martes, 29 de diciembre de 2009

Estampas de Guajará-Mirim

El carimbo

No fue tan fácil la entrada a Brasil. Aunque la noche de la llegada fue plena euforia, por el portugués, la música, la mesma sensación de estar en Brasil, al día siguiente aparecieron algunos problemas. Uno de los principales, con el sello del pasaporte. Aquí llamado carimbo.

Como era 25 de diciembre, la parte de migraciones de la policía (donde acá se hace dicho trámite) estaba cerrada, y el policía que nos recibió, aunque perfectamente podría habernos sellado, nos hizo un conflicto absurdo, diciendo que tenían órdenes de no dejar pasar a gente que pudiera quedarse a vivir con medios como artesanías o malabares. Una especie de ley anti-mochileros. Vino con nosotros hasta el hotel, a revisar las cosas, y nos dijo que teníamos que esperar hasta el lunes para que el jefe decidiera si nos dejaba entrar o no.

Era viernes.

Pasó todo el fin de semana lleno de dudas, por lo absurdo del planteo. Para un argentino, no debería haber problema alguno para entrar en Brasil. Y yo, por primera vez en muchos años, estoy viajando con el pasaporte argentino. Pero no hay caso.

Averiguamos, nos cubrimos con teléfonos de mis parientes de San Pablo, del consulado y otros discursos posibles para pasar sin drama. Innecesario. El lunes, al ir a la policía, nos recibió una gente totalmente distinta, y, más allá de preguntarnos por qué teníamos el sello de salida de Bolivia hace cinco días, no hubo problema alguno.

Carimbados.

Ahora sí, también legalmente, estamos en Brasil.

Bem-vindos

El hombre solitario

Hay en nuestro hotel, el Fénix, un hombre solitario. De cabeza grande, semicalvo, mirada triste, lo cruzamos cada tanto en la terraza o en las mesas que el supermercado, del mismo dueño, pone en la vereda para que la gente tome cerveza.

La primera vez que lo vimos fue tocando en un restaurant. Estaba comiendo, solo, por supuesto.

Sonrió, con mirada saudosa, y colaboró. No sabíamos que estaba en nuestro hotel, pero desde entonces nos lo cruzamos varias veces. ¿Qué vino a hacer a Guajará-Mirim? ¿Qué hace de su vida en Porto Velho? Nos dijo que allí vive, aunque es cearense, de Fortaleza.

Dan ganas de conversar con él, pero no es tan fácil.

A veces, alguna gente invita a estos misterios.

La onda con los músicos 1

Ayer fue el primer día que, ya carimbados, pudimos dedicarnos a trabajar. Me refiero, con esto, a tocar en los restaurantes y bares y pasar la gorra.

Salimos al mediodía, un poco tarde, pero dispuestos a, aunque sea, hacer dos o tres lugares. Pero después del primero nos dimos cuenta que muchos estaban cerrados, o vacíos, y el sol pegaba fuerte. Encontramos uno a un costado, la Casa do chef, y nos acercamos para ver si daba para tocar.

Ni bien pusimos la ñata contra el vidrio, para curiosear, la puerta se abrió y una mujer nos invitó a pasar. Le explicamos lo que queríamos y nos dijo que, a esa hora, no íbamos a encontrar ya gente en los restaurantes. Que nos quedásemos a comer ahí. Que nos hacía un precio.

Le preguntamos cuánto, y le entendimos que 3 reales cada uno, comida libre. Nos sorprendió, pero como era muy simpática, le creímos y fuimos a llenar los platos, con ensaladas fresquísimas, carnes tiernas y de distintos animales, salsas que hace rato no probábamos. Ahí vimos el precio del restaurant: 13 reales, tenedor libre.

Nos sentamos, entonces, mientras seguíamos comentando qué barato nos parecía. ¿Será que tiene un hijo músico que anda rodando mundo? ¿Qué es excesivamente buena onda? No encontrábamos una respuesta.

En seguida vino la moza, preguntó por bebidas y pedimos una Sprite, en lata. Comenzamos a comer y nos encontramos con una sorpresa: un aceite con especias que le habíamos puesto a la ensalada era notablemente picante. Así que hubo que pedir otra lata.

Ahí miramos el papel en el que la moza iba anotando lo que consumíamos. Además de las bebidas, decía 13 reales. Ahí nos pareció entender mejor lo que pasaba: no era tres reales cada uno, sino 13 por los dos. En eso consistía el hacernos precio.

Terminamos de comer, me levanté para pagar. No había sido, finalmente, tan barato, pero habíamos tenido un gran almuerzo sin pagar tanto. Eso parecía.

Cuando le entrego el papelito, la dueña, en la caja, la misma que nos había dicho que nos hacía precio, nos dice que la cuenta total era de 31 reales. Qué cosa, no? Con la misma sonrisa.

Nos la mandó a guardar. Y nosotros que somos tan de confiar en la gente.

La onda con los músicos 2

Cambió la cosa a la noche. No sólo tuvimos varias tocadas lindas, incluyendo festejo de cumpleaños y un restaurant con la gente pidiendo otra una y otra vez, y tocando siete u ocho temas. En una casa de saltenhas (empanadas) tocamos sin gran éxito económico, pero con buena onda de la gente del local. Y cuando nos estábamos yendo, un tipo de una mesa nos dice que esperemos, que nos llaman de adentro.

- Querem comer?

Y mirá si le vamos a decir que no. Resolvimos, eso sí, no pagar bajo ningún punto de vista. No hizo falta. Nos hicieron sentar, nos dieron dos empanadotas a cada uno, nos trajeron una coca-cola grande y, antes de irnos, charlamos un rato con la encargada.

- Voltem outro día.

Les gustó la música. Y tiraron buena onda. A veces toca, también

La luna en el río

Saturday night. Barcito con música en vivo, el dueño tocando. Llevamos los instrumentos, nos ofrecemos para hacer un par de temas, y nos dan escenario. Tocamos tres y bajamos. Bien, pero el quía no tenía ninguna gana de no estar al frente.

Nos quedamos un rato, tomando una cerveza, y se me ocurre irme a dar una vuelta al río. A la tarde habíamos encontrado un lugar bello, una especie de mirador, y la luna estaba gordita y baja, grande.

La fui mirando hasta llegar a la costa. Subí las escaleras, llegué hasta la baranda.

Miré.

De una orilla a la otra, temblando con el agua en la superficie, un camino perfecto, ancho, de un amarillo pálido, suave. Del pueblo hacia la selva, si se pudiera caminarlo. ¿Y de ahí para arriba?

Difícil el mate

Nos quedamos sin yerba, y conseguí una barata en el súper: se llama Laranjeiras. Pero no la recomiendo.

Al abrir el paquete y ponerla en el mate, me di cuenta que no iba a estar fácil. Puro polvo. Pero puro, eh? Y algunos palitos, pero nada intermedio. Raro, che.

Cada vez que queremos matear hay que sacudir y sacudir, y la yerba casi desaparece. Pero eso no es lo peor. Cuesta una barbaridad que no se tape. Le vamos buscando las mañas, poniéndole mucho huevo. No creo que la tiremos. Pero el problema es que compré un quilo, le tenía fe.

Para quien se venga para estos lados, ya sabe. Al menos cuál no. Cuando sepa cuál sí, aviso.

No hay comentarios:

Publicar un comentario