sábado, 2 de enero de 2010

De La Paz a Riberalta (tercera entrega)



(más imágenes acá)


"Debe importarme el agua y el color. Nada más.
Y la noche, cuando el agua desembarca todas las apariciones"

(Francisco Madariaga)

"Creo en las raíces innumerables de mi canto"

(Gioconda Belli)

VII

Vamos siguiendo la ruta de las aguas. Acompañado la crecida, los movimientos, las corrientes.

Vamos camino hacia el mar. Aunque esté lejos, se oye, tan distante como adentro, su latido.

Una línea con variaciones, pero constante, que no se corta nunca. Desde los manantiales escondidos, pasando por saltos, arroyos, cascadas, ríos, seguimos el camino del agua, que va hilando el continente desde las alturas altiplánicas hasta la arena de la playa, atravesando y dejando atrás la amazonia.

En este itinerario, Coroico, última parada en la altura. Última despedida del mundo de los cerros.

Casi en la cima de la pendiente en la que descansa el pueblo, en un lugar llamado El Calvario, donde una iglesia pequeña y simpática es la única construción, armamos nuestras carpas. Un terreno plano, más que adecuado. Árboles que dejan caer ramas y hojas para encender fuego. Y la vista, inmensa, con las luces de los pueblos y caseríos de la zona dejándose entrever entre la neblina. Anochecer. Llegamos.

Pero entre esa llegada y el arribo a Coroico no faltó trajín.

Pasada la tranca de ingreso al pueblo, preguntamos por la plaza principal, y hacia allí dirigimos a Bandito. Estacionando en la calle, Lechu y yo salimos por un lado, a averiguar por un lugar donde poner las carpas y el coche, Sally por otro. Mike se quedó cuidando. Debían ser las cuatro o cinco de la tarde.

Luego de averiguar, infructosamente, en el municipio, empezamos a caminar hacia abajo, por una escalera. En el camino, nos cruzamos con un hombre, y aprovechamos para preguntarle, también, si sabía de algún lugar en el que fuera posible acampar. Responde que sí: a veces, en la cancha de fútbol, si se habla con el cuidador, él habilita un espacio.

Seguimos bajando, en busca de la cancha, un par de cuadras más, hasta que llegamos. Pronto encontramos al cuidador, que estaba en una casilla al lado, y convenimos, con él, en pagar dos bolivianos por cada carpa, por cada noche. Es un muy buen precio, además de que nos permite, propina mediante, usar los baños. Y el lugar está bastante bien.

Sin embargo, al llegar nuevamente a Bandito, contentos con la novedad, Sally anuncia que también ella había encontrado un lugar. Y que, al parecer, era gratis. De nombre El Calvario, estaba hacia arriba, siguiendo una calle que se abría desde la plaza.

Hacia allí fuimos, pensando que era cerca.

Por supuesto que no. Con Bandito avanzando dificultosamente hacia las alturas, mirábamos ansiosos hacia adelante, esperando encontrarnos con un hotel que estaba, según lo anunciado, poco antes del lugar. Pero no aparecía. Peor fue cuando el camino se puso más empinado y Bandito, aún con toda su voluntad de trepar, se detuvo. Cuesta arriba estábamos. Y faltando aún recorrer un trecho, con la gravedad en contra, hubo que empujar.

Por suerte, el motor no tardó en arrancar, y el resto de la subida fue, aunque lento, sin problemas. Claro que nosotros lo hicimos caminando. Pero tampoco venía mal luego de todo el día en el coche. Y al llegar, nos vimos recompensados con un lugar bastante ideal para acampar, y una vista fenomenal, mirador hacia los aires, los verdes y las aguas de los yungas.

Digno paraje para nuestro último destino en las alturas.

VIII

La noche fue estrellada, de a ratos, nublada, en otros momentos. Hicimos un fuego cerca de las carpas y la camioneta, preparamos la cena y nos quedamos un rato tocando, jugando com trombón y guitarra, cerca de las brasas.

Dormi bien, esa noche, y a la mañana me levante temprano, antes que el resto. Lloviznaba, apenas. Decidi esperarlos para el desayuno, y busque cobijo en la iglesia, sentado afuera, bajo un pequeño techo, sentándome a leer el Quijote. Amo esos momentos para la lectura: de mañana bien temprano, el mundo quieto, casi en silencio. Más aún con grises en el cielo.

Al rato empezó a llegar un grupo de jóvenes, chicos de escuela secundaria, más o menos, que subían, en excursión, el cerro. Primero eran dos o tres, luego algunos más, hasta que la planície del Calvario se fue llenando de gente. Invasión.

Con el ruido se fueron despertando mis compañeros, y preparamos, entonces, la avena para el desayuno. Comimos tranquilos, despaciosamente. Al rato el grupo se dispersó, colina abajo, y nosotros, habiendo ya terminado de comer, nos pusimos a hacer cálculos acerca de cuánto nos debería llevar llegar hasta Guayará-Merín, la frontera con Brasil. Sorprendentemente, al menos si lo pienso desde hoy, en ningún momento se nos había ocurrido calcular cuántos kilómetros eran. Sólo sabíamos que la ruta era de tierra, estaba em muy malas condiciones, y que había algunos lugares bastante despoblados en el camino.

Miramos el mapa, sumamos distancias, y la cifra nos asombró. O, más bien, nos alarmo: mil kilómetros para recorrer en una semana. El plazo estaba dado no sólo por nuestras ganas de llegar al río, primero, a la playa, luego, sino también por el vencimiento del plazo para nuestra estadía en Bolivia. Difícil. Una travesía que pensábamos hacer con varias paradas de descanso, pasaba a convertirse, de pronto, en un rally.

De cualquier manera, decidimos pasar ese último día tranquilos y en el pueblo. Sabiendo que probablemente luego no íbamos a tener la posibilidad de pasar dos noches en el mismo lugar, nos parecia necesario hacer una despedida.

Decidimos salir. Sally fue por un lado, Lechu y yo por outro, Mike se quedó arreglando el auto. A lo largo de la semana, Mike se la pasó constantemente arreglando a Bandito. Y no necesariamente porque estuviera roto. O al menos ésa era la sensación que daba.

Nosotros teníamos un par de planes. Comprar una pala, para el posible barro en la ruta, ir hasta Tocaña, un pueblo vecino, a tratar de conseguir guanchas, y comprar las cosas para la cena y un chocolate para Mike. La guancha es un instrumento de percusión característico de la música afroboliviana, en los yungas. Lechu había tocado uno en Buenos Aires, y tenía la idea de llevarse un par para allá.

Bajamos hasta el pueblo, y comenzamos a preguntar cómo ir a Tocaña. El dia anterior nos habían dicho que quedaba cerca, a media hora de camino. Pero esa media hora resultó ser con movilidad, como le dicen en Bolívia al estar con auto, o algún vehículo. No habiendo transporte público hasta allí, y descartado pagar un taxi, nos resignamos a dejar las guanchas para otro viaje. Si de cualquier manera esperamos volver pronto.

Así, el dia se fue pasando sin demasiados eventos destacados. Conocimos a un fabricante de guanchas en Coroico mismo, pero que no tenía ninguna a mano como para vender. Compramos frutas, verduras, víveres para esa noche y los próximos dias. Y, muy importante, jugamos un buen rato al fútbol. No en la cancha grande, que nos habían ofrecido para acampar, sino en una de cemento, y más pequeña. Vale igual.

Se hizo de noche, y pegamos la vuelta, com varias verduras ricas embolsadas y un plan de guiso de lentejas, que ya estaban en remojo desde la mañana. Fuego, dejar venir la oscuridad, mirar al vacío entre las montañas. Las luces que se encienden en las colinas y cerca del río, abajo. Las lentejas van cociéndose despacio y, del fogón, junto con el sonido de la olla vibrando, sale el aroma a laurel.

Esa noche, más cansados, y sabiendo que había que levantarse temprano al dia siguiente, no hubo música. Nos acostamos pronto, sin mucha más actividad.

XIX

Al día siguiente, aún levantándonos temprano, no fue demasiado temprano que salimos. En otra constante que iba a aparecer luego, cada dia, demoramos unas dos horas en estar en ruta.

Primero, porque no fue tan fácil levantar campamento. Cuatro personas es bastante, siempre alguien se demora, cuesta encontrar el ritmo grupal. Bandito, por otro lado, cuenta por lo menos como una persona más. Hay que mimarlo, acomodarlo, prepararlo para que pueda salir. Y aún así, a veces necesita también de un empujón.

Además, esa mañana, contamos con otro inconveniente. Como, por las dudas, no convenia bajar la cuesta subidos a Bandito, Mike fue el único que lo hizo arriba del coche. Manejando, claro. Los otros tres, descendimos a pie. Sally primera, sola, Lechu y yo unos minutos después y atrás. Mike terminaba de hacer un arreglito y bajaba.

En el camino, después de unos quince minutos, Bandito apareció detrás nuestro. Y caminando al lado, fuimos juntos hasta la plaza. Pero Sally no estaba. Por ningún lado.

La esperamos un rato en la plaza. Caminamos por los alrededores, nos fijamos en los negocios, y nada. Pensamos, entonces, que tal vez estaría más abajo, siguiendo camino hacia la ruta. Y hacia allí fuimos. Pero después de andar unas cuantas cuadras y llegar hasta la tranca, no había rastros de la danesa. Que, para ese momento, empezaba a fastidiarnos un poco.

Preguntamos, en los alrededores, por uma gringa, choca (rubia) que estuviera caminando sola. Pero nadie sabía nada. Esperamos, sentados, unos minutos. Y nada.

Decidimos, entonces, que uno de nosotros fuese para la plaza, nuevamente, a ver si había quedado por ahí, en algún lado. Por otro lado, la plaza es siempre un posible punto de encuentro. Me ofrecí, y caminé las cuadras que había desde la tranca hasta el centro del pueblo. Y recorri la plaza, de vuelta, las calles aledañas, entré en los negocios, pregunté a la gente, nada.

El único dato me lo dio un hombre, al que, después de un rato de explicaciones, logré entenderle que había visto a una mujer rubia cerca de ahí. Pero caminando con otra más. Improbable. Además, el hombre estaba bastante borracho.

Un misterio.Y un enojo importante. Con la certeza de que no iba a decirle las cosas más lindas si me la encontraba por ahí, y pensando que tal vez podia haberse encontrado con Bandito abajo, decidí volver a la tranca. Pero al llegar Mike y Lechu estaban solos.

Eran, para entonces, las diez de la mañana, casi, y nosotros, que habíamos querido salir a las ocho, a más tardar, empezábamos a estar cada vez más fastidiados. Para colmo, Mike, que ya había viajado con Sally un buen tramo desde cerca de Santa Cruz hasta La Paz, nos contó que Sally solía desaparecer, cada tanto, que ya estaba acostumbrado a esperarla. Con una semana de rally por delante, en la que realmente necesitábamos llegar a la frontera antes de navidad, el dato nos preocupó no poco.

Decidimos ir los tres, con Bandito, más visible que uno solo de nosotros, hasta la plaza. Y al llegar a la primera esquina, ahí estaba, sentada, tomando un jugo junto a un negocio.
(en inglés, el diálogo de ahora)
- ¿Dónde estabas, Sally?
- No, ¿dónde estaban ustedes? Los estuve esperando acá en la plaza.

Mejor, ni le respondemos. Incluso preferimos quedarnos con la intriga de dónde estuvo y qué hizo todo ese rato. Mejor, seguir camino.

Vamos hacia Caranavi, sin idea de cuánto vamos a tardar, sin idea de dónde vamos a pasar la noche.

4 comentarios:

  1. Intenso, inquietsnte, !quiero más!
    Abrazo
    SilviaP.

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  2. Lo de Sally es para que no extrañes las salidas familiares!!! JAJAJAJ. Hermosa descripción, tan poética, que las incomodidades parecen nimiedades. Eso está buenísimo. Sigan adelante. El mar los espera. Y tambien nosotros.

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  3. Quería agregar a el excepcional relato de mi amigo, que simpre que subimos hasta el calvario era interminable el camino, llegábamos muertos, en especial la primera, empujando más de una vez a Bandito y la última, después del futbol que ya arrancamos con las piernas muy cansadas y terminamos destrozados, fue muuuy difícil llegar hasta arriba.
    Y también quería agregar que lo de Sally fue INDIGNANTE!!!!
    Y también que es un placer leerlo don. Y que me alegra mucho que vaya llegando el relato de semejante travesía.

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  4. La descripción del relato es elocuente, por momentos cómico...claro para quienes no debemos y no tenemos que jugar a las escondidas esperando encontrar a un viajero.Jaja
    Concuerdo con su amigo Lechu, leerlo es un verdadero placer.
    Que pronto las olas los envuelvan con su manto salado, la arena les masajeen los pies cansados y el sol les bese la piel en un rato de descanso.
    Ah...y muy feliz año para estos aventureros!!

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