiempos inesperados, esperas no deseadas, obligadas por las circunstancias, pasamos más días de los que calculábamos en una ciudad que, originalmente, estaba en los planes como un toco y me voy. Aún cuando no fueron los momentos más disfrutados del viaje, en muchos sentidos, los comienzos del 2010, en una ciudad sin atractivos aparentes, bastante hostil para trabajar, con pocos árboles para que la sombra atenúe el cansancio de las caminatas, tuvo más de una ventana interesante, de la que, creo, vamos a acordarnos más de lo que pensábamos mientras estuvimos ahí.

Bienvenidas las caídas de los planes, las frustraciones, que nos dejan cada vez más claro que no importa mucho que camino se siga.

Y van, entonces, un par de juntadas de palabras, sueltitas, para compartir.

La cuna

El hotel Oriente fue nuestro hogar durante las primeras dos noches en Porto Velho. Enfrente de la rodoviaria (terminal de ómnibus) era el más barato, con un precio ínfimo: dieciocho reales por la habitación para los dos, o sea, nueve reales cada uno. Ridículo. Si no se tienen en cuenta las comodidades sin igual del edificio.

Durante casi todas sus andanzas, el Quijote toma por castillos lujosos e imponentes a las humildes ventas que se cruza en los caminos, donde pasa las noches que no se queda campo afuera. Yo tengo otro recurso. Hace ya tiempo pensé que, en un viaje, si no voy a conseguir un lugar bueno para dormir, a un buen precio, o decidiendo hacer una inversión en descanso, prefiero ir no sólo al hotel más barato sino, en lo posible, al más singular, polémico, de baja calaña, que pueda al menos ser manantial de risas e historias.

El Oriente es el caso que, en adelante, pasará a ser, creo, emblemático.

Un pasillo largo y oscuro. Lleno de goteras, manchas de humedad, olor a viejo y podrido. Insectos en las paredes, en el piso. Baños que, sin ser los más sucios del viaje, no se limpian en un rato nomás y sin ponerle mucha onda.

La habitación, con el número uno, y pegadita a la recepción, diminuta. Las dos camas entraban apenas, con un pequeño espacio entre sí. Sobre los colchones, añosos, nada de sábanas. Una tela como de hamaca, también antigua y no poco raída. Suficiente.

El ventilador, sobre una mesa, andaba bien. Pero le faltaba la tapa, las aspas giraban al aire libre, nomás, tener cuidado. Las paredes, con azulejos blancos. Claramente de baño. Y sobre la pared que da al pasillo, una especie de ventana, que era más bien un agujero en la pared. Relativamente alta, si tomamos en cuenta que la habitación era bastante baja.

El hotel Oriente. Nuestro hogar, en Porto Velho, los primeros días.

Debo reconocer que no tardé en tomarle cariño al hotel. Empecé a quererlo. Pronto. Y no poco ayudó que la noche llegase con otro elemento para sumar incomodidades.

No nos habíamos dado cuenta (hubiera sido imposible hasta entonces) que el techo de la habitación cumplía su función sólo a medias. Bastante bien, digamos, si partimos de la nada, de un no techo, de estar en la calle. Pero no se si es parámetro. Del techo, por uno y otro lado, esperaban, abiertas, tranquilas, varias goteras.

Que empezaron a tomar protagonismo, por supuesto, cuando, a la noche, cuando estábamos por lavarnos los dientes, empezó a llover. No sólo a llover: tormenta amazónica.

Sonando en la chapa, afuera, se hacía sentir, con su música linda, fresca. Adentro, ingresando por todos lados, y bañando el suelo que, lamentablemente, no tenía un buen desagote.

Esa noche me reí mucho, pero mucho. Y más cuando vino el encargado nocturno del hotel, para prevenirnos, para avisarnos que tomásemos cuidado con nuestras cosas. El tema es que la comunicación no era tan sencilla: el muchacho, que era sordomudo, tuvo que recurrir a un gesto, abriendo los brazos y enfrentando las palmas de sus manos de arriba hacia abajo, unos veinte centímetros, para, luego de señalar el piso, indicarnos el nivel que el agua podía tomar en la habitación.

Esa noche compartimos la cama con la mochila y los instrumentos.

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Personajes

Me enteré, por verlas yo mismo o contadores mediante, de algunas historias locas de una ciudad que tiene sus encantos, sus misterios. Y me dieron ganas de versearlas. Tengo algún proyecto más ambicioso para ellas, en el que estoy trabajando. Pero por ahora van así.

La bailarina


cuenta que un día estaba triste
tan triste que decidió bailar.

con un vestido bordó
(brillante, lujoso)
cinta blanca, corona de flores
medias rojas y blancas
zapatitos
fue caminando despacio a la plaza
y en un rincón, desplegó la sonrisa
y empezó a sambar.

!oi, bailarina!, le dicen cuando pasa
por las rúas de los barrios bajos
!tira uma foto, bailarina
con nosotros!
!qué bonita, mira!

hace años, unos cuantos
que todos saben que la música
suena en la plaza
cuando anochece
y ella baila
para la gente
para el mundo

un requebro por la alegría de los angustiados
los de historias que inundaron las noches, los domingos
los cuartos, los cuores
y no dejan desafogar


El capitán

en una barraca
a la beira del río
vive el capitán.

nunca mandó a nadie
salvo, tal vez, a los troncos
que trae mansos la corriente
y que él trabaja hasta dejarlos mesa
silla, banco, ventanal
lindo como árbol pelado en noche de invierno.

y ni a ellos creo que mande, más bien
imagino secretos, mimos, pases de magia,
un cocinero y sus especias ocultas,
un niño y sus juguetes escondidos.

una vez se fue en piragua
por los caños y avenidas aguadas
de la amazonia
para pedirle a la gente, si fuera
tan amable, que no decore
los ríos con papelitos, con botellas
con envases descartables,
que, en serio, no hace falta, que son lindos
así como nacieron
y están hace rato ya.

se fue enamorado el capitán
él y su barba áspera y blanca
de una moza pintora
también valiente,
se fueron juntos
ellos y la luna.

pero fue hace tiempo eso.
hoy andan separados
y él está con saudade.

rengo además, desde que se lastimó
una pierna
que nunca curó bien.

vuelva, capitán, regrese
al refugio sobre el madeira
alto sobre palafitos
como soñaba una casa de chico, yo
cuando conocí valizas
en mi este amado.

siéntese, capitán, acá, conmigo
que nos quedemos mirando, nomás
andar al río, que es sabio, convide
generoso como usté sabe serlo
una rodajita de silencio
para que se acueste, acá al lado
el tiempo
y descanse, que necesita
y nosotros también.

La reina

la reina de la yuca, esta mañana
fue atropellada
y muere con ella una belleza
que no se entristece con los soles.

llevaba ainda su corona
añosa como los troncos
de las mangas
o el perfume de las jacas
por la noche, la espesura de su tierra
en su cabeza elegante.

a su andar pausado
reverenciaban, risueños
los pajaritos.

las mariposas la danzaban
tembladerales de colores
cuando le pasaban de costado.

se va la belleza
la sangre, la historia
asoléandose en el asfalto.

que el río de las candelas
con sus velas de lianas recias
rece a esta madre el silencio
de la noche al despertar.

El loco de la plaza

dando vueltas a la fuente
de una plaza a pleno centro
un hombre le habla a dios
o al cielo donde le dijeron que se encuentra
ese todopoderoso.

en el medio de la fuente, hay un busto
de un prócer calvo y serio.

el hombre de la plaza está enfurecido.

camina, gesticula, vocifera,
se frena y mueve los brazos
porque las palabras no le alcanzan.

¿llegará su voz a las estrellas
por lo menos?

a veces hay cosas
tan difíciles
que no se las podemos decir, así como así
a otra persona
a un perro, al diario íntimo.

quizá le pase eso, quizá
sienta, como todos, alguna vez
que lo que decimos no es, en el fondo, para el otro
que escucha, sino sólo
y simplemente para el que habla, para uno.
entonces es lo mismo amigo
maestro, dios o psicoanalista
pa´que esté atendiendo.

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Frente al río

pasamos un par de días, necesarios, en Candeias do Jamari, un pueblo chico y de nombre lindo que está a veinte quilómetros de Porto Velho. ahí pudimos no sólo trabajar mejor, sino bañarnos largo en el agua, tocar, trabajar, mirar pajaritos. que no es poca cosa.

Aún lejos

frente al río, el fin de semana.

aún lejos de casa, reposar, mirar
un árbol espigado y ruludo,
una mariposa en la orilla de enfrente
los verdes que se balancean con el viento.

el agua
corriendo mansa hacia el mar

Preto e amarelo

se detuvo en la rama
y se mece
con el viento.

sobre el río, pronto
va a reinar la tormenta.

(el chechéi, pájaro que imita los sonidos de otras aves y hace nidos colgantes)

Sobre el cemento

las lagartijas andan solas.
parecen ermitañas
que se olvidaron incluso de por qué
dejaron la compañía, y cuándo.

una cruzó, adelante nuestro
verde y veloz
tanto que se veía como andando en el aire.

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