martes, 8 de diciembre de 2009

La Paz

Llegamos a La Paz. Esta mañana, temprano.

Conseguimos, como queríamos, un hostel con cocina. Además, es céntrico, limpio, tiene buena ducha y goza de una yapita (hermosa categoría muy boliviana) para mí importante: tiene velador!

Retomé el Quijote (en suspenso por el encuentro de bibliotecas en Cochabamba) y estoy contento.

Es lindo volver a una ciudad en la que ya se estuvo hace varios años. Varios de los reencuentros son visuales e inmediatos. La terminal, bastante abierta, en la que recordé a mi amigo Diego buscando el pasaje para regresar directo a Buenos Aires. La plaza Murillo, en la que tomábamos mate por las mañanas. Luego, algo más físico, en las calles empinadísimas, imposibles.

Me pasa también algo del encanto de las ciudades grandes, de las capitales. El movimiento, la vida en las calles, que casi siempre detesto en Buenos Aires, me encanta ahora. Por unos días, claro.

Pero eso será, seguramente hasta el fin de semana, flanêur del altiplano. ¿Qué ondela ese epíteto?

Pronto habrá más: Miraflores, el barrio de Sáenz; el Alto, con toda su mística; el Sur de la ciudad, más caretón pero dizque lindo; y sobre todo, espero con ansias el regreso a Tiawanaku. La puerta del sol.

¿A dónde será que vamos a entrar ahora?

Es la despedida del altiplano, también, de la montaña, los cerros que nos vienen acompañando desde hace rato. Los que llevan el alma nostalgiosa cuando no se los ve.

Por lo pronto, aprovecharemos esta despedida. Ahorita mismo, me voy a caminar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario