jueves, 11 de marzo de 2010

La tierra

Llegar a la tierra propia. Extraño, tal vez, que fue el Uruguay el que me dio ese regalo. A mí no me sorprende. Al cruzar la frontera, una avenida en el Chuy, con los últimos reflejos del día, sentí una emoción muy honda, y que pocas veces había vivido: la de llegar a mi tierra.

Comenzó en los campos gaúchos, sur de Rio Grande do Sul. El horizonte estirado, los verdes pálidos e intensos, ondulados. Las nubes. El aire. Los caminos vacíos, nostalgiosos. Sobre todo, al atardecer prolongado y sin apuro.

Luego, al bajar del ómnibus, un hombre en la calle, barba, mate y pucho. El frío del fin de la tarde. El castellano.

Por la noche, ya, una parrillita, la primera en mucho tiempo. Copa de vino, tira de asado, pan con manteca antes que llegue la comida. En la televisión, partido de fútbol. Brindis con todos los que llevo adentro. Salud.

Extraño, tal vez. Pero no me sorprendió. El Uruguay es, para mí, esa patria intocable que se hace con la infancia. Y varias cosas más. Un lugar muy querido. Y que, en ese cruce, fue la tierra. La tierra.

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en el medio del campo
una casa de ladrillos
solitaria.

dos ventanas, una
encima de la otra
miran largas al sol que se pone.

entre los postes
camina el silencio.


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en la punta, donde
el agua llega mansa hasta el malecón,
compré medio quilo de mejillones.

con vino blanco, ajo
y perejil, me dijo
la vendedora
que tengo que cocinarlos.

salvo lo del vino
recordaba el resto, pero aún
así esas conversaciones
afables, mínimas
son siempre reconfortantes.


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el sol demora
en esconderse, está clavado
en la orilla del cielo.

las gaviotas no lo miran
pero lo sienten, parece.
y algunas, al abrigo
de la última luz, conversan
en parejas.

pasa un velero.

la isla se ve larga y antigua.

un hombre mayor señala
al este, y dice
a su nieto: mirá
ya salió la luna


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la mañana, fría, flota
en un halo de transparencia.

el rocío se demora
aún en el pasto
y cuando regreso de caminar
por el jardín, la sombra
de mis pies se dibuja
perfecta en las piedras.

un zorzal pasea por el suelo
con la elegancia
de la sencillez.

Cidade maravilhosa

Para el final, lo primero que se parece un poco más a una crónica sobre mi paso por una ciudad. Desafío de escritura, y jugar un poco al escritor. Me fui, una noche, la última en la ciudad, a tomar una cerveza junto al mar, con el cuaderno. Y estuve un rato trabajando.

Luego seguí, en el Uruguay. Y hoy, ya hace una semana en Buenos Aires, lo paso al blog. Bienvenidos.

I - La escritura y los lugares

La primera vez que fui al museo de arte moderno de Río de Janeiro era domingo de finales de carnaval. Al llegar a la puerta, sin embargo, me llevé una decepción. Un policía me informó que estaba cerrada, y que recién abría nuevamente el martes.

Ese día regresé. Pero al entrar, una mujer de uniforme militar, a la que no esperaba encontrarme, me explicó que el edificio del MAM no era ése, que servía, en realidad, de base la museo de la segunda guerra mundial. El que yo buscaba, agregó, estaba doscientos metros más adelante.

Que ambos museos estén en un parque, y que el museo militar tenga una estructura aquitectónica bastante audaz ayudaron, sin duda, al equívoco. La cuestión es que el domingo, cuando el MAM sí estaba abierto, finalizaba una exposición que hoy pienso me hubiera gustado ver: "Take care yourself", de Sophie Calle. De cualquier manera, es probable que, si hubiera entrado al museo el domingo, hoy no estaría empezando por referenciar la muestra. Quiero decir, me impactó por el modo que lo hizo por llegar en un momento en que, ordenados por el azar, sentimientos, palabras, preguntas, temperaturas, sonidos, se habían configurado de modo tal que, al mirar, el martes, el catálogo de la exposición, sentado en un banquito del salón del núcleo experimental de educación y artes, algo comenzó a decantar hasta llegar a convertirse hoy, en un punto más o menos nítido que funciona como referencia, faro, al comienzo de esta crónica sobre mis primeros y, por ahora, únicos, cinco días en Río de Janeiro, ciudad de Vinicius y Jobim, del carnaval carioca, la playa de Ipanema y varias cosas más.

Take care yourself. La instalación, o lo que supe de ella a través de un libro que hojeé en no más de veinte minutos, parte de un hecho de la vida de la artista: la separación con su novio. Más específicamente, el mail que el le envió informándole de la ruptura. Sophie Calle imprimió y repartió el mail a ciento siete mujeres, elegidas por sus profesiones o competencias dadas por roles en la vida, pidiéndoles que, a su modo, lo interpretaran. Había una psicoanalista, una adolescente, una criminóloga, varias actrices. Entre otras, por supuesto. Eran ciento siete.

Cada una hizo lo suyo: análisis textual, una performance, una música, una fotografía. Interpretaciones diversas y en grandes cantidades.

De entrada, me provocó bastante rechazo. Por dos motivos, principalmente. Uno, el partir de un hecho de la vida privada, y tan íntimo. Eso me resulta triste, y no uso esta palabra en su sentido peyorativo, sino de modo mucho más literal: me entristece pensar a alguien mostrando a todo el mundo una carta así. Segundo, porque, aunque después lo pensé en sentido exactamente contrario, me pareció un elogio a la hiperinterpretación. Y creo, a veces, que toda explicación y comprensión mata la vida del cuerpo y la palabra. A veces. De hecho, un rato después, estaba pensando casi todo lo contrario. Si es que lo contrario es asumir que uno interpreta, mucho y permanentemente, quiera o no.

Acá se enlaza con la llegada a Río. Si estoy ahora, en mi última noche en la cidade maravilhosa, jugando al escritor en una mesa de bar, es, en parte, porque el sábado último pasé el primer rato de la primera mañana leyendo Confesiones de un burgués, de Sandor Marai, disfrutando centímetro a centímetro de las peripecias, ingenuidades y lucideces de la vida de un escritor, y volviendo a pensar que muchas de las cosas más lindas de mi vida están atravesadas por eso que llamo horizontes míticos, ficciones que dan al paso del tiempo, habitualmente confuso y oscuro, ciertas coordenadas, cierto pulso, ciertos colores. Me di cuenta, en la mañana del sábado, que el estar solo, en una ciudad con rincones e historia, varios días, podía ser muy rico si ese ser esos días solitario, que vengo a ser yo, se ponía, sin mostrárselas a nadie más allá de, tal vez, alguna mirada, las ropas de Marai, junto con las de Cendrars y Aira, por traer escritores de los que hace no tanto leí textos autobiográficos.

Interpretación, ni más ni menos. ¿Hay otro camino? En la selva de los símbolos, por lo menos puedo elegir las plantas de las que me sirvo, los árboles a los que me trepo.

Tomé más conciencia con el paso de los días. Disfrutaba de atravesar el paisaje, los días, la gente, no sólo con el juego del escritor cínico, sino también con la saudade de Vinicius, todo el abismo baudeleriano del mar, el Río de Janeiro capitalino y decimonónico de Machado de Assis. Y para eso necesitaba de la palabra, de la escritura. De dar al mundo, al tiempo, a la ciudad, una ciudad, un tiempo y un mundo propios. Literatura, que le llaman. Creo que todos la practicamos, todo el tiempo. Pero a veces hace falta darle un lugar más concreto. Así, heme aquí escribiendo, tomando una caipirinha y frente al mar de Copacabana.

II – La ciudad. Paisaje y lugares para estar

Hace ya años que me pregunto si quiero o no vivir en Buenos Aires, y, más a fondo, si quiero o no vivir en una ciudad. Habitualmente me respondo que no, pero tengo evidencias para sospechar que estoy mintiendo. Por lo menos en el tono de certeza con la que contesto.

Río de Janeiro es una ciudad. Esto es, entra a jugar inevitablemente en la pregunta de antes. Y me pongo el interrogante, ¿podría vivir acá? ¿Me gustaría?

Para mí, y al menos en este momento de mi vida, esto tiene una prolongación en una antropología del habitar, de la arquitectura, de los espacios. ¿Cómo las personas conciben, practican, ordenan, viven el espacio? ¿Y cómo entro yo en este movimiento?

¿Qué es lo que espero de una ciudad, lo que espero de un pueblo, lo que espero de vivir frente al mar, en el campo, dentro de un bosque? Por lo pronto, en estos seis meses que ya llevo de viaje, me hice la pregunta varias veces, y casi en cada lugar donde estuve. Y, más allá de un amor intenso por Sao Luis do Maranhao, donde me imagino viviendo, pero no más de un año, hay dos ciudades en las que me dan muchas ganas de parar algún tiempo largo. Una es Río de Janeiro.

¿Por qué?

Se cruzan, inevitablemente, y pienso que cualquier antropología del habitar debe incorporar también, factores más objetivos, por llamar de alguna forma a los que tienen que ver con comodidades, receptividad de la población, geografía, cercanía con otros lugares importantes para mí, con factores subjetivos. En esta segunda categoría quedan, por las arbitrariedades a las que lleva el pensamiento binario y por opuestos, los horizontes míticos de los que hablaba antes.

Río de Janeiro tiene no sólo la calidez de las canciones de Jobim y Vinicius, la magia que, en mí, por asociaciones que conozco sólo en sus capas más superficiales, despierta el sólo saberme en la ciudad de la que partieron y sobre la que cantan sus música, sino también varios otros aspectos que no dejan de encantarme. Quiero ahora escribir un poco sobre eso.

El paisaje es lo primero. Aunque ya había tenido antes esa sensación, al subir al Corcovado y mirar la ciudad desde lo alto, pensé que, antes de haber alojado a Río de Janeiro propiamente dicho, el lugar en que se levantó la ciudad debe haber sido bellísimo. La floresta de Tijuca, un mato denso que cae, a veces en picada, hacia el mar, reina en toda la zona sur y oeste. En medio, una laguna inmensa, no lejos de la costa. Y, dispersos por entre la tierra y el agua, morros de todas las formas y tamaños.

La sensación es de una tierra infinita para ser explorada, siempre quedan rincones. El océano, además, tiene muy atenuada la impresión de abismo que habitualmente produce. Con una ingenuidad que sale fácil, o con mirada de soñador, como la llamaría Bachelard, no es difícil pensar que si uno es llevado mar adentro va a terminar recalando en alguno de esos islotes de piedra y monte, en general deshabitados, que están en frente de la costa.

En estos días, además, comencé a encontrarme con un fenómeno que, de volver y quedarme más tiempo, imagino no hará más que acentuarse: cada morro, cada elevación de la piedra, tiene una personalidad y un aura particular. Como si fueran seres mágicos, deidades, centinelas de la tierra. Aunque otras veces había sentido fuerzas semejantes con cerros en otras latitudes, por lo general había sido con montañas imponentes, majestuosas. Los morros de Río no sólo son menos altisonantes, más paganos, sino que, el estar dispersos y no en un continuo de cadena montañosa, los hace más singulares, más extravagantes.

La ciudad se elevó donde pudo. Esa observación se la debo a Bruno, el amigo que me recibió estos días en su casa, y se puede comprobar claramente mirando desde cualquier punto de la ciudad (o, más bien, el centro y la zona sur, que fue lo que conocí). Calculo que ese fenómeno se debe a que, aunque algunas laderas son la base de favelas, la mayoría resultan demasiado empinadas para ser habitadas. Así, aunque no creería que hubo una intención en ello, la integración entre la urbe y la geografía original se da de forma certera y armoniosa.

Al mismo tiempo, aunque ahora mirando el paisaje desde dentro, Río ofrece muchos lugares públicos, abiertos, para estar. Quiero decir: en Buenos Aires muchas veces me siento atrapado en i casa, sin la posibilidad de estar, de quedarme en otros sitios. Y eso que mi ciudad tiene muchas plazas, algunas bibliotecas lindas, varios parques, algunos lugares en la costa del Río de la Plata.

Aquí, pasé los últimos tres atardeceres en la playa de Ipanema, una mañana en una cascada a quince minutos a pie desde atrás del Jardín Botánico, un rato del mediodía en un parque un poco decadente pero pero lindo, arbolado, amplio y en pleno centro, y encontré varios otros sitios en los que podría pasar horas en cualquier momento del día. Valoro mucho esta diversidad, esta disponibilidad que no sólo amplía el espacio habitable sino que, ya pensando también desde la antropología, ofrece contextos varios de interacción social.

Aunque la calle, en cualquier ciudad, sea pública, lo cierto es que difícilmente uno pueda estar, quedarse, en cualquier lugar, ya sea por falta de comodidades, contaminaciones varias o falta de norma social. Los que se quedan en la calle todo el tiempo son los linyeras, que están justamente fuera de la sociedad en términos económicos, de parentesco, simbólicos. La calle es para transitar.

Al mismo tiempo, la falta de lugares públicos para estar (no encuentro otra palabra más clara, aunque esta me resulte imprecisa) implica un mayor aislamiento social. Uno sólo puede encontrarse y conocer otra gente en ámbitos en los que va para hacer algo.

Conocí también otros lugares que pensé que podría frecuentar si viviera en Río. Además de la playa, dos de ellos degustaron especialmente para quedar un rato. Uno es el que fui la mañana en que llegué. Junto con Bruno, mi anfitrión, y Mark, el canadiense más tierno que haya conocido, tomamos un colectivo desde Copacabana, del que bajamos después de no más de diez minutos. Rodeamos el perímetro del jardín Botánico, hasta llegar a una entrada. Atravesamos una zanja y empezamos a subir, en un camino de pendiente leve. A los cinco minutos me había olvidado que estaba en una ciudad, y ningún sonido urbano se apersonaba para hacerme acordar. A los quince minutos habíamos llegado a una pequeña cascada, donde, entrando apenas en una gruta, el chorro de agua helada sacude el cuerpo. Luego del baño, nos quedamos un buen par de horas conversando y tocando la guitarra.

El otro lugar es en Santa Teresa, y fui el día anterior a mi partida. Se llama Parque de las Ruinas, y gana su encanto con una combinación entre un jardín pequeño pero amable, un mirador que premia los cuatro pisos de escaleras con una vista que barre desde el Maracaná hasta el Pan de Azúcar, dejando en el medio toda la Bahía de Guanabara, y el aire mítico que le otorga al edificio haber sido una casa donde se reunía la creme de la sociedad carioca a principios del siglo XX, en el salón de una señora con más de un apellido. El predio, que ignoro por qué está en ruinas, fue restaurado, además, con un proyecto arquitectónico interesante, que dejó vigas y algunas paredes de la construccion original, permitiendo, en las zonas derrumbadas, que el aire y la luz pasen a gusto. Así, y con la seguridad que dan algunos arreglos más modernos, el parque de las ruinas mantiene cierta aura fantasmal, que le queda muy bien.

Como sea, subir en esa mansión que ya no existe, hasta la terraza, y dejar a la vista libre con masas y masas de aire h asta el mar y la ciudad, es lindo, lindo.

III – La ciudad. Caminatas, recorridos

Entre la quietud y el movimiento, que dividen el apartado anterior y el presente, hay, por supuesto, inclasificables. Uno de ellos es el museo. Al menos un museo en particular, el de Arte Moderno. Y se debe, principalmente, a su arquitectura.

La arquitectura es una disciplina que me fascina hace mucho tiempo, pero que creo haber redescubierto en estos días, en Río de Janeiro, de una manera distinta. Primero, con mi visita al palacio Gustavo Capanema, en el centro de la ciudad, un edificio con plano original de Le Corbusier y realizado por varios arquitectos, entre los cuales estaba Niemeyer, en la década del cuarenta, con la presidencia de Getulio.

Al Capanema llegué de casualidad, haciendo tiempo para la apertura del MAM. Luego de comer un açaí bastante pobre, en un barcito que prometía, me metí en las calles del microcentro. Y ahí, entre los edificios monstruos y los cariocas encorbatados, me encontré con una placa, en un jardín pequeño, mostrando que se trataba de una construcción histórica.

Lo cierto es que la placa me parece muy bien puesta. Más allá de que el edificio es realmente distinto a los otros que lo rodean, y que se destaca por unos trabajos bellísimos en azulejos y una escultura exterior, con la vorágine urbana me hubiera pasado, sin la información, desapercibido. Además, creo que no hace falta que repita cómo un relato, una ficción (de eso se trata la placa) puede provocar transformaciones en el mundo de todos los días.

Decidí entrar en el edificio, aunque sea para conocerlo de adentro. Y, ayudado por una excusa que no lo era tanto (conocer un programa de artes y participación ciudadana que funcionaba en el decimotercer piso) subí el ascensor y recorrí un poco los interiores. La luz, los materiales, los colores, la circulación. Y también el aire de época. Es extraño porque lo que tengo para escribir del Capanema es más bien pobre. Pero no quería dejar de escribirlo.

Volviendo al MAM, a donde fui al salir de allí, está en el Parque do Flamengo, en unos terrenos que fueron prolijamente rellenados y ganados a la baía. Esto de incluir un museo dentro de un parque ya lo había visto en San Pablo, creo que también con el de arte moderno. Buenos Aires también lo tiene en los bosques de Palermo, pero el Sívori es más chico, y se lo siente bastante a un costado, escondido. O tal vez eso me pase a mí, por ser en mi propia ciudad.

Como sea, al atravesar, por un puente, la avenida que divide primero Catete, luego gloria, y, finalmente, el centro, del Parque do Flamento, se camina apenas por un sendero y se llega a la parte de afuera del museo. Valga la digresión, aunque los puentes y túneles de los que están invadidos varias de las ciudades brasileras que conozco no me gustan para nada, los que permiten llegar a este parque, ligeramente curvos, son muy lindos. Una vez llegado al territorio del museo, hay una especie de fuente, o piletón, con agua y algunas plantas. Para cruzarlo, se puede elegir una estructura extraña de baldosones cuadrados, de unos dos metros de lado, y separados por una franja de alrededor de veinte centímetros. Por esa franja se ve, y por debajo de los baldosones se deduce, el agua, y caminar por allí da una sensación hermosa de flotar, como si se caminase sobre una familia de victorias regia de cemento. Podría haberme quedado un rato largo pasando de un lado al otro.

Luego, el museo, incluyendo una sala de exposiciones, cinemateca, café y parte administrativa, tiene forma de L, pero la estructura principal tiene, en la parte de abajo, un gran hueco, y las salas quedan a los costados y arriba. Lamento no conocer en absoluto el léxico arquitectónico. Es como una inmensa galería abierta por ambos lados, y sobre la cual están los salones principales.

Nuevamente, el aire, el vacío como elemento fundante del espacio.

Al ingresar al predio donde se compra la entrada y se pasa al museo propiamente dicho, hay una maqueta, hecha en la década del cuarenta, cuando la construcción se comenzó. Ahí, además de enterarme (y no anotar) el nombre del arquitecto, pude deleitarme con los placeres de la ficción, la representación de un lugar dentro del cual yo estaba parado, y la miniatura.

Las maquetas me gustan mucho.

Del museo en sí, quiero decir, de las obras, no obtuve grandes impresiones. La más duradera fue, como se habrá visto en el comienzo de esta crónica, la del catálogo de una exposición que acababa de retirarse. No atribuyo eso a una mala colección o curación, sino al azar. Ese mediodía era eso lo que, evidentemente, podía impactarme. Hay, de hecho, en el MAM de Río de Janeiro, pinturas y esculturas interesantes. Pero no se comunicaron conmigo ese día.

Más allá de, o justamente por eso, quiero decir, por cierto gran placer, cierta intensidad vivida aún sin la particularidad de una obra, me conecté con el museo de una manera especial. Una manera que me conectó, en realidad, más con la generalidad de los museos, el museo como institución, como lugar, que con el MAM en sí. Tal como me había pasado con el cine en Sucre, redescubrí el deleite de algo que podría no existir y, sin embargo, existe.

Me encontré con las obviedades del museo, que no me resultaban tan obvias. Un silencio muy particular, muy habitado. Un lugar para caminar haciendo dibujos amplios y enrevesados con los pasos, casi bailando. Un refugio de limpieza y prolijidad, para esconderse de estados de desahucio que genera la ciudad, y uno mismo, solito. Y, por supuesto, un lugar que está hecho para ver obras de artes visuales. Y que tiene algunas que son muy pero muy buenas.

Quiero decir, como un sillón comodísimo, en una galería que da al mar, con un libro de, pongamos, Saer.

No estuve, en Río, en otros museos, exceptuando algunas entradas fugaces en pequeñas muestras o galerías en las que no había que pagar entrada. Pero no hubo en ellas nada que contar.

Sí hubo otras caminatas, paseos. La caminata es otro modo de habitar la ciudad. Para alguien que guste de la literatura, y conozca a Baudelaire, es inevitable relacionarlo con el flâneur. Aún así, no todas las caminatas son con el cinismo y la mirada distante, dandy, del poeta Carlitos. Pero es siempre una opción.

Río de Janeiro, muy cortada (o unida, como se prefiera) por túneles, no es una ciudad tan caminable. No es posible, sin meterse en ellos, recorrer grandes distancias, o al menos esa fue mi experiencia. E ir dentro de los túneles, que muchas veces son largos, no es tan agradable.

Así, hubo un barrio que elegí como territorio de expedición: Santa Teresa, famoso en Río por ser el barrio bohemio. Es verdaderamente lindo. En un morro, junto al centro y con pendientes hacia Gloria, Lapa y el Corcovado, entre otros, Santa Teresa tiene calles que rara vez van recto y nunca plano. La arquitectura oscila entre caserones de lujo, pero con buen gusto, casitas más humildes y bonitas, sencillas, varios edificios de máximo cuatro pisos, que deben ser de entre los cincuenta y los ochenta, y, sin ninguna ostentación, me resultan muy simpáticos. Además, hay por lo menos un castillo. Y, en una zona, varios restaurantes y bares. Uno de los problemas de Santa Teresa es que casi no tiene negocios, apenas algún mercadito. Pero eso lo hace también más tranquilo.

Yo fui tres veces, aunque usé sólo en una, la última, el bondi (tranvía, allá) para bajar y colgado del estribo. Antes, siempre a pie o en colectivo. Cada vez que fui, me encontré más de una vez junto a alguna cornisa, de cara al paisaje. Santa Teresa es un mirador permanente, y, además, lleno de árboles.

También promete rincones audaces. Yo conocí sólo uno, el Largo das Letras, con barcito en patio antiguo, roda de samba ao vivo en la tarde, librería, gente linda. Sospecho debe haber otros sitios también. El problema es que, para ir por la noche desde Copacabana, donde estaba parando, había que tomar dos colectivos. El bondinho deja de funcionar al as ocho, e ir caminando dicen que es peligroso. Pero quedan ganas de, algún día, morar un tiempo en uno de esos edificios que tanto me gustaron.

Otra caminata fue con una modalidad poco habitual en mí. Me puse el mp3, con los auriculares, y, Kevin Johansen primero, Carnota después, anduve Copacabana, Botafogo, con varios rodeos, y luego, tras metro a la Central do Brasil, centro. Aunque, salvo algunos rincones de Botafogo, tanto ese barrio como Copacabana tienen la insipidez de los barrios burgueses de este tiempo, siempre me parece bueno andar sin rumbo. Y los alrededores de la Central, a los que no les falta rock and roll, son un sector que adoro (Baudelaire, mesmo) en cualquier ciudad.

Van, y a modo de cierre, algunas estampas que fueron apareciendo por ahí.

Campo de Santana

en medio de la ciudad blanca,

islas negras. el parque es una

y entre troncos añosos, gansos,

sendas circulares, jardineros,

las enredaderas fueron formando

la selva, escondrijo, sombra, remanso

donde la ciudad se transforma.

un hombre se quito la pierna

(no para comérsela, como en Macunaíma)

que, de plástico, va desde sus muslos al suelo.

sentado en un banco, conversa.

una puta duerme

cerca del agua, acostada

sobre el césped, que no se puede pisar.

sobre una base de cemento, acostados

los muchachos, capitanes, tal vez

de este campo, sin arena.

Estación Central

nos miramos a los ojos

un ratito, y no tarda

en invitarme.

le digo que no, obrigado.

el sol revienta

el asfalto, por el mercadinho

junto a la estación.

estoy parado en un lanchonete

donde como por un real, y al lado

en la puerta del hotel Severino,

ella fuma, desgreñada,

de shorcito y top

de bikini.

termino el jugo y pido

otro salgadinho, llega otra

un poco más rubia, un poco más vieja.

lleva una remera larga, pareciera

que abajo no tuviera

más que una bombacha.

en el gemelo izquierdo, yace

un tatuaje descolorido

ya indistinguible.

la negra, joven, le convida

unas pitadas, y miran

las dos a un horizonte

que yo no veo.

Ipanema

el sol se hunde atrás del morro

con sus puntas en alto, y rocinha

inmensa y extendida.

desde la arena, lo miro

entre ola y ola.

más allá de la gente,

las palomas, que delatan la ciudad,

los edificios, un grupo

de porteños que gritan al lado mío,

la escena tiene su magia

escribo y de pronto me resuena

una palabra, ipanema, que es

la playa donde estoy.

eso alcanza

para que el paisaje tome

otros colores, otros sonidos, si soy

lo suficientemente lúcido para mantenerme ingenuo.

un baño de lenguaje

feliz en este caso.

y aún así, esta luz

que petrifica las nubes, es bella

del mar llega un aire frío, y una ola

cualquier ola, rompiendo,

antes de llegar a la orilla

me dice lo que quiero oír.

miércoles, 10 de marzo de 2010

Terras do sem fim

De las tierras de Caymmi y Amado, entre varios otros, algunos poemas, algunas palabras que fueron saliendo, sueltas.

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Después del chamamé

detrás de la bahía
atardece.

cada proa
de cada barco
apunta a un horizonte distinto.

están quietos.

detrás de la ventana,
yo me hamaco
me hamaco, lentamente.


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Direta Santo Antonio

anocheció en el santo antonio
brisa sobre el empedrado

en la esquina
de la bajada del fuerte
el filósofo de remera roja
toma cerveza, recostado
en la baranda.

arriba, un hombre
junto al coche, canta
rap sobre el rap que suena
y covida a dos amigos

una niña juega
con sus muñecas en el alféizar
de la ventana. habla
con su voz finita
y cuando paso me mira,
nos quedamos mirando.

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Amparo

al amparo de un mangue
levemente inclinado hacia el mar
miramos caer la lluvia

la marea bajó
y dejó la playa limpia.
de a poco, se irá poblando de pisadas

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Cuna

pasamos rápido.

por la ventana
del colectivo, veo
en el agua, próximo
a la orilla, un bote
pequeño, que al vaivén
de las olas, llegando
se mece

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Aeropuerto

llegaron al fin
los capitaes da areia
cuando ya me estaba yendo
de su tierra, del cais.

de madrugada, en el aeropuerto
estaban tan niños como siempre.

llegaron a la sala alta
donde dormíamos, unos cuantos
esperando algún vuelo.

eran tres
caminando cancheros.
uno me preguntó a dónde iba
y cuando le contesté
se quedó repitiendo, quero ir pro río
quero ir pro río.

el segundo se reía
sin parar, de sus propios chistes, el tercero
más misterioso, para mí, alto
y flaco, diría que melancólico.

descalzos, de paso alegre
mirada viva, venían
a jugar

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Para cerrar, una cita de Sandor Marai, de Confesiones de un Burgués

"La poesía es ejercicio, exercise, práctica cotidiana en el sentido que se da a la palabra en un convento o en un circo"

Otros

El regreso. Ya adentrado en Buenos Aires, hace unos días, transcribo los últimos textos. Despedidas. Incorporaciones. Colores que quedan.

miércoles, 24 de febrero de 2010

Ahora se están cumpliendo cinco meses de que salimos de la Argentina.

Y yo ayer volví a entrar.

Ya en Foz me tomé un colectivo argentino y se empezaron a ver las cosas que volvían, después de mucho mucho tiempo.

Las patentes.

El bondi mismo.

El castellano.

Una mujer bizarra que lo primero que hizo cuando me subí al bondi con el que cruzaríamos la frontera fue preguntarme señalando el trombón: ¿es un charango?
Está difícil la señora.
Y después me preguntó cuánto salía un charango en Bolivia. Yo le digo que no se, que hay de todos los precios. Y me dice, bueno, el más barato... Cien peso le dije, se quedó chocha con la información.

Después me invitó a dormir a un local que tiene, quizás te podés tirar ahí.

Muy extraña la señora. Con muy buena onda pero muy, muy a su manera.

La cuestión es que la frontera la cruzamos con el bondi, directamente y ahí empezaron a llegar muchas cosas más que no veía hace mucho y que extrañaba mucho.

Mucha gente tomando mate o tereré, marcas diversas. Una de las primeras cosas que hice cuando llegué fue comerme unas pepas. Muy bueeeno.

Fue mucho mucho tiempo. Muy fuerte la vuelta. Con muchas ganas. Y me impresionó como extrañaba muchas pequeñeces.

Muy lindo que ya comience la vuelta. Cuán parte que es! Básica. Fundamental.

Estoy contento.

Y las cataratas un capítulo aparte. La verdad que me encantaron, me emocionaron, me reuraerruurururur. Muy mucho todo mucho. Enorme, mucho. Muy lindo.
La natureza es increíble. Mismo.

sábado, 30 de enero de 2010

marañones

Camino por la ciudad. Sábado por la mañana.

Es un paseo sin rumbo, meciéndome entre calles, pasajes, esquinas. Un deleite en los detalles, las pequeñas cosas.

Una casa en cuya galería de entrada se ha forado una pequeña jungla. Algunas rosas se escaparon y se marchitan, de a poco, en la vereda.

Una ventana donde se asoma una mujer. Como si estuviera enfrente de la tabaquería de Álvaro de Campos.

Un tendal hecho en plena vereda, en zig zag. Aprovechando el sol que dentro de la casa no debe entrar.

Una mujer cortando y limpiando el pescado, sobre los adoquines de una calle poco transitada. Vestida con harapos, pelo ensortijado, mirada un poco perdida, cuando paso.

Una mujer vieja, negra y linda que me dice "Bom día" cuando nos cruzamos. Le respondo lo mismo. Sonrío.

Los azulejos de colores, que quedaron de otras épocas de bonanza. Ahora, respiran en las paredes que la humedad fue desarmando, y los árboles y enredaderas fueron abriendo.

Una pared derruida y despintada, con una leyenda vieja que pide "não coloque lixo", en letras mayúsculas inmensas.

Un hippie ya canoso que, tras acomodar su paño en una sombra, en la vereda, se peina mirándose en un espejo portátil.

Prefiero caminar por un sector de la ciudad vieja, cerca del piente. Unas callejuelas que están como atrapadas entre el centro y el mar. No son rectas, ni ordenadas. Es fácil perderse. Y están repletas de colores.

Creo sentir el olor del mar. Tal vez no son más que mis ganas.

Cuando llego a una plaza, me siento. Y, si tengo suerte, llega la brisa, fresca y musical. Bailan las ramas y las hojas del árbol bajo el cual, sentado, escribo.

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Lluvia

llueve sobre la arena,
las palmeras, el techo de hojas.

el cielo está blanco
y se estira en las dunas.

se mece, con el repiqueteo
de las gotas, el canto
repetido de un estribillo
en la voz de una mujer.


Aroma

con la lluvia parpadeando
el aroma del sahumerio
se hizo alfombra.

vuelan los colores.


Arena

vista desde cierto ángulo,
desde cierto lugar, la arena
en las dunas,
dibuja el camino
del vientre a los muslos
de una mujer acostada

lunes, 25 de enero de 2010

el mar

jugar con las olas. dejar que me levanten en el aire y me dejen caer de nuevo en el agua.

caminar mojando los pies, cantando una cantiga de caymmi. o mar, quando quebra na praia, é bonito. é bonito.

entrar al agua por la noche, encontrar el abismo en espejo, hondo, inentendible. y respirar, contento. "homme livre, toujours tu cherirás la mer"

el gusto de la sal, en los labios, en la lengua. oler con toda la piel.

mirar todas las formas de la espuma, desarmada y vuelta armar, cuando revienta el agua.

escuchar, escuchar, escuchar. aprender el silencio.

al fondo, los barcos, los ojos del mar. el horizonte.

----------

por la noche fui hasta la playa.

me bañé en el mar
y al salir me senté
en la arena.

en una línea de espuma filosa
las olas
al acercarse al límite
entre tierra y agua
corrían, despareciendo, hacia el sur.

pasó una gaviota
blanquísima entre lo negro
volando veloz e inquieta
en esa dirección.

no la pude seguir
ni quise
ni supe, tampoco
a dónde estaba yendo.

---------

llegamos al mar. largo tiempo esperado. y no decepcionó.

nuevamente siento que el mar es mi casa. y no tengo tantas palabras estos días.

sí silencios. variados. distintos. y me encuentro lindo con ellos.

luego de varios días de escribir mucho, mucho, necesario callar. o dejar que las palabras salgan más torpes.

y también compartirlas, esas. el balbuceo.

acá estoy.

viernes, 22 de enero de 2010

Llegamos al mar

martes, 19 de enero de 2010

Sangundangas

11/01/10
Estuve pensando mucho estos días.

El barco es una experiencia muy fuerte.

Estás ahí. Sale y sabés que hasta que llega no podés ir a ningún otro lugar.
Y no son horas. Va... son muchas horas, 2 días y medio. Y ahorita se viene uno más largo para el que ya tenemos el pasaje.

Parece una boludez eso pero posta que genera algo muy especial. Y más cuando hay tantas cosas tan intensas en el barco.


El paisaje es muy increíble. Muy muy hermoso, en todo momento, realmente es un bálsamo, un cuadro del mejor pintor, una casa que invita a bajar a cada pasito que da el barco y que dan unas ganas de bajarse y de quedarse ahí y subirse hacer unos metros y volver a bajarse, tirarse al agua, y que cuando volvés a subir sea un velero en el que vas al ritmo que querés, sólo con el sonido de la naturaleza que pasa, solo con la naturaleza empujando y acompañando. Y me pasa eso porque por momentos el barco es muy hostil. Bueno, no sólo por eso supongo, pero realmente es muy hostil.
Hay música muy muy fuerte unas 15 horas al día y a veces un poco más.
A mi ya me lo habían dicho, no tan claramente quizás pero ya me lo habían contado así como yo ahora lo cuento. Y cuando te lo cuentan no te lo imaginás. Porque es imposible. Uno piensa que es una exageración, que no te va a molestar tanto.
Y cuando lo vivís no lo podés creer. Realmente no te entra en la cabeza, a mi al menos no me entra en la cabeza ni por casualidad, no hay forma de pensar que alguien decide poner todo el tiempo la misma música durante 15 horas!!!! y a un volumen que lastima. No puede ser, y uno se dice, no, en un rato la van a apagar, aunque sea un rato. Y no, y al otro día no cambia, es muy increíble.

Y estás ahí, buscando un lugar cómodo, buscándote en ese pequeñito pueblo que viaja, todo junto y empezás a ver personas que están muy muy mal y que tampoco podés creer.

Hay una cantidad de padres y madres a los que parece gustar pegarles a sus hijos e hijas que no se puede entender, que angustia mucho. Es muy fuerte.

No se entiende por qué las personas tienen hijos. Es absurdo que sea algo tan automático. Tan poco puesto en duda si una pareja quiere tener un hijo o no. Por lo general, y estoy hablando de la mayoría, no se lo preguntan ni un poco. O es obvio o les cae por toda la represión insoportable que hay, la desinformación, el miedo, el vacío.
La cantidad de golpes y fastidios que vi en estos días de barco, no lo puedo creer.

También en el barco y al llegar estuve pensando en todo lo que quería escribir, y no me resulta tan fácil, se me llena la cabeza de cosas y no es tan fácil ordenarse un poco y empezar a sacarlas o aún sin ordenarse no es fácil arrancar cuando a uno lo espera algo en blanco, no se. Me estuvo angustiando un poco eso hasta que empecé esto, y algunas otras cosas también, que pondré acá también y que me hicieron muy bien.
Y estuve pensando en como va cambiando mi relación con la escritura, como cambió. Pero como también vuelvo por momentos a un estado anterior, en el que no puedo. No puedo. No puedo.
Por suerte ahora se destrabó un poco.


Rio madeira
Todo rio
En él lleva ese marrón que guarda historias.

Historias de cerca y lejos. Pero no muy lejos.

Ahora lleva en su seno y con su sieno a este par que al parecer se parece.
                        que hace un tiempo dice: no, casi hermanos.

        en realidad para ser más preciso: não, quasi irmãos.

Viaja este par. viaja hace mucho. viaja junto. contento. un poco incómodo por momentos pero disfrutando mucho.
                                          aprendiendo

Y es imposible de expresar, me parece. Cuánto.
Hay cantidades imposibles de contar. de transimitir.

                               Y sigue mientras, el madiera, llevándonos. en este barco que se llama dois irmãos y que viajando por la amazonia nos llevará hasta manaos. Hasta el Amazonas.



Hubo una canción que conocía pero al escuchar una nueva versión me transportó, inmediatamente la escuché como cinco veces y no me cansa. Me encanta. Que la disfruten.



19/01/10
Ahora ya estamos en Belém. Después de un viaje más largo que el anterior, también muy intenso. Muy lindo.

Estoy muy contento de haber viajado tanto en barco. Me gusta mucho mucho y aparte a mi abuelo también le encantaba. Era la forma de viajar que más le gustaba. Y me gusta encontrarme ahí.


Una ventana muestra,
muestra sólo una parte,
parte que es parte
pero sola adquiere
se engrandece y engrandece


Un barco aloja
y encierra.
Permite y limita.
Algunos fican doidos, no se mueven.
Otros no pueden quedarse quietos


Hay árboles locos.
    árvores
Árboles que quieren navegar
y navegan, enteritos.
Esa era la vida que querían.
Meditaron durante mucho tiempo.
                 Y se animaron

martes, 12 de enero de 2010

Fuimos al teatro


Estoy muy feliz, tenía muchas ganas de conocerlo y no hubo mejor forma que yendo a escuchar música, así que con un culo más grande que una casa fuimos al primer concierto del año que fue el día que llegamos a Manaos y como si fuera poco con entrada franca o de graça o GRATAROLA. Así que los tipos llegaron una horita antes, a hacer la cola. Como si fuera poco nos pusimos a tocar para la gente que estaba haciendo la cola y nos aplaudieron como pocas veces. La cola empezó a moverse, llegamos a la entrada y nos dicen que no podíamos entrar como estábamos vestidos (bermuda) sólo se puede con pantalón largo. No lo podíamos creer.
La cuestión es que dejamos los instrumentos ahí y nos fuimos corriendo a cambiarnos. A todo esto hacía un calor tremendo o sea que chivamos como loco, son unas 10 cuadras hasta el hotel. Llegamos muy muy transpirados y no había más lugar aunque al tomuer de la puerta (que inexplicablemente no paraba de hablarnos en inglés aunque nosotros le hablábamos en portugués) le habíamos dicho que nos guardara un lugar y no éramos los únicos afuera. Derepente se abrireron tres lugares más y entramos nosotros. Así que vimos el concierto desde el principio hasta el final sentados en un palco y transpirando sin parar, con las obvias consecuencias para nuestros compañeros de palco.

La verdad que disfrutamos mucho mucho, ambos teníamos muchas ganas de ir. Fue muy lindo, escuchamos la Misa de Santa Cecilia del padre José Mauricio que es muy linda y salimos felices de conocer ese teatro increíble increíble que hicieron acá, que suena del carajo y es muy muy hermoso.

Una polémica del director, no podía faltar.
El tipo entró y se puso a hablar. Como había un bebé medio hablando/llorando el tipo dice: voy a pedir que no traigan a los bepi, yo tengo un hijo (pobre pibe) de 1 año y medio y no lo traigo. Para mi los niños de menos de 4 años no tienen que venir al teatro, nos molestan a nosotros y a ustedes.
Y el público?
Aplaudió.
Hermoso.

Otra cosita, el concierto lo vimos descalzos, en short (nos sacamo los lompa) y con la camisa desabrochada.

Bueno, he aquí un  mail en el que me cebé escribiendo y me parece que está bueno que esté acá também.

Se viene el estreno



Así es.

Es él.

Tiene parecidos, lo sabemos.

Para nosotros es El actor. O más bien El áctor.

Un fenómeno.

Muy particular.

Con un claro parecido a Gerard Depardieu.

Tenemos la hipótesis de que, al menos en esta partecita de su vida, que compartimos con él, estaba filmando una película. Casi la certeza tenemos.

Y una nota de color, verde, de color verde. El tipo tenía un pantalón. Por suerte. Era verde éste y se la pasaba desabrochado (salvo en la foto con los haitianos, como podrán apreciar. Lamentablemente) pero con un cinturón que lo mantenía ahí.

Otra cosita...
Al momento de irnos del barco lo vemos que estaba acostado en el piso, como los haitianos, pero ya era el único que quedaba. Hubo algo que no nos quedó claro. Básicamente la decisión de ubicarse en el piso cuando tenía hamaca y la había usado las noches anteriores. Bueno, no, el tipo decidió acostarse sobre unos cartones que encontró. Y ahí durmió.
Algo tan importante y admirable como esto último fue la presencia en la fotografía con los haitianos. Faltaba uno, el lo sabía, y no dudó en aparecer en el momento justo. Así y todo no le gustó mucho como salió a diferencia de los haitianos que estaban chochos.

Pero bueno, así son las estrellas.

Esperamos que pronto salga la película.

De La Paz a Riberalta (quinta entrega)




XIII

Mate en mano, yerba preparada, sacudido el polvo. Agua caliente en el termo, a la temperatura indicada. Plaza de Sapecho, prontos a subir nuevamente a la ruta. Pero falta la bombilla.

¿Qué pasó? Si la tenía, recién, en la mano.

Preocupación. No es la primera vez en el viaje que pierdo cosas. Y aunque me suele pasar también en Buenos Aires, y en otros lados, estos meses viene estando fatal.

Al mismo tiempo, tampoco podía haber quedado tan lejos. Hacía un ratito nomás que la tenía, y de ahí no nos habíamos movido más que dos cuadras. Pero adentro del coche, nada.

Decidí bajar de Bandito: tal vez al descender antes, para ir al local de chocolates, pudiera haberse caído. Caminé y, al llegar a la esquina donde está El Ceibo, vi un brillo escondido entre el pasto. Me acerqué. Efectivamente, era la bombilla. Casi, casi la perdemos. Pero no.

Hoy, al escribir desde Brasil, sigue con nosotros. A diferencia de unas cuantas cosas que ya no. Pero esa es otra historia. Y parte de ella vendrá en otro capítulo.

Volví hasta el auto bombilla en mano. Subí y, ni bien arrancamos, preparé el mate.

Ya con Puente Alto Beni había comenzado la etapa de los ríos marrones, que sigue hasta ahora, que terminará, recién, con la gran ola que se desata en el encuentro del Amazonas y el océano Atlántico. Hasta entonces, habíamos ido viendo como, desde los pequeños arroyos, saltos angostos, hilos de agua clara, en las alturas, el agua iba cambiando de color, poniéndose más oscura, al tiempo que crecían los verdes y su diversidad en el paisaje, al tiempo que la temperatura subía y subía. Alto Beni, aún en el departamento de La Paz, fue entonces la puerta de entrada a la tierra donde, zigzagueando, uniéndose y creciendo, rugiendo o pasando silenciosos e imponentes, los ríos de la Amazonia empezaron a hacerse compañeros de travesía.

Con ellos, llegarían otros pájaros, las mariposas, las hojas grandes de árboles y plantas. La tierra roja, arcillosa, las lluvias cotidianas, el barro. Las hormigas, mosquitos, abejas, arañas, apareciendo en cada pedacito de suelo, de aire, de pared. La selva que respira.

Y también en este tramo de la ruta, la entrada al departamento del Beni.

Al mismo tiempo, llegarían tramos más largos arriba de Bandito, sin parar. Y, de alguna manera, más monótonos. El paisaje invariable, ladrillo, verde, celeste, en franjas, con las vacas mansas pastando en las pampas. Y en esa supuesta monotonía, una riqueza invaluable.

Además, iban ya varios días de viaje, y en el cuerpo se hacía sentir la quietud. La escritura, en las paradas y, a veces, en el mismo coche, se convirtió, junto con la respiración atenta, dedicada, en un ejercicio de intimidad y de descubrimiento de lo que cambia en lo que permanece. Como rasgando un velo blanco, igualador, y dejando aparecer los matices, los ritmos, las inquietudes sutiles que están ya por el solo hecho de estar vivos.

XIV

Parte de esa escritura fue una anotación mínima, absurda tal vez, pero que se fue convirtiendo en necesaria, casi como un juego de niños. Una lista de los lugares por los que íbamos pasando: pueblos, parajes, estancias comunidades. Nombres que no dicen nada y, al mismo tiempo, invitan, con su sonoridad, con sus ecos, a ideas, lugares, historias.

En adelante, seguirán apareciendo. Acá fueron El Sillar, La Cascada, Quiquibey, La Vertiente, La Chonta, Dosa Hermanos, San Marcos.

Carteles en medio de la ruta, plantados como las vacas, como los árboles. Gente que llegó y se instaló, y puso una marquita que diferencie tanta tierra toda junta, para decir acá estoy, llegué, este es mi lugar, bienvenidos, o no bienvenidos, éste es mi pago.

Cada tanto, gente pasando, en moto o a pie, al costado de la ruta. Poca, muy poca. Y sin apuros. Otros tiempos, otros ritmos.

Y la poesía que va apareciendo en gotitas, con malabares para escribirla sin que los pozos la hagán rayón.

dos mariposas imensas
rojas, blancas, negras
se posan en el barro
al mediodía

(y otra versión)

dos mariposas
posadas en el barro.
conversaciones


de los árboles
de sus ramas
casas colgantes
¿cantarán sus dueños?


muchas mariposas en danza
como un otoño de visita
ineseperada y colorinche
en paisajes remotos.


En el camino, también, dos benteveos. Para mí son buen augurio. Señal de que, aún lejísimo, estoy en casa. No la tomé de nada que haya escuchado, simplemente del canto que me trae a mi tierra, a mi infancia. A gente querida. Pájaros pequenos, de negro, blanco y amarillo, con nombre que va cambiando mucho incluso en castellano, a partir del canto, son también un hogar para mis pasos.

Se cruza un coatí, rápido, pero visible. Se esconde por algún lado.

A los costados, además, cada tanto, casas de madera. Y en sus afueras, entre los árboles, tendales. La ropa, de todos los colores, formas, bailando. Como en un poema de Roberta. O como los que cuelgan también en las ciudades y en los barcos que viajamos.

Esa tarde hablamos de tratar de llegar al lugar en el que pasaríamos la noche cuando aún hubiera luz. Para disfrutar del sitio, para acomodar bien las carpas, para no correr. Así que a eso de las seis propusimos empezar a mirar un rincón que pudiese darnos la bienvenida. No tuvimos que esperar demasiado. Al ratito, a la izquierda, apareció un cartel que señalaba la presencia de una comunidad de productores de miel. Al fondo, una casa, que luego resultaría ser una escuela. Pero entre la casa y la ruta, un terreno grandón, chaqueado, despejado, que podía perfectamente servir para nuestro descanso.

Comunidad San Martín. Entramos con Bandito y, acercándonos a la casa, vimos que había un grupo de gente sentada conversando.

XV

Resultó ser un grupo representando a la comunidad, conversando sobre temas de interés de los vecinos, tomando algunas decisiones. Eran unos diez, de distintas edades. Nos recibieron muy bien, con sonrisa. Y nos dijeron que les parecía que no había problema, pero que, por las dudas, consultemos con el secretario, un tal Sergio Chúngaro. Nos indicaron dónde era la casa, y, con Sally y Lechu, salimos a caminar para buscarla.

Eran unos trescientos metros por la ruta, avanzando en la dirección en que veníamos. Ahí, al pasar una pequeña subida, estaba la casa de Sergio.

Llegamos, aplaudimos, y de la casa salió un chico de unos catorce o quince años. Le preguntamos por Sergio, y nos dijo que no estaba. Pero que él tal vez podía ayudarnos. Le contamos, entonces, lo que necesitábamos. Y por qué íbamos a preguntar ahí. Y nos respondió que no había problema.

Se llamaba Whitman. Pero no sabía que era nombre de poeta.

Volvimos, entonces, con la buena noticia y el atardecer. Y los mosquitos. La gente estaba todavía reunida, ya despidiéndose. Nos dijeron un par de cosas sobre el lugar, y armamos las carpas pegaditas a la escuela, que eso había resultado ser. La producción de miel es ahora algo de otra época. Pero la comunidad sigue funcionando, para decidir, en conjunto, qué cultivar, y tratar de venderlo entre todos.

Antes de que oscureciera, salimos a buscar leña. Por suerte, a cincuenta metros, cuanto mucho, un árbol seco, caído, nos abasteción de cuanto quisiéramos. Llevamos ramas, troncos para armar un par de pilas, suficientes para cocinar y tener luego para seguir el fogón. Todo listo para pasar la noche linda. Sin luz, sin luna, las estrellas.

Cuando estábamos empezando a preparar la comida, polenta con salsa de verduras y ensaladas variadas (qué lujo) vimos llegar una moto. Se paró junto a nosotros y, cuando me acerqué, se presentó como Sergio Chúngaro. Atrás estaba Whitman.

Al principio silencioso, Sergio me estudió un poco, mientras le explicaba quiénes éramos y qué hacíamos ahí. Pareció convencerse, e incluso confiar bastante, porque me empezó a contar, entonces, acerca de la comunidad, su formación y su actualidad.

Él fue el primero en llegar, desde Oruro, hasta estas tierras, que luego se fueron poblando también con gente del Altiplano. Hace treinta y cinco años que se cansó del frío y de la falta de trabajo, y se animó a mandarse. En esa época no había los transportes de ahora, y eso los transportes de ahora ni siquiera son garantía. Pero sobre todo no había ruta, más que una pequeña picada por la que llevaban a veces a los animales.

Sergio caminó cuatro días.

Cuando llegó, chaqueó un pedazo de tierra. Salían, por todos lados, víboras y sapos. Se puso a cultivar, y a vender. "Como Cristóbal Colón", compara.

Con el tiempo, tuvo animales, llegó otra gente, se fue armando una comunidad.

Me cuenta que el nombre de comunidad no es decorativo. Las decisiones se toman en conjunto, hay intercambios no mediados por la plata, cosas que se comparten. Es gente que llegó del altiplano, pienso, con la historia del ayllu.

El nombre de la comunidad fue elegido por el patrono de San Martín, importante en Oruro.

Whitman, a un costado, escucha silencioso. La visita de un grupo de extranjeros es la excusa para contar, para narrar la historia, para una transmisión. Sergio cuenta con ganas, Whitman y yo escuchamos atentos.

Aprovecho para contarle de los talleres, de la FICYP, y me dice que a ellos les encantaría poder recibirnos. Que tratan de aprovechar todo lo que pueden. Claro que será en otro momento, nosotros estamos siguiendo viaje. Pero quedan las ganas muy presentes, un viaje más rural, distinto, con otra gente.

Nos damos la mano, nos despedimos. Y vuelvo al fogón.

Al fondo, hacia la ruta, dos árboles que, con la oscuridad, parecen fantasmas. Comemos, en silencio y casi a oscuras. Luego toco un rato la guitarra. Cada sonido se multiplica en todo el aire.

Nos vamos a dormir. Esperamos, esta vez, levantarnos y salir temprano, en la mañana. Pero la noche no trae buenas noticias.

En algún momento de la madrugada, me despierto escuchando caer, sobre la carpa, una lluvia feroz. Y al levantarnos, no sólo está todo mojado, sino que el agua amenaza seguir cayendo. Y Bandito, parece, necesita además una mano para poder seguir.

lunes, 11 de enero de 2010

De un equipo muy particular

Días antes de subir al barco fuimos a averiguar por pasajes, precios y conocimos a un flaco que vendía pasajes y que estaba a un ritmo casi insoportable para los demás, muy acelerado todo el tiempo y que nos volvimos a encontrar ya con el pasaje comprado cuando subimos al barco.
Al día siguiente salimos un rato y lo vemos que viene a hablarnos (en esa todo el tiempo la gente te pregunta si querés comprar pasajes) yo le digo que ya tenemos pasaje pero me dice que no me viene a hablar de eso, que en un rato van llegar unos hatianos y que quiere que le haga de traductor, le pregunto si hablan inglés y me dice: sí sí, con seguridad!
Nosotros ya estábamos contentos. Nunca habíamos visto un hatiano, ya iba a ser una experiencia nueva, conocer a alguien de una nacionalidad poco común de conocer.

Poco tiempo después viene efectivamente el chabón este, con su característico acelere y no con uno ni con dos, con siete hatianos a sus espaldas. Muy grosa imagen. Y no hablaban nada de inglés, había dos que entendían bastante bien el español. "Bastante bien"
La cuestión es que lo único que me hizo decirle es que salía a las 18hs y que tenían que comprarse sus hamacas para dormir.
No sabemos si es que no entendieron o no les importó. Pero eso se verá después.
Esa noche, la segunda que pasamos en el barco fue increíble, fue la única en la que la música se terminó temprano y nos pusimos a tocar y cantar muy tranqui ahí en la cubierta. Se empezaron a acercar algunos de nuestros amigos y uno pidió tocar. Tocó cosas muy interesantes, estaba bueno, los otros se le cagaban un poco de risa y vinieron todos. Llegó el ya famoso evangélico polémico y se pusieron a intercambiar por medio nuestro, canciones de jesús y preguntas como: a ver, preguntales cómo dicen jesucristo. Y cómo dicen espíritu santo. Nosotros no lo podíamos creer la verdad. Después llegó el intento evangelizatorio relatado en otra entrada y llegó la hora de irse a dormir. Hubo varios que durmieron en hamaca y dos que durmieron en el sopi. Muy tranquilos.
Luego ocurrió el altercado también relatado por mi compañero con el borracho insoportable, que quiero aclarar que yo no dormía, también me despertó. Está bien que duermo profundo pero con semejante salame no es tan fácil y ahí nosotros teníamos la esperanza de que se levantara un haitiano y le pusiera un buen golpe que lo dejara callado al menos por esa noche, cosa que no ocurrió pero logramos seguir durmiendo después de un buen rato.

Nosotros estábamos chochos, SIETE!!! Entienden eso? SIETE.
Realmente, había equipo. Y se comportaban de una manera un poco rara. Se quedaron todo el tiempo por ahí, hasta el horario de salida, no los vimos comer practicamente ni comprar nada y eso que en el barco sólo dieron una de las comidas que debían dar por el atraso, al otro día el almuerzo no les importó.
Salió el barco finalmente y llegó la noche.
Las hamacas que habían usado el día anterior eran ajenas, cosa que nos enteramos ese día. Las habían puesto unos que fueron el primer día y las dejaron ahí, para ocupar el lugar.
O sea, los haitianos no tenían dónde dormir!
Porsupuesto luego de que estábamos todos en nuestras hamacas se empezaron a acomodar en el piso, de a poquito. Imagínense. Siete haitianos que supuestamente van a Guyana Francesa a trabajar en la construcción, viajando en un barco de Porto Velho a Manaos durmiendo en el piso.
Nosotros llegamos a la conclusión de que teníamos que tener una foto con ellos. Realmente, no cualquiera conoce un haitiano y menos SIETE.
Finalmente, luego de bastante viaje, de verlos bailando a la noche, leyendo la biblia, durmiendo en el piso.
La última noche, en un momento que no prometía, vimos a cinco juntos y dijimos: este es el momento!
Les dijimos de sacarnos una foto, aceptaron gustosos, incluso se acercó el sexto que se ve que se enteró y no se lo quería perder, el fotógrafo ocasional estaba entusiasmado, sabía que era uno de los momentos más importantes que iba a vivir en ese viaje en barco y quizás en su vida. Y quedó registrado, para la posteridad ese encuentro fundante en nuestras vidas.
Ahora, faltaba uno. Eran 7 y había sólo 6 en ese momento.
Ustedes se preguntarán quién es ese personaje extraño que está al lado mío en la foto agarrándome cariñosamente.

La asunción de la polemicidad.
(luego de dejar descansar este texto estuve pensando en algo que sentía al escribirlo y decidí que me dieron ganas de blanquearlo.
Es muy polémico poner que estamos contentos y orgullosos de haber conocido SIETE haitianos. Lo sé. Pero también nos pasa. É así la polemicidad vive dentro nuestro. Y por momentos parece que estuvieramos hablando de animales de la selva que no podemos creer haber conocido pero pasa che. Qué se le va a hacer.)

Viejo puerto de las candelas

Por contratiempos inesperados, esperas no deseadas, obligadas por las circunstancias, pasamos más días de los que calculábamos en una ciudad que, originalmente, estaba en los planes como un toco y me voy. Aún cuando no fueron los momentos más disfrutados del viaje, en muchos sentidos, los comienzos del 2010, en una ciudad sin atractivos aparentes, bastante hostil para trabajar, con pocos árboles para que la sombra atenúe el cansancio de las caminatas, tuvo más de una ventana interesante, de la que, creo, vamos a acordarnos más de lo que pensábamos mientras estuvimos ahí.

Bienvenidas las caídas de los planes, las frustraciones, que nos dejan cada vez más claro que no importa mucho que camino se siga.

Y van, entonces, un par de juntadas de palabras, sueltitas, para compartir.

La cuna

El hotel Oriente fue nuestro hogar durante las primeras dos noches en Porto Velho. Enfrente de la rodoviaria (terminal de ómnibus) era el más barato, con un precio ínfimo: dieciocho reales por la habitación para los dos, o sea, nueve reales cada uno. Ridículo. Si no se tienen en cuenta las comodidades sin igual del edificio.

Durante casi todas sus andanzas, el Quijote toma por castillos lujosos e imponentes a las humildes ventas que se cruza en los caminos, donde pasa las noches que no se queda campo afuera. Yo tengo otro recurso. Hace ya tiempo pensé que, en un viaje, si no voy a conseguir un lugar bueno para dormir, a un buen precio, o decidiendo hacer una inversión en descanso, prefiero ir no sólo al hotel más barato sino, en lo posible, al más singular, polémico, de baja calaña, que pueda al menos ser manantial de risas e historias.

El Oriente es el caso que, en adelante, pasará a ser, creo, emblemático.

Un pasillo largo y oscuro. Lleno de goteras, manchas de humedad, olor a viejo y podrido. Insectos en las paredes, en el piso. Baños que, sin ser los más sucios del viaje, no se limpian en un rato nomás y sin ponerle mucha onda.

La habitación, con el número uno, y pegadita a la recepción, diminuta. Las dos camas entraban apenas, con un pequeño espacio entre sí. Sobre los colchones, añosos, nada de sábanas. Una tela como de hamaca, también antigua y no poco raída. Suficiente.

El ventilador, sobre una mesa, andaba bien. Pero le faltaba la tapa, las aspas giraban al aire libre, nomás, tener cuidado. Las paredes, con azulejos blancos. Claramente de baño. Y sobre la pared que da al pasillo, una especie de ventana, que era más bien un agujero en la pared. Relativamente alta, si tomamos en cuenta que la habitación era bastante baja.

El hotel Oriente. Nuestro hogar, en Porto Velho, los primeros días.

Debo reconocer que no tardé en tomarle cariño al hotel. Empecé a quererlo. Pronto. Y no poco ayudó que la noche llegase con otro elemento para sumar incomodidades.

No nos habíamos dado cuenta (hubiera sido imposible hasta entonces) que el techo de la habitación cumplía su función sólo a medias. Bastante bien, digamos, si partimos de la nada, de un no techo, de estar en la calle. Pero no se si es parámetro. Del techo, por uno y otro lado, esperaban, abiertas, tranquilas, varias goteras.

Que empezaron a tomar protagonismo, por supuesto, cuando, a la noche, cuando estábamos por lavarnos los dientes, empezó a llover. No sólo a llover: tormenta amazónica.

Sonando en la chapa, afuera, se hacía sentir, con su música linda, fresca. Adentro, ingresando por todos lados, y bañando el suelo que, lamentablemente, no tenía un buen desagote.

Esa noche me reí mucho, pero mucho. Y más cuando vino el encargado nocturno del hotel, para prevenirnos, para avisarnos que tomásemos cuidado con nuestras cosas. El tema es que la comunicación no era tan sencilla: el muchacho, que era sordomudo, tuvo que recurrir a un gesto, abriendo los brazos y enfrentando las palmas de sus manos de arriba hacia abajo, unos veinte centímetros, para, luego de señalar el piso, indicarnos el nivel que el agua podía tomar en la habitación.

Esa noche compartimos la cama con la mochila y los instrumentos.

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Personajes

Me enteré, por verlas yo mismo o contadores mediante, de algunas historias locas de una ciudad que tiene sus encantos, sus misterios. Y me dieron ganas de versearlas. Tengo algún proyecto más ambicioso para ellas, en el que estoy trabajando. Pero por ahora van así.

La bailarina


cuenta que un día estaba triste
tan triste que decidió bailar.

con un vestido bordó
(brillante, lujoso)
cinta blanca, corona de flores
medias rojas y blancas
zapatitos
fue caminando despacio a la plaza
y en un rincón, desplegó la sonrisa
y empezó a sambar.

!oi, bailarina!, le dicen cuando pasa
por las rúas de los barrios bajos
!tira uma foto, bailarina
con nosotros!
!qué bonita, mira!

hace años, unos cuantos
que todos saben que la música
suena en la plaza
cuando anochece
y ella baila
para la gente
para el mundo

un requebro por la alegría de los angustiados
los de historias que inundaron las noches, los domingos
los cuartos, los cuores
y no dejan desafogar


El capitán

en una barraca
a la beira del río
vive el capitán.

nunca mandó a nadie
salvo, tal vez, a los troncos
que trae mansos la corriente
y que él trabaja hasta dejarlos mesa
silla, banco, ventanal
lindo como árbol pelado en noche de invierno.

y ni a ellos creo que mande, más bien
imagino secretos, mimos, pases de magia,
un cocinero y sus especias ocultas,
un niño y sus juguetes escondidos.

una vez se fue en piragua
por los caños y avenidas aguadas
de la amazonia
para pedirle a la gente, si fuera
tan amable, que no decore
los ríos con papelitos, con botellas
con envases descartables,
que, en serio, no hace falta, que son lindos
así como nacieron
y están hace rato ya.

se fue enamorado el capitán
él y su barba áspera y blanca
de una moza pintora
también valiente,
se fueron juntos
ellos y la luna.

pero fue hace tiempo eso.
hoy andan separados
y él está con saudade.

rengo además, desde que se lastimó
una pierna
que nunca curó bien.

vuelva, capitán, regrese
al refugio sobre el madeira
alto sobre palafitos
como soñaba una casa de chico, yo
cuando conocí valizas
en mi este amado.

siéntese, capitán, acá, conmigo
que nos quedemos mirando, nomás
andar al río, que es sabio, convide
generoso como usté sabe serlo
una rodajita de silencio
para que se acueste, acá al lado
el tiempo
y descanse, que necesita
y nosotros también.

La reina

la reina de la yuca, esta mañana
fue atropellada
y muere con ella una belleza
que no se entristece con los soles.

llevaba ainda su corona
añosa como los troncos
de las mangas
o el perfume de las jacas
por la noche, la espesura de su tierra
en su cabeza elegante.

a su andar pausado
reverenciaban, risueños
los pajaritos.

las mariposas la danzaban
tembladerales de colores
cuando le pasaban de costado.

se va la belleza
la sangre, la historia
asoléandose en el asfalto.

que el río de las candelas
con sus velas de lianas recias
rece a esta madre el silencio
de la noche al despertar.

El loco de la plaza

dando vueltas a la fuente
de una plaza a pleno centro
un hombre le habla a dios
o al cielo donde le dijeron que se encuentra
ese todopoderoso.

en el medio de la fuente, hay un busto
de un prócer calvo y serio.

el hombre de la plaza está enfurecido.

camina, gesticula, vocifera,
se frena y mueve los brazos
porque las palabras no le alcanzan.

¿llegará su voz a las estrellas
por lo menos?

a veces hay cosas
tan difíciles
que no se las podemos decir, así como así
a otra persona
a un perro, al diario íntimo.

quizá le pase eso, quizá
sienta, como todos, alguna vez
que lo que decimos no es, en el fondo, para el otro
que escucha, sino sólo
y simplemente para el que habla, para uno.
entonces es lo mismo amigo
maestro, dios o psicoanalista
pa´que esté atendiendo.

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Frente al río

pasamos un par de días, necesarios, en Candeias do Jamari, un pueblo chico y de nombre lindo que está a veinte quilómetros de Porto Velho. ahí pudimos no sólo trabajar mejor, sino bañarnos largo en el agua, tocar, trabajar, mirar pajaritos. que no es poca cosa.

Aún lejos

frente al río, el fin de semana.

aún lejos de casa, reposar, mirar
un árbol espigado y ruludo,
una mariposa en la orilla de enfrente
los verdes que se balancean con el viento.

el agua
corriendo mansa hacia el mar

Preto e amarelo

se detuvo en la rama
y se mece
con el viento.

sobre el río, pronto
va a reinar la tormenta.

(el chechéi, pájaro que imita los sonidos de otras aves y hace nidos colgantes)

Sobre el cemento

las lagartijas andan solas.
parecen ermitañas
que se olvidaron incluso de por qué
dejaron la compañía, y cuándo.

una cruzó, adelante nuestro
verde y veloz
tanto que se veía como andando en el aire.

domingo, 10 de enero de 2010

Anticipo. Lo que viene lo que viene.


En el agua





Hoy llegamos a Manaos. El barco arribó por la madrugada, nos quedamos durmiendo hasta que hubo luz. Y salimos.

La ciudad es bella. Y hace rato que quería conocerla. Estoy contento, estamos contentos.

Pero lo que quiero escribir ahora es que amo viajar en barco. Surcar los ríos (elijo deliberadamente la frase hecha: como trabajar la tierra, hacer un surco en el agua, y sentir que en ese surco voy dejando semillas, adentro y afuera). No es la primera vez de viaje largo: fue por primera vez en Perú, por el Huallaga, el Marañón y el Amazonas. Luego Paraguay, en el río del mismo nombre, ida y vuelta y con grandes aventuras. En Bolivia fue el Mamoré, desde Puerto Villarroel hasta Trinidad.

Ahora, Brasil, viene por partida doble. Desde el Madeira hasta el Amazonas, nuevamente, de Porto Velho a Manaos, con el Dois Irmâos. Y pronto seguir el curso del Amazonas hasta Belêm do Pará.

El camino del mar.

Embarcado, florecen las palabras. Aún así, no es fácil contar. Para el rally, aposté al relato. Acá serán estampas, fragmentos, ventanas. Sin ningún orden más que el que fue saliendo.

Bienvenidos.

Adelante.

Como en casa.

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De todos los colores

a todo volumen
al río y la noche los apagan
a palazos de un intento, pobre
de sertaneja enlatada.

hamacacontramacantramaca
y del techo un tendal de remeras,
shorts, carteras, toallones
corpiños, bolsas, cuerdas
debajo de los salvavidas.

hay de todos los colores.

la gente acá no ríe
ni canta. algunos
toman cerveza de lata
y ponen cara de macho de américa
pentacampeâo.
las mujeres no. algunas
como mucho, fuman.

el madeira, ancho, la selva
bien gracias, otro día, acá no llega
el cable, la national geographic.

con la poesía
hago un agujerito
para sacar la mano y agarrar
eso todito. y darlo vuelta,
tomá.
o para lijarlo a carcajadas
de los ojos,
aunque sea. o también
y por lo menos
para respirar.

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Otro arrabal

siete haitianos, negros lindos
se subieron al barco
esta tarde. alguno
que otro habla castellano.
pero poco.

hasta ahora, no logramos descifrar que hacen acá
yendo, un miércoles de enero
de porto velho a manaos

¿son vendedores de alguma coisa?
¿viajeros locos?
¿están perdidos?
¿son superhéroes, o andan
atrás de alguna misión trascendental?

por lo pronto, nos sorprendieron.

es la primera vez que oigo hablar creole
y tiene bastante de la magia
arrrabalera que había imaginado.

no se cómo llegaron
ni dónde irán.

pero me alegra
mucho tenerlos, de compañeros
de travesía

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(nos enteramos luego algunas cosas, no tantas. aparentemente, viajaban hacia guyana francesa, porque ahí piensan conseguir trabajo en la construcción. se gana en euros, por eso. según dijeron, vinieron por dominicana, panamá, venezuela, ecuador, luego brasil, y siguen camino. la primera noche, tocando nosotros la guitarra, se acercaron y uno de ellos cantó algunos temas en creole. luego, seguimos teniendo buena onda, saludándonos, cada tanto conversando.
el primer acercamiento había sido porque un agente de los que venden pasajes nos pidió que fuésemos traductores del inglés al portugués. claro que inglés no hablan, ellos.
la segunda noche que dormimos en el barco, que fue cuando llegaron, había hamacas vacías, de gente que las dejó ocupando su lugar y volvió a dormir a la ciudad. ahí durmieron ese día. los siguientes, muy tranquilos, en el piso.
la última noche nos sacamos una foto. se pusieron muy pero muy contentos. ya vendrá. es de las mejores fotos que tenemos del viaje. a ver, ¿quién de ustedes tiene una foto con seis haitianos y un italiano que está, como extra, reemplazando al séptimo?)

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Mi barco

soy el marinero perdido y sonriente
que late con las olas, aún tierra adentro.
me alimento
de los sonidos que guardan
los recovecos del viento
y de los amores secretos
que los seres de este
y otros mundos guardan en sus ojos. cuando llueve
me escurro en las gotas y me adormezco
para que cuando pasen por mis brazos
mis ojos, mi cara
lleven a mi patria única algo de mi sudor y mi llanto.
se hacer crecer los frutos
de algunos árboles
que no conozco. por eso
nunca los hallo y dejo a otros los restos
de esa dulzura. algún día
tal vez
encuentre mi barco. amarrado
en las playas del este que se horizonta
hacia dentro, largo. entonces
tendré una casa
para que la noche duerma
conmigo, bajo las estrellas.

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Afuera y adentro

afuera las estrellas
el río, noche negra
y una luz, cada tanto, de una casa / de otro barco
o un puesto de garimpeiros.
adentro las hamacas
que son demasiadas
decididamente,
el motor que ensordece,
la música, que también.

en un rincón del silencio
de la proa, dos chicos, casi adolescentes
conversan y se miran
a los ojos. un hombre solo
y parado lee la biblia, algunos
en la mesa, juegan a las cartas. otros
en cubierta bailán forró.
son pocos. con el ritmo
también baila uno de los haitianos.
tiene una remera azul, sonríe
y muestra los dientes.

somos pocos los que no dormimos.

una pareja con remeras de jesús
te amo miran las estrellas.
estarán contentos con la obra de dios, admirando.
otro cristiano que quiso, la otra noche
evangelizarnos, se chamuya a una chica
que pasa en su hamaca el día
leyendo la biblia y escribiendo un diario
personal.

por el río madeira navegan, también
troncos. ellos
le dieron el nombre.

del techo del barco
cuelgan toallas de todos los colores.

hay café, si alguien
quiere tomar.

en un rato apagan la música
y voy a poder irme a dormir. antes
igual, afuera
me voy a meter un rato en el viento
y ver si pasa alguna estrella fugaz.

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La biblia y la birra

pareciera, en este barco
que el que no lee el libro
de jesús y sus andanzas
pasa el día entre lata y lata
de skol: a cerveja que desce redondo.

aunque algunos quedan a medio camino
o directamente fuera
del recorrido
entre espuma y palabra divina
pareciera que es esa tensión
la que nos lleva río abajoo
motor mediante, esa fuerza pendular
de estos dos sonidos
que tan rara
e inopinadamente se parecen.

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Los colores

pasamos horas mirando
el paisaje, barco afuera.

el marrón manso
y turbulento. los verdes
múltiples y enracimados. las encrucijadas
aéreas de grises,
celestes, blancos.

las nubes: velas,
esponjas, alfombras, flechas.

por la noche / todo negro

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Mi vecino de hamaca

mi vecino de hamaca
tiene rulos
y una remera de flamengo
que este año salió campeón.

cuando se la saca, por toda
la espalda y llegando
hasta el pecho y la panza
muestra un tatuaje enorme
de una serpiente.
muy feo.

desde la mañana
hasta la noche toma
pinga en un vasito metálico.

en navidad, me cuenta, perdió
de borracho, billetera, tarjeta
y documentos. por eso viaja
hacia la casa de su madre.

está triste, mi vecino.
de hamaca. aunque pone
cara de que no.

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El viento

(para mi amigo el Mago)

una morena linda, en los diecialgo
se acercó esta tarde a la proa
y apoyada apenas en la baranda
se quedó mirando el río.

el viento, que sabe de delicadezas
le entalló el vestido
blanco y violeta
sobre el cuerpo despierto, ondulaciones.

da más ganas, ahora
de mirar al oeste
que al este.

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Partitura

al crepúsculo
varias nubes
hacia el noroeste
se afinaron, como líneas.

es una partitura.

la melodía
va cambiando
segundo a segundo.
la escriben los pájaros.

jueves, 7 de enero de 2010

Los límites (anticipo del Dois Irmãos)

(se postergó la salida del barco, en donde estamos durmiendo hace dos días. aparentemente es hoy, en un rato. mientras, va un petit anticipo de lo que hay por allá)

No me pasa tan seguido de encontrar tan claros los límites de la antropología: pocas veces tuve tantas ganas de cagar a trompadas a alguien. En este caso, además, dado el contexto, podría agregar el tirarlo, luego, por la borda.

Estar ters meses en Bolivia, sobre todo en tierras del Altiplano, para pasar de pronto a Brasil, es una fuerte experiencia del cambio, del contraste. Si hay algo de lo que está lejos Bolivia es de considerarse o mais grande do mundo. Y eso es bastante sano para la tierra del Evo.

No es sólo que acá muchos de los hombres caminen, hablen y gesticulen como si fuera cada uno de ellos el que hizo el gol ganador en el último minuto de la copa do mundo; que, a la mayoría, ni le interese la música que traemos de otra orilla y, mientras estamos tocando, aún con gente oyendo atenta, uno pida que vuelvan a poner la música en el reproductor; que un policía, al llegar para hacer el trámite de inmigraciones, actúte con una prepotencia e impunidad tan grande como el supuesto nivel educativo y la construcción del Estado de un país que, supuestamente, está mucho más adelantado que el vecino sin mar.

Es aún más que eso, y una misma noche sirve para dos ejemplos. Muy distintos y, justamente por su alto contraste, más claros para pintar algo que, aún cuando sentí acá, en Rondônia, con más intensidad, asocio más al oriente boliviano y ciertas partes de Venezuela que a Brasil en su totalidad.

La Amazonia, acá, es otro mundo.


El primero de los ejemplos no es el que invitó, en realidad, tanto a la vionelcia. Aunque sí a ciertos límites de la comunicación. En los tres meses en Bolviia, por poner un referente cercano, conocimos gente de diversas religiones, algunos muy creyentes. Nos topamos también con personas con discursos muy cerrados, bloques compactos de ladrillo. Pero nunca habíamos escuchado un cassette tan corto ni inamovible. Nunca, hasta ahora, nos habían querido evangelizarç.

Fue en el barco, esperando la partida. Estábamos sentados, guitarra en mano, con un grupo de haitianos que conocimos acá. Y que también son, creemos, evangélicos (difícil el creole). Al rato, se acercaron dos pibes, uno de veintipico, largos, y otro de unos veinte, con suerte, y una adolescente aún más chica.

No se si el más joven vino de entrada con la idea de llevarnos al camino de Jesús. Pero luego de proponer que cantemos canciones cristianas, comenzó a tratar de convencernos que siguiéramos el camino de Dios, el único que existe. Lo hacía con tal seguridad y tal falta de registro de nuestra presencia, de nuestras palabras (algo que le hacía notar permanentemente el otro muchacho ahí presente) que me fue imposible no responderle con un cinismo que, la verdad, no me sale tan seguido. De todas maneras, ni siquiera terminaba dirigido a él: realmente no escuchaba. Y seguí hablando de su fe, pregonando que nos estábamos perdiendo el cielo.

Pobre us de la palabra. Pobre portugués, tan lindo en Pessoa, Caetano, Guimaraes. Y acá recortadito, achatado y repetido como logo de cocacola.

Lo otro vino más tarde. A eso de las tres y media de la mañana, con unas treinta o cuarenta personas durmiendo en el piso, tes o cuatro hombres se pusieron a hablar en voz alta, tranquilos despertándome, por supuesto, y no a mí solo, y haciendo caso omiso (reacción ninguna) a los pedidos de silencio. No faltaban otros lugares, en el barco, donde conversar sin molestar. Pero no tenían ninguna intención de moverse.

Los escuché incluso pedir a alguien, calculo que a la encargada del bar, que piusiera música. Música que durante el día suena a un volumen intolerable para cualquiera que disfrute un poco del sonido.

Las películas de Van Damme y Stallone sirven un poco para esto. En la hamaca, ya resignado a desvelarme, las tomaba como modelo de escena deseable en el barco Dois Irmãos. Con esa intensidad daba ganas de cagarlos a trompadas y tirarlos al río.

Pocas vecesi vi, como con esta gente, tal nivel de falta de códigos, de poca dignidad. Lo pensé incluso como degradación dl ser humano. Y ahí los límites de la antropología. Que el deseo de violencia física corporiza decididametne.
Con la escritura vuelvo a la pregunta, al repensar, a la búsqueda. Me acuerdo del capitalismo, de la industria cultural, del machismo, de lo mal que está la escuela, de cómo se colonizó la Amazonia, de que este estado lleva el nombre puesto a partir de un ser que tengo entendido fue bastante nefasto. Y vuelvo a pensar que tal vez haya otros caminos, largos, con la poesía, el silencio y el abrazo.

Que, si no, tras mucho andar lejos del pago, tengo, por suerte, mis lugares, que elijo, mis oasis, por cierto, donde estas cosas no pasan. Que, por lo menos, esta noche, y aún con estos muertos sin callarse mientras toman cachaça y café, tal vez pueda ahora seguir durmiendo.

(escrito anoche mismo, cuatro de la matina)