jueves, 31 de diciembre de 2009

Feliz reveillón, o como se escriba

Cuanta saudadeeeeeeeeee, grosa.

Pero bueno, aquí estamo, en Porto Velho, Estado do Rondônia, Brasil. Y aquí festejaremos el final del 2009, alta movida el 2009 y la llegada del 2010, que promete, supongo ser tan intenso como el que se va pero veremos qué nos depara. Y a disfrutar.

La verdad la verdad, que los extraño.

Les deseo un muy feliz año 2010. Que la pasen muy bonito.

Y aquí estaremos brindando, supongo que dos o tres veces. Una con Juli y Tom, que están en Bahía y son dos horas más que acá, otra con todos los argentinos y otra entre nosotros, con toda la gente que conocimos en Bolivia también.
Me hace acordar un poco a una canción del Cuchi y Castilla, de la que el Cuchi cuenta la historia en un disco, que habla de un leñador que vive en un lugar y está pensando en el otro y cuando se iba pal otro pensaba en el uno. Y é un poco así, qué se le va cé.

Bueno, aquí estamos.

Muchos saludos para todos.

Ah! quería también invitar a que vean fotitos nuevas que subimos. Muchas.
http://picasaweb.google.com/laficyp/DesdeLaPazHastaRiberalta#

martes, 29 de diciembre de 2009

De La Paz a Riberalta (segunda entrega)




IV

Parecía un buen lugar, campo arriba. Un poco más despejado de arbustos que como venía antes el costado del camino, un terreno que, con optimismo, se podía considerar plano.

Pero cuando bajamos del lugar nos dimos cuenta que no iba a estar tan fácil el armado de la carpa. No sólo el frío, que paralizaba las manos. Sin cerro al costado, sin árboles a la vista, el viento corría furioso de un lado para el otro. Tal como bajamos del coche, volvimos a subirnos. Y a decidir cómo íbamos a pasar la noche.

Acá empezarán a quererlo, a Bandito. Porque, aunque pequeño, logró albergarnos, esa noche, a los cuatro acostados uno pegadito al otro. No es que fuera el cincoestrellato (que ya aparecerá más luego) en camas y holguras, pero podíamos decir, parafraseando a un gran amigo, que estábamos tranquilos, teníamos nuestro colchón. Es cierto que no todos quedamos tranquilos, pero eso lo veríamos después.

Bandito, digno heredero de unos cuantos dibujos animados de nuestra infancia, se transformó, de pronto, de un coche con dos filas de asientos y baúl a una cama rodante, levemente acolchonada, lo suficientemente larga y casi suficientemente ancha como para acomodarnos, en cuarteto, en su interior. Y, arropados con lo primero que teníamos a mano, incluyendo los aguayos antiguos comprados en La Paz, nos dispusimos para dormir.

Enyoguizarse, más vale. La respiración calma, el cuerpo relajado. A no desesperarse. Que los pies tocan los hombros de los compañeros, de la nariz al techo está lejos de haber medio metro, que cualquier movimiento brusco y en falso puede hacer doler a los demás. Ojos cerrados, a pensar en otra cosa, y que venga el sueño.

Y así fue. Aunque no para todos.

La disposición de los cuerpos, de un lado al otro, era: Mike, Sally, yo, Lechu. Luego de un buen rato de dormir, relativamente templado, siento de pronto algún frío, y registro que el compañero de la derecha, léase el mismo con el que estamos conviviendo hoy hace casi cuatro meses, se ausentó del coche devenido en hogar. Me intriga la salida, más teniendo en cuenta el frío que hacía afuera. Y presupongo una urgencia estomacal, que lo habría obligado a bajar hasta la estación de servicio en busca de un baño, o al menos de un lugar sin tanto viento.

Creí confirmar mi hipótesis rato después. Lechu vuelve (por supuesto que era más que imposible preguntarle qué onda) se acostó un rato, y, pasado algún tiempo, se ausenta nuevamente. Otra vez al baño, imagino.

A todo esto, vale aclarar, cada vez que quedábamos tres en Bandito, me atacaba el frío. Que, en ese momento al menos, el rol más importante de mi amigo casi hermano era el de hacer de abrigo y cubrirme la entrada del chiflete del costado.

Mi hipótesis no era, sin embargo, la correcta. Y me iba a enterar de mi error sin que ni siquiera venga la mañana.

Siendo noche aún, aunque cerca de amanecer, con el Lechu al fin durmiendo a mi lado (observen qué romántico) siento que golpean a la ventana de Bandito. Y que Lechu entabla un diálogo no muy amistoso con un señor, que nos estaba instando a irnos. No eran, aclaro, ni las seis de la mañana. Y la comunicación, muy difícil.

El hombre, dueño de una casa que estaba a unos cien metros, y, evidentemente, del terreno, parecía entre asustado y enojado por nuestra presencia, y amenazaba con llamar al coronel.

Tampoco nosotos sabemos quién era el coronel.

No hubo forma de explicarle que estábamos pasando sólo esta noche, que en un rato nos íbamos, que nos moríamos de sueño y queríamos dormir un rato más.

Y si no hubo forma de explicarle algo tan sencillo, menos hubiera podido Lechu contarle cómo, al rato de entar a la camioneta para dormir, comenzó a sentirse sin aire, encerrado, y, aún con el frío intensísimo afuera, debió salir para respirar. Como se quedó un rato afuera, y, cuando pensó que ya estaba bien, volvió a entrar, pero luego de unos minutos sin poder dormirse se dio cuenta que nuevamente necesitaba estar afuera, y se quedó rato largo, hasta que de nuevo pudo entrar, y así hasta que, ya pasadas varias horas de la noche, logró empezar a adormecerse.

Y golpearon a la ventana.

Claro que todo esto no se lo contó Lechu al señor que nos despertó, sino que me lo dijo a mí, poco después, ya abajo, en la ruta, tratando de irnos antes de que llegue el coronel. Porque en ningún momento el señor aceptó dejar de llamarlo, aún cuando partiéramos en ese mismo instante.

Seis de la mañana. A cambio del madrugón indeseado, un hermoso amanecer. Y todas las horas del mundo para comenzar a andar.

En ruta, entonces, los últimos quilómetros del altiplano, hasta el camino de la muerte.

V
Paramos a desayunar en el camino, junto a una tranca (así llaman en Bolivia al peaje). Café, mate de coca, algún pancito, una que otra galleta. Las cholas de la zona, levantadas desde muy temprano, estaban ya en sus puestos para asistir a los viajeros.

Al Lechu, aún muerto de sueño y aterido de frío, hubo que llevarle el mate de coca al coche, no sin antes convencer a la dueña de la taza de que la vajilla no se iba con nosotros. Nos repusimos un poco de la temprana levantada, y seguimos viaje. Pocos quilómetros después llegamos hasta la cumbre, y, en seguida, un control policial. Bajamos, fuimos al baño, empezamos a disfrutar del sol que empezaba a calentar, de a poco.

Comenzaba el descenso de las cimas de los Andes. A nuestra derecha, una quebrada inmensa, con un pequeño arroyo al fondo. En la otra pared de la montaña, enfrente, la primera cascada del camino. Linda en esa hora de la mañana, mensajera de lo que estaba por venir. Media horita de relajo, y luego a seguir.

El paisaje comenzó a ponerse más poblado de verdes. Arbustos más altos, plantas más grandes, y hasta algunos árboles empezaban a destacar luego de tanto desierto. Aparecían otros pájaros, mientras el camino, con curvas suaves, iba bajando de a poco. A la derecha seguía la quebrada, cielo abierto arriba.

Al rato encontramos un sitio y paramos a desayunar. El menú, que iba a convertirse en base de cada día, propuesto con entusiasmo desmesurado (que también iba a estar cada día, para esa misma base) por Sally: avena con frutas. A encender el fuego, buscar leña para poner en el techo, por las dudas, y preparar lo que nos iba a sustentar por un rato largo.

La verdad, y para mi sorpresa, rico. Más de lo que fue otras veces, en las cuales, creo, quién lo preparó le había puesto azúcar en demasía. Ahora, no se si porque le tomé cariño, le encontré el gusto o me acostumbré, pienso incorporarlo a mi dieta en Buenos Aires. Quizá.

Luego de desayunar, agarramos el bombito: un bombo leguero pequeño de reciente adquisición en La Paz (y que no iba a durar demasiado) y, guitarra y trombón (Mike es trombonista, también) largamos unas zambas. Y seguimos camino.

Pronto debía aparecer la división de rutas. Y, a nuestra derecha, el comienzo de la afamada ruta de la muerte.

Íbamos con entusiasmo al encuentro de este camino. Primero, porque teníamos varios comentarios de que los paisajes eran, allí, muy hermosos. Segundo, porque sabíamos que, con la escasa velocidad a la que Bandito puede llegar, "el de la muerte" le quedaba, al menos, raro. Más porque no teníamos apuro, y sí ganas de ir conéctandonos lindo y de a poco con la naturaleza alrededor.

Preguntamos un par de veces, para no pasarnos. Y, finalmente, apareció. Por supuesto, sin un cartel. Pero clara como la única bifurcación en unos cuantos kilómetros, y con una pendiente interesante. Al camino de tierra, entonces. Hacia Coroico. Hacia Los Yungas. A empezar, ahora en serio, el camino al Amazonas.

VI
Cada tanto cae agua de golpe. En chorros poderosos, pequeñas tormentas eternas. Se siente la humedad, desde unos segundos antes, y de repente se larga. Furiosa. Al costado, no llueve, adelante tampoco. Son unos segundos de atravesar la cascada y el sol empieza de nuevo a secar todo.

Cada tanto el precipicio pone inmensa la envidia que, naturalmente, ya les tengo a los pájaros. Tanto aire, tanto. Y tan lindo todo alrededor. Pero el coche dobla, sigue camino, pegadito a los muros. Como mucho, parar para sacar fotos, no sin vértigo.

La cosa empieza a ponerse verde, empieza a tomar otro color de vida. Se cruzan las mariposas por arriba, por adelante, por los costados.

Nosotros vamos despacio, sin apuro, parando mucho. Gozándola.

Cada tanto, los ciclistas nos pasan. Cada tanto, los encontramos descansando en algún recodo del camino. Desde La Paz se ofrecen excursiones de mountain bike, aprovechando la fama del camino. Y no sólo la fama. Realmente parece valer la pena, aunque cuesta unos cuantos dólares.

Es increíble la cantidad de metros que bajamos en un rato. Vamos rodeando la montaña como carcomiéndola, dándole vueltas. Bajando, bajando, bajando.

Es también increíble que hayamos pasado la noche anterior en un lugar tan árido, y tan cerca.

Al mismo tiempo, sabemos que es aún muy distinto a lo que falta. El agua, límpida, recuerda que el Illimani, con las nieves eternas, tampoco está tan lejos. Se ven las puntas de los cerros, se ve que los chorros están aún jóvenes, próximos a las nacientes. De ellos cargamos agua para tomar, llenando las botellas.

En una de estas paradas, el chofer de una camioneta de la excursión de las bicis se para al lado nuestro y conversamos con él. Nos explica algunas cosas del camino: que, en algunos tramos, hay que manejar a la izquierda, para dejar pasar a los que suben por el lado de adentro; que lo mismo es en cierto tramo de la ruta hasta Caranavi; que, para llegar a Coroico, se arriba primero a otro pueblo, abajo, Yolosa, y de ahí hay que subir siete quilómetros. Tememos por el motor de Bandito, pero también tenemos fe. Y paciencia.

Llegamos a Yolosa al mediodía. Ahí almorzamos, cocinando unos fideos con una salsa de mangos exquisita (otra ocurrencia de Sally, cuyo mundo gastronómico parece girar, básicamente en torno al mango, la avena, el pan y la banana, todo con entusiasmo desbordante) y nos bañamos en el río, un rato. Descansamos un poco y arrancamos la subida. con el comienzo de la tarde, que, de a poco, empieza a hacer bajar el sol.

El camino es de piedra, lindo, y volvemos a ver desde arriba toda la quebrada, y desde el otro lado de la quebrada la ruta que hemos recorrido. Luego de hora y pico, llegamos a una tranca. Bienvenidos a Coroico.

Será acá la noche, y el último día de descanso antes del rally. Pero aún no sabemos lo que nos espera. Seguimos creyendo que son muchos menos quilómetros de los que nos enteraríamos al día siguiente.

Mientras tanto, llegamos al pueblo y vamos a buscar un lugar donde acampar.

Estampas de Guajará-Mirim

El carimbo

No fue tan fácil la entrada a Brasil. Aunque la noche de la llegada fue plena euforia, por el portugués, la música, la mesma sensación de estar en Brasil, al día siguiente aparecieron algunos problemas. Uno de los principales, con el sello del pasaporte. Aquí llamado carimbo.

Como era 25 de diciembre, la parte de migraciones de la policía (donde acá se hace dicho trámite) estaba cerrada, y el policía que nos recibió, aunque perfectamente podría habernos sellado, nos hizo un conflicto absurdo, diciendo que tenían órdenes de no dejar pasar a gente que pudiera quedarse a vivir con medios como artesanías o malabares. Una especie de ley anti-mochileros. Vino con nosotros hasta el hotel, a revisar las cosas, y nos dijo que teníamos que esperar hasta el lunes para que el jefe decidiera si nos dejaba entrar o no.

Era viernes.

Pasó todo el fin de semana lleno de dudas, por lo absurdo del planteo. Para un argentino, no debería haber problema alguno para entrar en Brasil. Y yo, por primera vez en muchos años, estoy viajando con el pasaporte argentino. Pero no hay caso.

Averiguamos, nos cubrimos con teléfonos de mis parientes de San Pablo, del consulado y otros discursos posibles para pasar sin drama. Innecesario. El lunes, al ir a la policía, nos recibió una gente totalmente distinta, y, más allá de preguntarnos por qué teníamos el sello de salida de Bolivia hace cinco días, no hubo problema alguno.

Carimbados.

Ahora sí, también legalmente, estamos en Brasil.

Bem-vindos

El hombre solitario

Hay en nuestro hotel, el Fénix, un hombre solitario. De cabeza grande, semicalvo, mirada triste, lo cruzamos cada tanto en la terraza o en las mesas que el supermercado, del mismo dueño, pone en la vereda para que la gente tome cerveza.

La primera vez que lo vimos fue tocando en un restaurant. Estaba comiendo, solo, por supuesto.

Sonrió, con mirada saudosa, y colaboró. No sabíamos que estaba en nuestro hotel, pero desde entonces nos lo cruzamos varias veces. ¿Qué vino a hacer a Guajará-Mirim? ¿Qué hace de su vida en Porto Velho? Nos dijo que allí vive, aunque es cearense, de Fortaleza.

Dan ganas de conversar con él, pero no es tan fácil.

A veces, alguna gente invita a estos misterios.

La onda con los músicos 1

Ayer fue el primer día que, ya carimbados, pudimos dedicarnos a trabajar. Me refiero, con esto, a tocar en los restaurantes y bares y pasar la gorra.

Salimos al mediodía, un poco tarde, pero dispuestos a, aunque sea, hacer dos o tres lugares. Pero después del primero nos dimos cuenta que muchos estaban cerrados, o vacíos, y el sol pegaba fuerte. Encontramos uno a un costado, la Casa do chef, y nos acercamos para ver si daba para tocar.

Ni bien pusimos la ñata contra el vidrio, para curiosear, la puerta se abrió y una mujer nos invitó a pasar. Le explicamos lo que queríamos y nos dijo que, a esa hora, no íbamos a encontrar ya gente en los restaurantes. Que nos quedásemos a comer ahí. Que nos hacía un precio.

Le preguntamos cuánto, y le entendimos que 3 reales cada uno, comida libre. Nos sorprendió, pero como era muy simpática, le creímos y fuimos a llenar los platos, con ensaladas fresquísimas, carnes tiernas y de distintos animales, salsas que hace rato no probábamos. Ahí vimos el precio del restaurant: 13 reales, tenedor libre.

Nos sentamos, entonces, mientras seguíamos comentando qué barato nos parecía. ¿Será que tiene un hijo músico que anda rodando mundo? ¿Qué es excesivamente buena onda? No encontrábamos una respuesta.

En seguida vino la moza, preguntó por bebidas y pedimos una Sprite, en lata. Comenzamos a comer y nos encontramos con una sorpresa: un aceite con especias que le habíamos puesto a la ensalada era notablemente picante. Así que hubo que pedir otra lata.

Ahí miramos el papel en el que la moza iba anotando lo que consumíamos. Además de las bebidas, decía 13 reales. Ahí nos pareció entender mejor lo que pasaba: no era tres reales cada uno, sino 13 por los dos. En eso consistía el hacernos precio.

Terminamos de comer, me levanté para pagar. No había sido, finalmente, tan barato, pero habíamos tenido un gran almuerzo sin pagar tanto. Eso parecía.

Cuando le entrego el papelito, la dueña, en la caja, la misma que nos había dicho que nos hacía precio, nos dice que la cuenta total era de 31 reales. Qué cosa, no? Con la misma sonrisa.

Nos la mandó a guardar. Y nosotros que somos tan de confiar en la gente.

La onda con los músicos 2

Cambió la cosa a la noche. No sólo tuvimos varias tocadas lindas, incluyendo festejo de cumpleaños y un restaurant con la gente pidiendo otra una y otra vez, y tocando siete u ocho temas. En una casa de saltenhas (empanadas) tocamos sin gran éxito económico, pero con buena onda de la gente del local. Y cuando nos estábamos yendo, un tipo de una mesa nos dice que esperemos, que nos llaman de adentro.

- Querem comer?

Y mirá si le vamos a decir que no. Resolvimos, eso sí, no pagar bajo ningún punto de vista. No hizo falta. Nos hicieron sentar, nos dieron dos empanadotas a cada uno, nos trajeron una coca-cola grande y, antes de irnos, charlamos un rato con la encargada.

- Voltem outro día.

Les gustó la música. Y tiraron buena onda. A veces toca, también

La luna en el río

Saturday night. Barcito con música en vivo, el dueño tocando. Llevamos los instrumentos, nos ofrecemos para hacer un par de temas, y nos dan escenario. Tocamos tres y bajamos. Bien, pero el quía no tenía ninguna gana de no estar al frente.

Nos quedamos un rato, tomando una cerveza, y se me ocurre irme a dar una vuelta al río. A la tarde habíamos encontrado un lugar bello, una especie de mirador, y la luna estaba gordita y baja, grande.

La fui mirando hasta llegar a la costa. Subí las escaleras, llegué hasta la baranda.

Miré.

De una orilla a la otra, temblando con el agua en la superficie, un camino perfecto, ancho, de un amarillo pálido, suave. Del pueblo hacia la selva, si se pudiera caminarlo. ¿Y de ahí para arriba?

Difícil el mate

Nos quedamos sin yerba, y conseguí una barata en el súper: se llama Laranjeiras. Pero no la recomiendo.

Al abrir el paquete y ponerla en el mate, me di cuenta que no iba a estar fácil. Puro polvo. Pero puro, eh? Y algunos palitos, pero nada intermedio. Raro, che.

Cada vez que queremos matear hay que sacudir y sacudir, y la yerba casi desaparece. Pero eso no es lo peor. Cuesta una barbaridad que no se tape. Le vamos buscando las mañas, poniéndole mucho huevo. No creo que la tiremos. Pero el problema es que compré un quilo, le tenía fe.

Para quien se venga para estos lados, ya sabe. Al menos cuál no. Cuando sepa cuál sí, aviso.

De La Paz a Riberalta (primera entrega)




I

“e começo aqui e meço aqui este começo e recomeço e remeço e arremesso
e aqui me meço quando se vive sob a espécie da viagen o que importa
não é a viagen mas o começo da por isso meço por isso começo escrever” (Haroldo de Campos)

Un viaje, un camino. Bajando la cuesta de los andes, acompañando la formación de los ríos. Andando como cambian de color las aguas. Avanzando poco a poco, mientras a los árboles les van creciendo hojas. Y las hojas se van haciendo más grandes.
Una semana, poco más de una semana, en marcha casi todos los días. Poco más de mil kilómetros, desde La Paz hasta Riberalta, del altiplano hasta la amazonía. Cruzando los Yungas, el Alto Beni, las pampas.
La escritura, esculpiendo la experiencia. Las palabras amasando las horas, dando forma a los colores, reinventando los paisajes. Los de adentro y los de afuera.
Escribir un viaje. Contar lo que pasó desde que salimos hasta que llegamos. Contar lo que vimos, lo que sentimos, lo que esperamos, lo que encontramos. Y lo que no. Invitar a viajar con nosotros. A los otros y a nosotros mismos, ahora y alguna otra vez, en el futuro.
Escribir nada más y nada menos como quien cuenta algo que le pasó. Algo fuera de lo ordinario. Quien narra lo vivido, lo nuevo, lo sucedido.
Las palabras van atravesando la historia, el tiempo. El cuerpo. Y comenzamos a andar de nuevo.

II

“La idea de llegar / es una desviación del pensamiento. / La idea de no llegar / hace juego, en cambio, com la trama de la tierra” (Roberto Juarroz)

Muchas veces dije que casi siempre prefiero viajar en ómnibus a hacerlo en avión. No sólo porque puedo, así, ir conociendo los paisajes. También la espera, larga, me da tiempo a ir sedimentando las idas y llegadas. Las distancias. A que se pueda ir quedando lo que se tiene quedar, y lo importante venga conmigo.
Muchas veces, al leer sobre viajes hechos antes de la modernidad, esas largas duraciones me provocan cierta envidia, o algo cercano. Unas ganas de haber vivido en otro tiempo, en el que esos recorridos largos implicaban un esfuerzo grande, una experiencia del camino. Estos días, creo que en Las mil y una noches, leí que un personaje decía que, al fin y al cabo, lo mejor que tiene el hombre para caminar son sus pies.
La envidia también viene de un mundo con lugares realmente lejanos, inaccesibles, vírgenes. Una ilusión, por supuesto, una ficción. Unas cuantas cosas de la modernidad, seguramente, adoraría tener si estuviese en esos tiempos. Aún así, cuando miro los mapas, hay algo que late en los lugares donde las rutas se hacen más difíciles, o incluso desaparecen.
El viaje de La Paz hasta Riberalta tuvo algo de eso, en ambos sentidos. Por un lado, por la velocidad. Actualmente, hacer mil quilómetros en más de una semana, viajando un promedio de seis o siete horas diarias, netas, es poco habitual. Pero así fue con Bandito, compañero de aventuras, yendo a un promedio de veinte o treinta quilómetros por hora, con varios problemas mecánicos, con una ruta, a la que, aún estando mucho mejor de lo esperado, no escaseaba en pozos, barro, huellas altas para nuestras ruedas diminutas.
El resultado es no sólo que llegar sea costoso, algo que, como verán, en estas situaciones valoro. También nos dio lugar a otras miradas entre los andantes, a un contacto permanente y espacioso con el paisaje, a otros diálogos com unos mismo. A que viajar sea una tarea casi artesanal, punto por punto, detalle por detalle, en el que las manos, los ojos, el cuerpo entero están involucrados en el tiempo que pasa.

III
La salida fue, ya, la primera demora. El lunes era el día pautado, y poco antes del mediodía nos encontramos con la idea de llegar esa tarde o noche a Coroico. Sin embargo, tardamos bastante en acomodar los muchos bártulos. Y, además, Bandito no estaba listo. Entre orden y compras fue pasando un par de horas, y aún así, cuando terminamos, no habíamos terminado. Faltaba comprar el juego de cadenas, para poder andar en el barro, y, sobre todo, una cámara de repuesto, para la rueda, sin la cual no podíamos salir.
Según Mike, que había estado buscando por la mañana, no había cámaras del tamaño que necesitábamos en La Paz. Y algún vendedor le había dicho que sólo en El Alto era posible hallarlas.
Como además teníamos ganas de hacer un paseo de compras por ahí, se nos ocurrió que podíamos arrancar ahí la jornada, conseguir lo que hacía falta, en un rato, y luego partir. Pero no era tan fácil.
Por lo pronto, no se nos ocurrió tener en cuenta que, si a Bandito las subidas le cuestan de por sí, por su motor pequeño, más difíciles son cuando está en la altura, donde falta el oxígeno para la combustión. Para los que no conocen, El Alto es una ciudad satélite de La Paz, muy próxima a ella, y unos quinientos metros más alta (de 3600 a 4150). Es sumamente populosa y de gran movimiento: muchos la definen como un gran mercado, y no estoy lejos de suscribir.
Así, el camino a El Alto, que puede llevar quince o veinte minutos en transporte público, y un poco menos en taxi, se transformó en una primera y pequeña odisea. A pleno sol, Bandito avanzaba costosamente, mientras nos pasaban hasta las bicicletas. El motor se paró más de una vez y, si alguna vez intentamos empujarlo, no fue tan fácil recobrar la respiración normal. Todos los inconvenientes recaían en empezar a darnos cuenta que esa noche, probablemente, no íbamos a poder llegar a Coroico. Y, aún sin hablarlo, empezamos a aceptar que no todo iba a salir tal cual lo planeábamos.
Con gran esfuerzo y varias intervenciones de Mike bajo los asientos delanteros (donde no descansan los motores de la fiera) logramos, finalmente, llegar al comienzo de la ciudad suburbana (o sobreurbana, tal vez le quede mejor en algún sentido). Pero las dificultades no se terminaron. Sólo cambiaron de forma. En la avenida principal, nos esperaba un enjambre de trufis (así llaman en Bolivia a unas pequeñas camionetas que funcionan como transporte público) que dejaban el tráfico, si no parado, avanzando muy cada tanto.
Aún sin asumir que ya era casi imposible hacer la ruta planeada en ese mismo día, nos propusimos separarnos para comprar las cosas. Lechu y yo salimos en busca de las cadenas, en la zona que nos habían dicho estaban las ferreterías. Mike (el conductor, neocelandés) y Sally (una inesperada compañera de viaje, amiga de Mike de una reciente estadía en una granja cerca de Santa Cruz, danesa, que nos pidió ir con nosotros para entrar a la selva) iban a por la cámara. Nosotros, de paso, comprábamos algo para comer.
En medio de la avenida (impensable acercarse a la vereda, e innecesario) nos bajamos de Bandito y cruzamos por entre las trufis atoradas hasta llegar a tierra firme. Ahí, en el enjambre de gente, preguntamos por ferreterías. Y nos adentramos, calle adentro, en las multitudes de El Alto. Buscando no sólo las cadenas, sino conseguirlas a un buen precio.
Encontrada la ferretería indicada, nos volvimos a dividir. Yo fui por pan y fiambre, Lechu se quedó cortando metales, con la chola del negocio. Eran veinte cadenitas cortas, de unos veinte centímetros, y otras cuatro más largas, de metro y veinte. Si mal no recuerdo. Anduve un par de cuadras, negocio tras negocio, con las tiendas en la calle ocupando las veredas por completo, y unadensidad urbana de, por lo menos, tres personas por metro cuadrado. Pero logré mi cometido y volví con las bolsas de los víveres. Importante.
Nos reencontramos con Lechu, en la ferretería y terminamos de comprar las cosas, incluyendo una caminata de unas diez cuadras más para comprar alcohol de quemar. Ése era el combustible para nuestra cocina, además de la madera, y tuvo también su pequeño recorrido hasta llegar a él. Desde una tienda vecina a las ferreterías, donde nos indicaron un lugar con certeza, preguntamos por lo menos seis veces (si no más) y obtuvimos respuestas de una seguridad con la que Bergman, Blumberg y Susana estarían felices. Pero cada vez que llegábamos al lugar indicado, obteníamos una respuesta más o menos parecida: “Aquí no hay, ahícito”.
Por suerte, la cadena de fallidos terminó, y alcanzamos las botellas para asegurarnos la cocina. Compramos una, de dos litros. Y aunque después la perderíamos, en el episodio del baúl, nos sirvió durante bastante tiempo.
Terminamos Lechu y yo con las compras. Y llamamos a Mike y Sally (les habíamos dejado nuestro celular, pensando en el momento) a ver dónde estaban. Nos indicaron unas cinco o seis cuadras (terminarían siendo diez o doce), sobre la misma avenida, y hacia allá fuimos.
Nueva odisea. Que, sumada a las anteriores, nos iba acercando frustrantemente a la noche. Caminamos y caminamos, sin encontrarlos. Los llamamos, varias veces, gastamos un dineral, no logramos ponernos de acuerdo en dónde estaban. Finalmente, preguntamos por la zona de las gomerías y, caminando bastante más de lo que pensábamos, con el Lechu tomado por un cansancio inopinado, andando lento y fastidioso, hallamos a Bandito, amarillo, entero, estacionado sobre la avenida.
Pero Mike no había conseguido la cámara. Y estaba convencido de que no había tal en todo El Alto.
Ahí llegamos a la conclusión de que, tal vez, era un problema idiomático. Y lo confirmamos. En el negocio que estaba junto a Bandito mismo, había lo que precisábamos. Lechu preguntó, Lechu encontró. Así que compramos y nos fuimos a ponerla a otra gomería. Cuando terminamos, ya era de noche.
Y, aunque creo que no quisimos decirlo, lo cierto es que, en realidad, no hacía falta haber ido a El Alto.
Conversamos acerca de qué hacer. Y decidimos cruzar nuevamente La Paz, en el camino necesario hacia Coroico, y dormir en algún lugar en el camino, antes de empezar la ruta de la muerte. Sí, porque finalmente, yendo muy despacio (que no se alarmen las madres) y comprobando, luego, que era mucho menos peligrosa que otras rutas que vinieron después, fue ése el camino que elegimos.
Bajamos de El Alto, cruzamos La Paz en buena parte, y, alejándonos unos cuantos quilómetros, encontramos una estación de servicio junto a la cual pensamos que podíamos dormir. Bajamos de Bandito. Noche estrellada, fría. La última noche en el Altiplano.
Preguntamos al encargado de la estación si se le ocurría algún lugar para armar la carpa, y nos indicó un caminito que, junto a la ruta, subía una loma. Hacia ahí llevamos a Bandito, y, después de recorrer unos cien metros, hacia arriba, frenamos. Parecía un buen lugar. Pero este episodio merece, ya, un capítulo aparte.

domingo, 27 de diciembre de 2009

Con ustedes, señoras y señores...




Sí, claro, es Bandito

De La Paz a Riberalta, mil quilómetros, casi todos de tierra y con agujeros. Pero llegamos, por supuesto.

Se los presento en todo su esplendor, y pronto se viene el relato de la road movie

Abrazos

Para todos los que

Llegamos a Brasil.

Estamos muy contentos.

Pero no hay que olvidarse que esto fue después de 3 meses en Bolivia.

Cualquier mercosurense puede estar 90 días por año en cualquier país del mercosur. Nosotros estuvimos todos los 90 días todos. Salimos justito.
Y esta entrada, que tengo ganas de escribir hace mucho, es para todos los que tiraron y tiran mala onda cuando uno nombra a Bolivia. Porque la verdad que es de una riqueza cultural y geográfica que para mi no tiene nada que envidiarle a sus vecinos. La gente es hermosa, sumamente amable, interesante y tenemos mucho mucho que aprender de ellos. Hay lugares con todos los climas, todas las alturas, todos los paisajes. Realmente me encantaría que pierdan un poco el miedo y se animen a venir. A alejarse un poco del prejuicio reinante en nuestras cabezas y acercarse a este hermoso hermoso país.

Esta entrada es también para todos los que tiraron y tiran la mejor cuando uno nombra a Bolivia, porque ayudan a venir, a acercarse.

Es también esta entrada para todos los que nos dijeron que era imposible hacer la ruta que hicimos desde La Paz hasta Guayaramerín con Bandito. Y fueron muchos muchos eh. De las más diversas maneras nos hicieron saber que estábamos completamente locos, que no llegábamos ni en pedo.
Acá estamos che. Gócenla. Y también lo quiero reivindicar al Diego, y espero que no me suspendan por esto:
QUE LA SIGAN MAMANDO!!!!!!!!!!

Y porsupuesto también es, esta entrada, para los muy poquitos que nos dijeron: sí. Van a llegar. Quizás tardan mucho, pero van a llegar.

Y así fue.

Por último no quiero dejar de contarles que nos hemos pelado. Y no sólo nosotros dos. También Mike, nuestro amigo neozelandés.
Aquí va, el antes y el después.











Y aquí va una yapita, otra cosa que vivimos na Bolivia, la yapita, como conceto y lo que viene a continuación. Porque la ruta la hicimos. Pero no sin problemas...




Y para solucionarlo:


Tres camiones pararon a ayudarnos.

Hasta lueguito.

miércoles, 23 de diciembre de 2009

AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAHHHHHHHHHHHHHHHHHHH

Cuanta cosa che. Cuanta cosa linda. Cuanta cosa.

La selva nos ha recibido. A su manera. Con su intensidad. Y nosotros contentos. Extrañando mucho. Con muchas ganas de llegar al mar.

El camino se hizo larguito, con mucha aventura, mucha cosa, mucho aprendizaje, muchos estados muy diversos.

Estamos en Riberalta. Mañana cruzaremos a Brasil. La ciudad a la que llegaremos se llama Guajaramerín. Muy groso cruzar a brasil. Muy groso.

Y de ahí arranca el camino hacia el mar. Hacia el tan ansiado mar al que se supone que llegaremos en unos 15 días creo o quizás un poquito antes. Veremos.

QUE GANAS!!!

Bueno, medio que no puedo expresar nada siento. Que hay tanto que no puedo nada.

Lindo.

Feliz navidad, año nuevo y todo eso, que la pasen muy lindo.

martes, 15 de diciembre de 2009

Puemitas pidiendo

Hoy llegamos a Coroico. En hermoso camino, con Bandito lento y seguro, y parando mucho.

Verdes hamacándose a los costados, aires de los que hace rato no estábamos respirando, precipicios con todo el vacío del mundo para sentir a la tierra inmensa y linda.

Hace un rato vine a internet, que anda lento acá. Y me di cuenta que, aún en el poco rato que estuve, me puse a googlear poetas que amo, que quiero. Y que ando necesitando de esas palabras musiqueras lindas.

Así que quien quiera convidar con unos puemitas, o lo que sea, será bienvenido. Yo le agradezco mucho.

Y de paso se arma como una antología, vio?

domingo, 13 de diciembre de 2009

un centinela y una puerta

Mañana nos vamos de La Paz. Con Mike y Bandito, la camioneta con motor de 500 cc que será nuestra compañera de viaje, partimos cerca del mediodía hacia Coroico, en Los Yungas, y comenzamos, de a poco, nuestra despedida de Bolivia.

Por lo pronto, es la despedida de los cerros, del altiplano. Mañana en la tarde el paisaje tendrá más verdes, y las montañas, que aún van a estar rodeando el horizonte, van a ser más bajas y con otros aromas. Y de ahí, bajando, poco a poco, la selva. El barro, el río, hasta llegar al mar.

Falta, pero ya se empieza a sentir el latido. "El mar es un cantor inseparable", dijo Francisco Madariaga. Comenzamos a oír las melodías, entremezcladas con los últimos acordes del silencio hermoso, hondo, de la montaña.

De eso que suena calmo, algunos ecos.

Tiwanaku. Un valle vasto, con mucho cielo. El aire pasa silencioso, se respira lindo. Al fondo, creo que hacia el oeste, se ven montañas que son ya parte de Perú. Están del otro lado del lago, el Titicaca.

Conversamos con Franz, el guía, nacido y criado en el pueblo. En él, a medias consciente, la herencia de todos los templos, los aires y los soles que ahí viven. Sabidurías.

Históricamente, antropológicamente, varias de las cosas que dice parecen dudosas. Pero, ¿quién tiene la autoridad para hablar acerca de Tiwanaku, de su lugar? Para reapropiarse de la historia. Para hablar, próximo a la reelección del Evo, de una sociedad que, hace tantos cientos y miles de años, era comunista. ¿Qué es Tiwanaku? ¿Cómo podemos contar su historia? ¿Quiénes pueden contarla?

En el medio del recorrido, un montículo, hecho hace pocos años, con cuatro vasijas en sus extremos. Lo usan actualmente en solsticios y equinoccios, para hacer las ceremonias. Es ése el lugar elegido. Franz se lee a sí mismo y a su gente a la luz de los monolitos, que llevan en una mano un vaso de sacrificios y en la otra el bastón de mando. El dos es el número de la cosmovisión andina, nos cuenta.

Cuenta también que lo que dice en la guía lo aprendió en la universidad, en parte, pero también desde antes, de sus abuelos y de los amautas. Y que sigue aprendiendo. Que cada vez que visita Tiwanaku, como guía (lo hace dos o tres veces por semana) se sigue emocionando.

Aunque podría ser parte de un discurso armado, de un cassette, se nota que no lo es. No digo que sea algo puro, no me interesa esa palabra. Seguro que tiene elementos que también vienen de otros lados, occidentales, urbanos, modernos. Pero sí es genuino. Es una lectura genuina.

Además, un aparte para la puerta del sol, inexplicablemente imponente. ¿Es la forma de la construcción? ¿Los símbolos grabados en su parte superior? ¿La magia de una puerta suelta en medio del valle? Nuevamente, como hace cinco años, me quedé un rato frente a ella.

Juarroz dice, de alguien, que nunca dibujó una puerta/ no quería entrar ni salir/ sabía que no se puede. Esta puerta no me parece, tampoco, para entrar ni para salir. Tal vez, como algunas puertas que debamos hallar o inventar, sea para quedarse al frente, dejando que las que entren y salgan sean las cosas del mundo y del cuerpo, de uno y el universo, de la tierra y el hombre.

Una puerta que es, por sí misma, una encrucijada.

El Illimani. Lo vemos, nevado, gigante, bello, al fondo de la ciudad, en días soleados. Contiene, protege. Es muy grande y muy lindo, como un dios.

Ahora, en nuestro camino, casi un centinela que vigila por nuestra partida del altiplano. Amo esa palabra, centinela, no se bien por qué. En portugués se escribe con ese (sentinela) y Milton tiene una canción muy hermosa con ese nombre, que ahora mismito voy a ponerme a escuchar.

Y al Illimani lo encuentro, ahora, de lleno con esa palabra.

En La Paz, ciudad en la que es casi difícil encontrar territorio plano, caminamos mucho. Pasajes sin salida, personajes misteriosos por las calles, puestos callejeros por todos lados, miradores inopinados al dar vuelta la esquina. El sol se refleja en ventanas de casas de ladrillos sin revoque, y es hermoso. Y por la noche, con el frío, aparecen otros fantasmas. Amigables.

Me perdí, caminando, varias veces. Las calles dan vueltas, es casi imposible orientarse en algunos lugares. De repente, seguro de estar en el lugar al que quería llegar, aparecía del otro lado.

Una noche, volviendo al hotel, tres veces me dirigí, sin quererlo ni saberlo, hacia el lado exactamente opuesto. ¿Qué embrujos?

Tal vez son los problemas de leer una ciudad a través de un escritor. Fue, acá, Jaime Sáenz, y a Felipe Delgado me lo encontré, tal vez, algunas veces. Inopinadamente, palabra que descubrí bella con Jaime.

Me llevo, gracias al poder andar en camioneta, un par de aguayos. En esas líneas, en esos colores, tal vez esté escrito el camino que, en estos meses, fuimos recorriendo.

Otros aguayos aparecieron en el museo de folklore y etnografía, hermoso y bien curado. Allí también nos sorprendieron, mirando, máscaras de todos los rincones de Bolivia. Era una muestra en una sala sin ventanas, totalmente oscuras. Y con un sistema de encendido de luces automático. Que no andaba demasiado bien.

Así que, cada tanto, se volvía de noche. Y al regresar la luz, las máscaras estaban esperando, a pura risa.

Nos vamos de La Paz. Arrancamos a bajar, primero a la selva. Al fondo, late el mar. Lo extraño, lo quiero, lo ansío. Pero antes hay muchos colores, muchos caminos.

Un centinela callado e inmenso, como un dios. Una puerta por la que no se sale ni se entra. Así nuestra partida del altiplano.

Hasta pronto

aire de zamba

Este viaje estoy con saudades nuevas. Inopinadas.

Hoy, hace un rato, agarré la guitarra y el folkloreishon. Y me puse a cantar una chacarera santiagueña. Trunca. Una chacarera trunca.

Luego, una zamba.

Muchas veces me emociono cantando, tocando. Sobre todo con el folklore. Pero esta vez tuvo algo distinto. Como extrañando mucho la tierra a la que estaba cantando. Que no es mi tierra. Y sí.

Recién en los últimos dos años conocí un poco más esos lares, el noroeste argentino. Y algo me lo apropié, claro.

Hoy, cantando, me venían muchas imágenes. Y una de ellas, me doy cuenta, muy intensa, de mi abuelo Nacho.

Mendoza, el vino, los cerros, aire abierto. Una melancolía, una melancolía linda. Lo recuerdo escuchando la radio, por la noche, en Las Vegas, Potrerillos, mirando las estrellas.

Justo me acuerdo de él, no creo sea casualidad, hoy día. Ayer se murió Enrique, y con el Lechu estuvimos hablando mucho de él, brindando, abrazándonos.

Mis abuelos varones se murieron los dos, hace bastante. Y también los extraño.

Me vino también una tarde con Eva, en San Lorenzo, Salta, lloviéndose todo el mundo y nosotros cantando La nochera. La música reverberando en cada gota, en el camino solitario.

Una noche en Atamisqui, Santiago, con Luciana y Ionathan.

Salimos a caminar por la tarde al monte, que, tras el huayra, se puso de colores que no existen en ninguna otra parte del mundo. Los grises más lindos tiene ese monte. Cuando volvimos había oscurecido, y, en el patio de tierra estaban con la guitarra cantando chacareras en quichua.

También en la city baires. La hermosura del vino en los ensayos de Lo he visto a Vargas, con mucha gente que ahorita quiero abrazar tanto. Noches largas y cantadas, celebrando la vida por la vida.

Y así, me van andando los recuerdos por adentro. Se mueven, los locos. Con la zamba, en el bombo, todo ese aire para que bailemos con todos y cada uno.

Mirándonos a los ojos, por supuesto

Chan Chan!

"El hombre que llega a viejo, pierde lo que ha merecido
Y es bueno que deje de joder, por lo mucho que ha jodido"

Me la dijo montones de veces, ésta y muchas otras. Casi cada vez que nos veíamos.

Vermouth, lechón, vino, viajes, tango, radicheta y ajo, asado, chorizo cortado al medio, más vino, tango, comer de la bobe, comer de la fuente, ¿esto quién lo hizo?, no escuchar una goma, salir con cualquiera, el truco, el burako, boquita, los postres, la siesta, telasampo, Barracas.

Lejaim!

El zeide Enrique.

Se murió el día del tango.

Le gustaba mucho viajar en barco.

Otra que me dijo varias veces era algo así:

"Cuando me doy cuenta que me estoy por morir, me dan ganas de cagar y empezar a repartir"

A la bobe no le gustaba que dijera esa. seguramente cuando lea esto le va a decir a mi papá, a quién tendrá a su lado: ¿cómo va a poner esto? No, esto no me gusta.

Y sabe que no lo pienso borrar. Porque ese también era mi abuelo, ese y muchos más.

Y así lo queremos.

Y así me voy a tomar un vino en su honor hoy a la noche.

Zeide!

Lejaim.

Eso lo escribí ayer a la noche, en mi cama, después de hablar con Juli, después de enterarme que se murió el zeide. Que estuvo un año acostado en una clínica.
Ahora lo paso acá llorando, mientras lo están enterrando muy muy lejos. Y yo acá en La Paz. Viajando.

Y ahora no me alcanzó con eso que escribí ayer, me dieron ganas de algunas cosas más.


Tres amigos
De mis páginas vividas, siempre llevo un gran recuerdo


mi emoción no las olvida, pasa el tiempo y más me acuerdo.

Tres amigos siempre fuimos

en aquella juventud...

Era el trío más mentado

que pudo haber caminado

por esas calles del sur.



¿Dónde andarás, Pancho Alsina?

¿Dónde andarás, Balmaceda?

Yo los espero en la esquina

de Suárez y Necochea...

Hoy... ninguno acude a mi cita.

Ya... mi vida toma el desvío.

Hoy... la guardia vieja me grita:

"¿Quién... ha dispersado aquel trío?"

Pero yo igual los recuerdo

mis dos amigos de ayer...



Una vez, allá en Portones, me salvaron de la muerte.

Nunca faltan encontrones cuando un pobre se divierte.

Y otra vez, allá en Barracas,

esa deuda les pagué...

Siempre juntos nos veían...

Esa amistad nos tenía

atados siempre a los tres.
 
 
Cada tanto, cuando nos veíamos, arrancaba a cantar este tango, y siempre decía, que era el único que se sabía entero. Porque era de Barracas.
 
La verdad que, que se muera alguien querido nunca es fácil. Y a la distancia, no sé todavía. Si es más difícil o más fácil. Y no tiene mucho sentido saberlo.
La verdad que tengo muchas ganas de abrazar a mucha gente.
 
Y me dieron ganas de que esté acá también don Gelman. Que nos viene acompañando mucho en la voz de
Mar y que tiene mucho que ver con esto.


habría un par de cosas que decir/
que nadie la lee mucho/
que esos nadie son pocos/
que todo el mundo está con el asunto de la crisis mundial/y

con el asunto de comer cada día/se trata
de un asunto importante / recuerdo
cuando murió de hambre el tío juan/
decía que ni se acordaba de comer y que no había problema/

pero el problema fue después/
no había plata para el cajón/
y cuando finalmente pasó el camión municipal para llevárselo
el tío juan parecía un pajarito/

los de la municipalidad lo miraron con desprecio o
desdén/murmuraban
que siempre los están molestando/
que ellos eran hombres y enterraban hombres/ y no
pajaritos como el tío juan/ especialmente

porque el tío estuvo cantando pío-pío todo el viaje hasta el
crematorio municipal/
y a ellos les pareció un irrespeto y estaban muy ofendidos/
y cuando le daban un palmetazo para que se callara la boca/
el pío-pío volaba por la cabina del camión y ellos sentía que
les hacía pío-pío en la cabeza/el

tío juan era así/le gustaba cantar/
y no veía por qué la muerte era motivo para no cantar/
entró al horno cantando pío-pío/salieron sus cenizas y piaron
un rato/
y los compañeros municipales se miraron los zapatos grises
de vergüenza/ pero

volviendo a la poesía/
los poetas ahora la pasan bastante mal/
nadie los lee mucho/esos nadie son pocos/
el oficio perdió prestigio/ para un poeta es cada día más difícil

conseguir el amor de una muchacha/
ser candidato a presidente/que algún almacenero le fíe/
que un guerrero haga hazañas para que él las cante/
que un rey le pague cada verso con tres monedas de oro/

y nadie sabe si eso ocurre porque se terminaron las
muchachas/los almaceneros/los guerreros/los reyes/
o simplemente los poetas/
o pasaron las dos cosas y es inútil
romperse la cabeza pensando en la cuestión/

lo lindo es saber que uno puede cantar pío-pío
en las más raras circunstancias/
tío juan después de muerto/yo ahora
para que me quieras/


Y no escribo esto para recibir sentidos pésames ni un carajo. Sino para compartir. Para abrazarnos. Para que aparezcan todas las cosas del zeide que quieran, anécdotas o lo que quieran. O compartir lo que quieran compartir. En este momento, de viaje, este es mi lugar, entre otros, para compartir. Así que aquí estamos.

Ah y de mí zeide o del  que cada uno tenga por ahí.

Una última:
Dios hizo al vino y al hombre
para que se puedan juntar.
Dios es todo poderoso
hágase su voluntad.

Gracias.

jueves, 10 de diciembre de 2009

Thelonious

Ayer llegué solo y temprano a un show que había en el bar Thelonious de La Paz.

Estaba anunciado el Anselmo Portugal cuarteto. Que al parecer hacían unas fusiones locas entre jazz y bolivia.

Para los que no saben, Thelonious es en honor a Thelonious Monk, pianista y compositor de jazz. Y hay en el mundo muchos muchos bares con ese nombre el mundo donde se toca jazz.

La cuestión es que llegué temprano, va, temprano... Estaba anunciado 21:30, yo llegué a las 22hs y no estaban ni cerca de empezar. Entonces me puse a hablar con uno de ahí, del bar, para preguntarle por algunos carteles que había visto, una big band juvenil de Bolivia, un festival de jazz. Entonces Ramiro, el administrador del bar, muy interesado, me pregunta si soy músico, que sí, que soy trombonista y que estoy de paso....lalalala.
Se para uno de una mesa y me dice: ANDA A TRAERLO AHORITITA!

Opa, dije yo, si no sabía de qué me estaba hablando parecía que me iba a pegar. ¿Si? ¿ahora? Bueno.

Fui a buscarlo. Son unas cuantas cuadras, así que trufi de ida, trombón en la espalda, trufi de vuelta y en media hora ya estaba ahí. Eran como las 22:50 y tampoco habían empezado.

El que me dijo eso fue "El Zegada" o zegadex. El baterista, alto personaje, muy groso, tremendo baterista, tremenda onda, estudió en Berklee yankilandia y ya lo amo.

Y me dice: bueno, qué querés tocar. Arreglamos unos temas y listo, quedó todo preparado. Arrancaban ellos, luego tocábamos juntos y en el segundo set llegaba Anselmo. Otro personaje tremendo.

La cuestión es que la gocé como loco, me di cuenta una vez más de lo que me gusta el jazz, cómo lo disfruto, la adrenalina única que tiene y más tocando con bestias como las de ayer. Realmente tocan muy bien. Un placer único.

Aquí una breve reseña del trío al que nos sumamos tanto yo como Anselmo más luego.

Kimsa Bop, compuesto por David Aspi, en la guitarra; Edwin Mendoza, en el bajo; y Daniel Zegada (Zegadex) en la batería. El grupo hará gala de sus siete años de trayectoria musical que se resume en una propuesta inspirada en el estilo del saxofonista norteamericano Charlie Parker.

 Yo obviamente estoy a años de tocar como ellos pero terminamos de tocar ese primer set y me decían: bueno, vos no te vas más de La Paz, sabelo.
Yo no entendía nada.
Porsupuesto entiendo que no deben ver un trombón nunca pero son tipos que tocan y escuchan jazz, escuchan trombonistas en grabaciones y saben que me falta muuuucho pero sin embargo tiran la mejor. Sin parar.
Y hago tanto énfasis en esto porque estábamos en El lugar de jazz de Bolivia, donde tocan los grosos y realmente ellos son muy muy grosos, pero me tiraron la mejor, de hecho me invitaron hoy de nuevo y el viernes también. Uno en bs as va a una Jam y todos se están fijando cómo tocás, es un desastre, se disfruta tan poco en general en esos lugares. Una vez un amigo me dijo que el problema es que hay mucha tensión sexual contenida en esos lugares. Y estoy bastante de acuerdo. Y acá era otra cosa, no les importaba nada, este zegada jodía, se tocaba todo y tenía una sonrisa más grande que la cara.

Bueno, era contarles eso, me hizo muy bien, la pasé bárbaro y conocí gente súper interesante.
Todos me trataron de maravillas.

martes, 8 de diciembre de 2009

La Paz

Llegamos a La Paz. Esta mañana, temprano.

Conseguimos, como queríamos, un hostel con cocina. Además, es céntrico, limpio, tiene buena ducha y goza de una yapita (hermosa categoría muy boliviana) para mí importante: tiene velador!

Retomé el Quijote (en suspenso por el encuentro de bibliotecas en Cochabamba) y estoy contento.

Es lindo volver a una ciudad en la que ya se estuvo hace varios años. Varios de los reencuentros son visuales e inmediatos. La terminal, bastante abierta, en la que recordé a mi amigo Diego buscando el pasaje para regresar directo a Buenos Aires. La plaza Murillo, en la que tomábamos mate por las mañanas. Luego, algo más físico, en las calles empinadísimas, imposibles.

Me pasa también algo del encanto de las ciudades grandes, de las capitales. El movimiento, la vida en las calles, que casi siempre detesto en Buenos Aires, me encanta ahora. Por unos días, claro.

Pero eso será, seguramente hasta el fin de semana, flanêur del altiplano. ¿Qué ondela ese epíteto?

Pronto habrá más: Miraflores, el barrio de Sáenz; el Alto, con toda su mística; el Sur de la ciudad, más caretón pero dizque lindo; y sobre todo, espero con ansias el regreso a Tiawanaku. La puerta del sol.

¿A dónde será que vamos a entrar ahora?

Es la despedida del altiplano, también, de la montaña, los cerros que nos vienen acompañando desde hace rato. Los que llevan el alma nostalgiosa cuando no se los ve.

Por lo pronto, aprovecharemos esta despedida. Ahorita mismo, me voy a caminar.

lunes, 7 de diciembre de 2009

El Chapare



Como pa que nos encontremos en un rinconcito.


Selva adentro. Sigo con las fotos.

Traslasramas.

Apariciones

De puro gusto, les comparto. Revisando las fotos que fuimos sacando, encontre estíta. Y va con un poema que amo mucho.



I
¿Vuelas con un retrato de ataúd con cuerpo de doncella?
Visitante de la vida del sueño.
¿Traes el cuerpo libre para cantar con la guitarra?

II
A veces el invierno se adelanta en los lugares
subtropicales.
Y no he visto jamás tanta delicada esperanza como ésta.

III
No quisiera despertar nunca de la extrema delicadeza
que hierve en os depósitos de los grandes inviernos.

IV
Potrillos de oro sanguineo y asombrado. Mas altos que el
invierno.

V
Un día llueve, y al día siguiente el invierno luminoso es
cálido.
¿La lluvia? Tétrica, pero rica, no pervertida.

VI
Este invierno he descubierto que hay palmeras celestes.
Extrañas. Con una ferocidad solar y lunar. Y sin nombre.

VII
Debe importarme el agua y el color.
Nada más.
Y la noche, cuando el agua desembarca todas las
apariciones.

VIII
Agua mía, floreada por el sol, el invierno es tu niño con
fiebre.
El niño que solo vende sus ojos a los sueños.

IX
Te odio, hechicera invernal que envenenas el estanque.
Te adoro, impura deseosa de los cuentos:
hada del sexo infantil.

X
Oh coraje y transparencia y peso y brutalidad celeste
del invierno en enero.
Como se descuelgan los monos para crecer y beber
en el color sagrado, mientras duermo mi sueño
brillante,
cautivo del estero.


Francisco Madariaga

Salud!



La semana pasada, el Pepe.

Ayer, el Evo: 63%, tremendo lo del quía! Y nos fuimos a festejar a la plaza, a la noche.

Lindo lindo.

Pensamos, también, qué lejos estamos en Argentina, nosotros dos, de salir a festejar por unas elecciones, de tener a alguno como el Evo o el Pepe. ¿Vendrán? ¿Será que no los conocemos? ¿Por qué?

Claro, no van a cambiar el mundo, ni siquiera el contintente, siquiera sus países. Probablemente. Pero sí pueden cambiar unas cuantas cosas. Y hablan de un pueblo que no está tan dormido. Parece.

(en la foto de abajo, el senador electo por Cochabamba, Adolfo Mendoza, dizque muy capo)

Salud!

Buen viaje

A modo de diario. De despedida. De brindis. De buenviaje.

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Sábado 5 de diciembre

Emprendemos ahora otro viaje, otro recorrido. Serán distintas las modalidades de vida, los tiempos, también los horizontes, los paisajes.

Hoy llueve. El cielo gris me resulta hermoso, y me pone contento. Ese contento melancólico, saudoso, que siento muy propio de mí.

Tomo té de manzanilla, como un pan rico. Estoy en el búnker, sentado en un sillón. Hago así como planes para lo que viene.

Vamos no sólo hacia el norte de Bolivia y el nordeste de Brasil. Vamos hacia la selva y hacia el mar. Dos paisajes que amo, dos mundos que son mundos míos. Y en lugares donde las ciudades serán menos frecuentes.

Naturaleza.

Palabra sencilla, clara, sin más pretensiones de las que ahora necesito. Dicho simplemente, quiero ahora un viaje de conexión con la naturaleza. Sentir pasar el agua, abrazar los árboles, dejarme colorear en los verdes. Hacerme orilla.

Que la lluvia caiga mansa o furiosa, para estar bien adentro. Dentro mío. Dentro del mundo.

Viene un tiempo de otros encuentros. Tal vez, de seguir aprendiendo una calma bella y necesaria. De regresar ya decididamente invadido por las lianas y la espuma.

Escribí alguna vez, en una canción, que los caminos pasan y se quedan adentro. Adentro, magari, traeré la selva y el mar, latiendo vivos.

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Domingo 6 de diciembre

Concentrándome para emprender viaje, nuevamente.

Importante es ese otoño, esa retracción, esa inmersión previa a la partida.

Algo reverbera.

Necesaria la soledad, la intimidad, el ciudado. La mirada hacia adentro. El descanso.

Viene el verano. Y con el verano, la selva y el mar. Viene un sueño desde hace tiempo: el Amazonas en barco.

Y estarán también otros: Iemanjá en Bahia, um tempo largo largo junto al mar, caminando, Rurrenabaque y la selva del Beni, las fronteras lejanas, un viaje en auto, en camioneta, road movie, el quijote acompañando, tiempo para la guitarra. El mismo andar libre del viaje, de por sí.

Partir nuevamente. En una partida que tal vez tenga algo de última. De cierto tipo de viajes. De cierto momento de la vida. Sin muchos datos al respecto, es algo que intuyo.

Despedidas. Bienvenidas.

Necesito decir de vuelta: buen viaje. Decirme, decirte, decirles, decirnos: buen viaje.

Cuando veo escritas esas dos palabras, parecen una sonrisa.

Bienvenidas las despedidas.

jueves, 3 de diciembre de 2009

Un poco de todo

Nos estamos empezando a ir.

Se cumplieron tres meses de viaje.

Los últimos días fueron de limpieza, de más descanso. De más diarrea.

Y se acaba toda una etapa súper intensa, de muchísimo aprendizaje, de mucho sembrar para seguir trabajando. Adentro y afuera.

Y se acaba para dar lugar a otra.

Otra etapa.

Menos tallerística. Más aventurera quizás. Más natural, menos citadina. Más incierta aún.

Con más miedos probablemente.

Con muchas ganas.

Se viene la selva. Se viene el Mar. Se viene el encuentro con gente querida. Se viene el otro viaje.

Y la verdad que ojalá nos vaya al menos un cuarto de lo bien que nos fue en toda esta primera etapa. Porque fue increíble.

Y también uno se replantea un poco. Seguir. No seguir. Cómo seguir.

La verdad que se extraña. Es innegable. Se extrañan muchas cosas y mucha gente.

Pero también son muchas las ganas de seguir. De llegar a lugares muy inconmensurables. De naturaleza que abraza y limpia, da vuelta, llena, etcétera etcétera.

Un poco de chau ya.
Como pa que haya tiempo de despedirse.

Y también otro gracias. Grande. A todos los que de muchas muchas formas nos acompañaron y nos acompañan. Desde Buenos Aires y desde distintos lugares encontrándonos, conociéndonos, aprendiendo mucho.

Gracias.

sábado, 28 de noviembre de 2009

Sábado de limpieza

Como si fuera poco, se largó a llover. Una tormenta hermosa, gorda, intensa. Y encontré, en el restaurant, una mesa bajo un árbol florido.

Techo de hojas y ramas.

Casa.

En las manos, una novela policial. Impecable.

Día de limpieza. Desde el jueves, miércoles tal vez, algunos malestares, de esos sin nombre, me venían insistiendo. Luego de tiempo largo de plenitud, de soles corriendo, aparecieron, pequeñas pero firmes, algunas oscuridades. Las de siempre. Las que tenemos todos. Las que nos hacen humanos.

Hablando de antropología, suelo decir, a veces, que uno de los mayores problemas de la civilización, el progreso, la tecnología, la vida burguesa, es que, en todos los esfuerzos que ahorra, nos priva, silenciosamente, de placeres mínimos, pero vitales, de esos mismos esfuerzos. Descargas, desconexiones, movimientos que se ponen en juego en las actividades domésticas. Cocinar, lavar, barrer, entre otras.

Gestos vitales.

Creo que el movimiento que estas tareas generan es doble. Por un lado, el andar mismo del cuerpo, del poner la mano, los brazos, las piernas, muchos músculos, articulaciones, en acción. Por otro, un movimiento simbólico: no podemos barrer el cuerpo por dentro; por eso, quizás, pasar la escoba por el suelo del cuarto sea la única forma que tenemos de hacer volar basuras, polvos, restos. Y lo mismo con el orden, con el agua que escurre, con el aire que entra y sale.

Esta mañana me quedé solo, por un rato, en el departamento que nos prestaron, en el que estamos viviendo. Importante la soledad, también.

Hacía rato que papeles, ropa, botellas viejas, tazas, libros, frascos, cubiertos, bolsas, se venían acumulando en cualquier lado, formando montones feos, incómodos. Hacía unos días, también, que tenía ropa encerrada en una bolsa, para lavar, esperando que termine una semana ocupada. Y hacía días, también, que el único sillón del monoambiente estaba instalado en un lugar poco cómodo para asillonarse un rato, y cubierto por cosas que perfectamente podían estar en otros lados.

No me levanté, en realidad, con la intención de limpiar ni de ordenar. Como mucho, de lavar unas camisas, unos calzoncillos, un par de medias.

Pero en cuanto me quedé solo, y disco de Fandermole de por medio, fui, sin darme cuenta, encadenando lavado de ropa con orden de papeles, limpieza de vajilla con traslado de sillón, reacomodamiento de libros con decoración de pañuelos colgantes, barrida de suelo con tendido de la cama, y así.

Así. Cuando terminé, era otro. Me di una ducha despaciosa, relajada, y así también me vestí y salí a la calle.

Un rato a la plaza, a tocar la guitarra,. Me reencontré con la partitura de una chacarera de Moscardini, que se me había ido de los dedos y extrañaba. Sonrisa, al galopar en la madera, el bombo sonando mudo, bien adentro.

Con ese ritmo, vuelta a casa: ¡Qué lindo encontrarla así! ¡Ordenada! ¡Limpia!

Dejé la guitarra en casa. En el rincón que había decidido asignarle. Agarré un libro que hoy mismo encontré en la biblioteca del departamento, y salí a buscar un almuerzo. A pocas cuadras, me asomé a una puerta que no prometía. Me asomé, sin embargo. Y, como suele pasar en Cochabamba, tras un pasillo esperaban un patio y, frondoso y desprolijo, algo así como un jardín.

Hallé una mesa debajo de un árbol. Un techo de hojas y ramas. Un árbol florido. Y empecé a comer despacio, adentrándome en la novela.

Empezar un libro no que promete es para mí placer escaso.

Como si fuera poco, se largó a llover. No me importó que la ropa haya quedado afuera, colgada.

jueves, 26 de noviembre de 2009

De una noche increíble

50 personas.

2 locos en el escenario.

Y todos disfrutando mucho mucho.

La verdad que es inexplicable, inconmensurable.

El jueves también tocamos, pero no fue nadie a vernos, y había mucha gente que no había ido a escucharnos. Mucho ruido. No estuvo bueno, para nada.

Y al otro día. Las dos mismas personas, la pasamos del carajo, vino un montón de gente a vernos. Hubo muchos momentos de silencios sepulcrales escuchándonos muy atentamente. Muchos.

Fue muy lindo. Muy disfrutado de ambos lados.

Cantamos mucho, tocamos mucho, hubo narices locas, melódica, trombón, guitarra, gargantas propias y ajenas. Baile, sonrisas, flashes, durante y después.
Hubo también un Camino, de Mar, que es una canción muy muy hermosa, me encanta mucho y es un disfrute enorme participar.

La verdad che...

No se.

Muy lindo.

Qué lindo que es cantar!

Y hoy lejaim!

Que para los que no saben es por la vida!

viernes, 13 de noviembre de 2009

Hoy un tipo

Después de cantar un tango en un restaurante, mientras pasaba la gorra me dijo: che, cantás muy bien. ¿Qué hacés acá? Vos deberías estar en un teatro.

Ajá, mirá vos...


Probablemente esté medio loco, pero estuvo bueno.

Un jardín

Ayer estuve en el jardín Botánico de Cochabamba. Lindo lugar, con una sección especial de eucaliptos.

Y necesario reposo, sombra, necesaria brisa.

Pensé, ahí estando, en lo necesario que puede ser, para mí, tener un jardín al alcance de la mano todo el tiempo. Para abrir en un colectivo lleno, en un cuarto con poca ventana, en medio de una clase aburrida. Y pensé también que es la poesía la que lo permite.

Me acordé de Francis Ponge, y de crear objetos con palabras. Realidades de palabras.

Me acordé de Paul Valery, y de que "para un poeta no se trata de decir "llueve", sino de hacer llover".

Y entonces empecé un par de ensayitos de jardín. Transcribo uno, para compartir.

E invito a hacer otros jardines a quienes gusten. Vamos poblando.


Un jardín

el olor del verano.

la sombra, una isla.

verdes de todos los colores
y entre la orquesta
de susurros, un árbol
para treparse.

juega el aire en las ramas.

cruje el suelo.

otro árbol
para abrazar

miércoles, 11 de noviembre de 2009

"La cancha"

Uno entra y se complica salir.

Empieza a ver puestos y más puestos, más puestos y más y más. No termina nunca.

Según nos dijeron tiene 11Km²

La cancha es un mercado. Para algunos el más grande del mundo. Para otros el de sudamérica.

Hoy estuve ahí y la verdad que es muy impresionante, increíble, inconmensurable, imposible, inentendible.

Y muy llamativo.

Entré y daban de comer, como por una cuadra, después unas señoras con sus máquinas de coser, unas cuantas.
Locales de cosas electrónicas, frutas en las periferias y sigo entrando. Huevos. Huevos. Huevos. De todos los colores. Señoras vendiendo huevos. Nada más y nada menos. Pero unas cuantas señoras eh, como 50m donde sólo se venden huevos.

Porsupuesto no quedó ahí, después aparecieron cebollas, por todos lados, locotos. Señoras rodeadas de cebollas, otras de locotos.

No se si se comprende, y a todo esto yo no paraba de caminar. No estaba uno al lado del otro, es muy muy grande.

Cuando pensé que ya no me iba a encontrar con más cosas que me sorprendieran me encuentro con que hay PROMOTORAS!!! Eso ya sí que era increíble, con productos de limpieza, con bebidas para probar, ya era mucho, después creí que salí y no, ni un poco, seguía y seguía, había como unas calles en las que las personas caminaban más rápido de lo que andaban los autos, había gente vendiendo ratas muertas, muy raro. Ropa, gente vendiendo sólo ajo, mucha gente. Otros sólo tomate, como una cuadra entera. Unas carretillas enormes llenas hasta más no poder, de carne, de hojas, etc.

Muy increíble.

Porsupuesto no faltaban los chantas que venden esos remedios mágicos que te curan todo lo que todos tenemos, te hacen sentir como el culo por todo lo que hacés y te dicen que eso te cura todo.

He estado en muchos mercados hasta ahora, algunos muy muy grandes, pensé que este no me iba a asombrar tanto pero la verdad que es gigantezco y muy particular.

Según me contó una vendedora están desde las 4 de la mañana hasta las 9 de la noche. Y los días que se llena del todo de vendedores son los miércoles y los sábados.

Yo no entiendo quién compra tanto como para que le rinda a tanta gente.

Un día de estos voy a ir con la cámara a ver si les puedo mostrar alguito.

miércoles, 4 de noviembre de 2009

Se apareció

en el parque, esta tarde
quería escibir
entre los árboles, un poema

(¿por qué será que queremos
a veces
escribir un poema
precisamente un poema?).

me senté
en un banco, bajo un ciprés,
sonando, veraniego, el latido
de pájaro pequeño, o de insecto
que el riego hace al girar
y que a veces, hoy no
dibuja arcoiris
a escasa distancia del suelo.

saqué el cuaderno y apoyé
la espalda
contra el banco.

leve, con la brisa, la sombra
de las hojas
de los árboles sobre
la hoja
blanca.

la sombra / la danza

voilá: el poema

Vean el picassa que hay mucha foto nueva!!!

http://picasaweb.google.es/laficyp/

martes, 3 de noviembre de 2009

En Sucre

Llegamos luego de 9hs de viaje en una camioneta que ya conocerán por fotos, haciendo un trayecto que habitualmente se hace en 3hs.

Hemos ido durante largos ratos a 10km/h.
Es un ejercicio de paciencia único.

Pero estamos en Sucre.
Y es muy muy lindo.

Y volvieron las Santas Ritas.

Homenaje

Entro internet, me meto, como casi siempre que vengo al cyber, en la web de Página12. Me espera ahí una noticia especial, quizá no tan relevante a nivel internacional, pero sí intensa para mí, ahora. A los cien años, murió Claude Levi-Strauss
(para los que no saben quien es, resulta ser un antropólogo de los más importantes del siglo XX, y uno con quien yo siento gran gran afinidad).



No se bien qué me genera. Por lo pronto, la necesidad de escribir esta entrada y, además, a algunos amigos en particular. Mucho hemos hablado con algunos acerca de él (y de su longevidad) y se viene a morir justo ahora estando de viaje. No es para menos (me pongo un ratito en el centro del mundo), estando de viaje.

Levi-Strauss fue, sin dudas, uno que, por supuesto sin saberlo, me invitó y me acompañó a viajar. De la manera más directa, en el último verano, leyendo, en trenes, sombras de árboles, camas, caminos, Tristes tropiques. Pero también antes con anticipos, fragmentos, ideas, preguntas.

Con recorridos maravillosos, como en La eficacia simbólica, donde sentí respondidas muchas preguntas que me había hecho siempre, y sentí aparecidas muchas más preguntas que no me había hecho nunca.

Con un elogio inesperado y escondido al mate, que invita a un amargo en francés.

Con el nombre intrigante de uno de sus libros más conocidos, que dio nombre al programa de radio que disfruté, durante un par de meses, con mi amigo Tom: El pensamiento salvaje.

Con sus múltiples búsquedas: antropólogo, viajero, músico, escritor, filósofo, por lo menos. Pero también escribiendo sobre literatura, artes plásticas, paisajes.

Entre otras muchas cosas, no?

Es como si se hubiera muerto un ser querido. Pero bien, a una edad en la que anduvo mucho, y está bien que descanse.

Por eso, aprovecho nuevamente para brindar. Con todos los andantes, los viajeros, los amantes de la palabra y de la pregunta.

Con los que nos vamos encontrando y mirando a los ojos, y abrazando.

Salud, y vino a la pacha, a regar con embriaguez la salud de los que nos anteceden en este mundo!

miércoles, 28 de octubre de 2009

Llegó lo prometido

El jueves pasado se nos acercó un chaboncito llamado Rando, que se nos puso a hablar durante mucho tiempo sin parar y nos quería llevar a tocar a todos los boliches de Potosí. Sin escucharnos. Recorrimos un par de bares con él, e hizo arreglos medio extraños. Como para tocar en tres lugares distintos en una misma noche (la siguiente) y hacerlo no solos, sino con dos neocelandeces que levantamos en el camino, uno de ellos trombonista, el otro pianista, pero con melódica. Veníamos caminando con Rando por la calle y viene un extraño a saludarme. Yo no entendía nada. Hasta que me dice, yo también toco el trombón, ya estábamos casi abrazándonos.
En origen la cita era a las 9 en un boliche donde tocaba otra banda, de la cual él dijo que le debían un par de favores, por lo que no iba a haber problema para que toquemos unos temas en el medio y publicitemos nuestro show posterior, y del día siguiente.
Obviamente, no llegó. Pero nos pusimos hablar con los pibes de la banda y su manager (de dudosas buenas intenciones) dijeron básicamente que Rando era un versero y que les venía prometiendo cosas hace mucho que nunca hacía. Se coparon a pleno para que toquemos en el intervalo. Quedamos en hacer dos temas nosotros, dos los neocelandeces, y dos todos juntos (con la banda también). Decidimos Lechu y yo que esos temas fueran Vamos Fugir (de Gilberto) y Alzira e a torre (Lenine).


La banda tocó toda una tanda de como 40 min, en ese tiempo nos íbamos conociendo con nuestros nuevos amigos y nos enteramos que la banda iba a tocar tres tandas y nosotros aparecíamos en el segundo intervalo. O sea, faltaba un montón. Antes de entrar ya estábamos como para irnos a dormir pero le metimos mucho huevo y llegamos despiertos hasta el momento esperado.


Arrancamos nosotros con un tanguito y una bossa, siguieron Jimmy y Mike con un par de reagges muy buenos y ahí se vino la fiesta. Nos prendimos fuego! Yo con la eléctrica, Lechu cantando, y además trombón, trompeta, bajo (el nachito boliviano), batería , y teclado. Como locos!
Muy desprolijo, pero muy lindo. Incendiados, la gente a pleno.

Parecía como si siempre hiciéramos eso, fue muy groso, muy divertido y la pasamos muy bien.
Y luego nos volvimos a seguir tomando birra, mientras la banda (de reagge, bastante buena) estaba por volver a empezar.
La polémica vino entonces: nos querían cobrar la entrada del show, que se cobra en la mesa!
Pará loco, media pila. Hablamos con los pibes de la banda, nos dicen que hablemos con el manager. El manager (un muerto) nos dice que era el tema con la dueña del bar. Así, arrancan a pasarse la pelota unos a otros. Nos dicen que después lo hablan y nos dicen.
Cuando termina el show (que, arengando como locos con baile, trencito incluido, hicimos fiesta, con el Chule, Jimmy y Mike) nos traen la cuenta. Y nos cobraban la entrada! Jimmy agarró el papel, tachó esa parte, y puso la cuenta con la resta.
Nosotros teníamos el problema que con la dueña del bar estábamos armando otras movidas, y no nos convenía pelearnos. Igual fuimos a hablar de vuelta con Micky, el manager, y nos terminamos casi cagando a puteadas. Yo estaba un poco como loco, aparte me indignaba mucho que le dijeran Micky al chabón, le quería decir: MIGUEL!!! PONETE LAS PILAS!!!! NO VINIMOS A VER A LA BANDA!!! SI NO TOCÁBAMOS NO ENTRÁBAMOS!!! Pagamos, porque de úiltima la guita es lo de menos, y nos vamos. En la puerta me quedo cinco minutos, hasta que aparece Jimmy que le habían devuelto la plata de las entradas.
Como sea, muy bizarro. Pero muy grosa la tocada: y yo con la eléctrica!



La reflexión fue: esto es música.

El encuentro con Jimmy y Mike fue lo más.

Ya vendrá más sobre ellos.



Referencias: Mar

Lechu

Por si no se entendió.