jueves, 7 de enero de 2010

Los límites (anticipo del Dois Irmãos)

(se postergó la salida del barco, en donde estamos durmiendo hace dos días. aparentemente es hoy, en un rato. mientras, va un petit anticipo de lo que hay por allá)

No me pasa tan seguido de encontrar tan claros los límites de la antropología: pocas veces tuve tantas ganas de cagar a trompadas a alguien. En este caso, además, dado el contexto, podría agregar el tirarlo, luego, por la borda.

Estar ters meses en Bolivia, sobre todo en tierras del Altiplano, para pasar de pronto a Brasil, es una fuerte experiencia del cambio, del contraste. Si hay algo de lo que está lejos Bolivia es de considerarse o mais grande do mundo. Y eso es bastante sano para la tierra del Evo.

No es sólo que acá muchos de los hombres caminen, hablen y gesticulen como si fuera cada uno de ellos el que hizo el gol ganador en el último minuto de la copa do mundo; que, a la mayoría, ni le interese la música que traemos de otra orilla y, mientras estamos tocando, aún con gente oyendo atenta, uno pida que vuelvan a poner la música en el reproductor; que un policía, al llegar para hacer el trámite de inmigraciones, actúte con una prepotencia e impunidad tan grande como el supuesto nivel educativo y la construcción del Estado de un país que, supuestamente, está mucho más adelantado que el vecino sin mar.

Es aún más que eso, y una misma noche sirve para dos ejemplos. Muy distintos y, justamente por su alto contraste, más claros para pintar algo que, aún cuando sentí acá, en Rondônia, con más intensidad, asocio más al oriente boliviano y ciertas partes de Venezuela que a Brasil en su totalidad.

La Amazonia, acá, es otro mundo.


El primero de los ejemplos no es el que invitó, en realidad, tanto a la vionelcia. Aunque sí a ciertos límites de la comunicación. En los tres meses en Bolviia, por poner un referente cercano, conocimos gente de diversas religiones, algunos muy creyentes. Nos topamos también con personas con discursos muy cerrados, bloques compactos de ladrillo. Pero nunca habíamos escuchado un cassette tan corto ni inamovible. Nunca, hasta ahora, nos habían querido evangelizarç.

Fue en el barco, esperando la partida. Estábamos sentados, guitarra en mano, con un grupo de haitianos que conocimos acá. Y que también son, creemos, evangélicos (difícil el creole). Al rato, se acercaron dos pibes, uno de veintipico, largos, y otro de unos veinte, con suerte, y una adolescente aún más chica.

No se si el más joven vino de entrada con la idea de llevarnos al camino de Jesús. Pero luego de proponer que cantemos canciones cristianas, comenzó a tratar de convencernos que siguiéramos el camino de Dios, el único que existe. Lo hacía con tal seguridad y tal falta de registro de nuestra presencia, de nuestras palabras (algo que le hacía notar permanentemente el otro muchacho ahí presente) que me fue imposible no responderle con un cinismo que, la verdad, no me sale tan seguido. De todas maneras, ni siquiera terminaba dirigido a él: realmente no escuchaba. Y seguí hablando de su fe, pregonando que nos estábamos perdiendo el cielo.

Pobre us de la palabra. Pobre portugués, tan lindo en Pessoa, Caetano, Guimaraes. Y acá recortadito, achatado y repetido como logo de cocacola.

Lo otro vino más tarde. A eso de las tres y media de la mañana, con unas treinta o cuarenta personas durmiendo en el piso, tes o cuatro hombres se pusieron a hablar en voz alta, tranquilos despertándome, por supuesto, y no a mí solo, y haciendo caso omiso (reacción ninguna) a los pedidos de silencio. No faltaban otros lugares, en el barco, donde conversar sin molestar. Pero no tenían ninguna intención de moverse.

Los escuché incluso pedir a alguien, calculo que a la encargada del bar, que piusiera música. Música que durante el día suena a un volumen intolerable para cualquiera que disfrute un poco del sonido.

Las películas de Van Damme y Stallone sirven un poco para esto. En la hamaca, ya resignado a desvelarme, las tomaba como modelo de escena deseable en el barco Dois Irmãos. Con esa intensidad daba ganas de cagarlos a trompadas y tirarlos al río.

Pocas vecesi vi, como con esta gente, tal nivel de falta de códigos, de poca dignidad. Lo pensé incluso como degradación dl ser humano. Y ahí los límites de la antropología. Que el deseo de violencia física corporiza decididametne.
Con la escritura vuelvo a la pregunta, al repensar, a la búsqueda. Me acuerdo del capitalismo, de la industria cultural, del machismo, de lo mal que está la escuela, de cómo se colonizó la Amazonia, de que este estado lleva el nombre puesto a partir de un ser que tengo entendido fue bastante nefasto. Y vuelvo a pensar que tal vez haya otros caminos, largos, con la poesía, el silencio y el abrazo.

Que, si no, tras mucho andar lejos del pago, tengo, por suerte, mis lugares, que elijo, mis oasis, por cierto, donde estas cosas no pasan. Que, por lo menos, esta noche, y aún con estos muertos sin callarse mientras toman cachaça y café, tal vez pueda ahora seguir durmiendo.

(escrito anoche mismo, cuatro de la matina)

3 comentarios:

  1. que buena la escritura que permite mediatizar tanta bronca.
    Y no me sorprende lo que decis de los brasileros...el abuelo lo decía hace 50 años!!!!! jajajaja

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  2. Martin
    En estos casos aparte de una buena escritura que permite una bellísima descarga, también se puede utilizar el taichi, o bien enyogizarse trayendo recuerdos de capusoto.
    Y sino para no andar con tanta vuelta, hay qeu trompearlos directamente ( antes siempre verificar que los tamaños y fuerzas sean a tu favor)
    Un abrazo
    pa

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  3. o si le hubieran dado bola a los evangelistas les podrían haber respondido a los ruidosos con ondas de amor y paz. sino en vez de taichi, taekwondo. una duda: el Lean, dormía en el medio del quilombo?
    abrazo y buena navegada por el amazonas.
    marcelo

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