lunes, 12 de octubre de 2009

Personas, historias, escenas

Roberto, Micaela, Enzo

Los encontramos por primera vez en la plaza. Nosotros estábamos tocando, con la caja de la guitarra disponible pa´ quien quiera ayudar, y Micaela y Enzo se acercaron, sonrientes, a mirar. Con las miradas jugamos un rato, y prontito, salieron corriendo a la otra esquina, para volver con monedas. Nos despedimos.

Esa noche, mientras me estaba bañando, escucho voces de niños. Cuando salgo (los baños del hotel Don Galo son compartidos) veo una remera amarilla que me resulta conocida. Arriba de la remera, la cara de Enzo. Al lado, Micaela.

Buenas noches. Buenas noches.
En el mismo hotel estábamos parando y, para más datos, en la habitación de enfrente.

Roberto es el papá, de unos cincuenta años. Lo veo por la ventana, desde el pasillo. Sonríe, también, y sale. Nos damos la mano. Me cuenta que también él nos había escuchado, y que a los chicos les gustó mucho. Ellos resaltan: "yo les dejé cincuenta centavos" / "yo también". Están contentos de colaborar con los músicos.

Por el acento, nos reconoce. Y nos cuenta que él también es argentino, pero que vivía en Salta. Aunque nació en Buenos Aires. Y que se vino a Tarija a hacer nueva vida, porque allá no podían vivir más. Hace dos meses, cuenta, falleció su mujer. Y estaban todos demasiado tristes. Por suerte pudo vender la casa y el puesto de quiniela que tenía hacía años, y venirse para acá. Piensa poner un puesto de comidas, y se lo ve confiado en que le va a ir bien.

Claro que sí, le respondemos. Que cuando uno se la juega...

No se exactamente qué es lo que me queda resonando de este encuentro. Algo, seguro, tiene que ver con la simpatía, con la amabilidad, con la conversación sencilla y hermosa. Con el azar del encuentro aquí y allá. También con la distancia entre las vidas, entre los modos.

No puedo estar más acá, vendo todo, me mando mudar, y veo cómo hago acá. Mientras, en un hotel barato, vamos esperando.

Unos días después me los encontré en el mercado. Los chicos estaban con uniforme de escuela, pero Roberto me dijo que estaba pensando en irse para otro lado, porque no conseguía local para alquilar, y le estaba resultando todo un poco difícil. Y se despidió rápido, porque Micaela quería comprar una muñeca. No sin antes darme su número de teléfono. Todavía no lo llamamos, pero seguro que vamos a hacerlo antes de irnos de Tarija.

Se fueron, yo seguí tomando mi jugo.

Las jugueras



Son tres: Lucy, Linda, Chela. Son hermanas. Están sobre la calle Sucre, en la orilla del mercado, a dos cuadras y media de la plaza central. Las vemos casi todos los días, y a veces dos veces por día. Ellas, trabajan de domingo a domingo. De siete a siete. Y, en general, está bastante lleno alrededor del puesto.

Es que desayunar jugos y fruta, acá, es barato, rico, y sano. Yo soy de hacerme rituales, y en los últimos días no me muevo del jugo de zanahoria y naranja y las bananas. En general, tomo dos o tres vasos. Y la yapa: siempre una naranja ponen de más para que, cuando estoy terminando el vaso, se vuelva a llenar.

Lucy ofrece, sonriente: "la yapita, Martincito". Le gustan los diminutivos.

Hay otras frutas también: manzana, frutilla, papaya, ajipa. El ajipa sirve para la acidez, parece, y es rico también. Según las combinaciones, van cambiando los precios, pero el de zanahoria y naranja vale dos bolivianos con cincuenta. Esto es, pongámosle, un peso treinta. Poquito, ¿no?

El mercado es un mundo. Y las bananas, por ejemplo, son capítulo aparte.

Raquel, las bananas

Aunque sería lo más cercano al nombre de su oficio, no es muy feliz la palabra bananera. Raquel tiene un puesto dentro del mercado, en el que eso es lo que vende: bananas. Ninguna otra fruta, ninguna otra cosa. Y a su lado, otras dos mujeres tienen el mismo rol: puesto de venta de bananas.

La conocimos porque el primer día en que fuimos al mercado pasamos por la frutería, a comprar variado. Y cuando estábamos saliendo, variedad en mano, ella nos miró y nos dijo que las mejores bananas eran, en realidad, las de ella. Claro que aceptamos el desafío y, al día siguiente, volvimos para comprar.

Efectivamente, gran calidad. Ella las eligió especialmente, con esmero, y no es poca cosa.

De ahí en adelante, mi desayuno se complementa en ese sector. Dos bananas, a un boliviano el par, acompañan el jugo. Pero no las llevo, para comer, es ahí mismo. Y mientras, charlamos: de Argentina, de cómo nos está yendo en el viaje, de la política en Bolivia. Ni ella ni su vecina quieren a Evo. Pero pudimos charlar sin que se crispen los nervios de nadie.

Hoy, hablamos de fútbol. Y la vecina (no se su nombre) me dijo que si ella fuese la directora técnica de la selección argentina, seguro le iría mejor. ¿Será? Por lo pronto, no pudo nombrar ningún jugador. Pero dijo que si se los ponen a entrenar, se va a dar cuenta de quién vale la pena y quién no.

De todas maneras, dudo que le den la chance.

Blanca, para la merienda



La mayoría de los puestos del mercado son visibles por la Sucre o la Domingo Paz. Sin embargo, si uno avanza por la General Trigo, casi llegando a la esquina va a dar con un misterioso cartel que reza: Entrada de emergencia. Desconocemos por qué alguien puede tener urgencia para entrar al mercado, pero alguna razón tendrá.

Por lo pronto, si se ingresa por allí, y aún cuando se lo haga en condiciones corrientes, hay un pasillo no muy extenso pero sí poblado, donde varias señoras ofrecen la merienda o el desayuno, dependiendo de la hora. Sopaipilla, buñuelos con miel, pasteles de queso, café, toddy con leche, chicha, un poco de toda esa oferta anda entre mesas y sartenes. Y hoy, por segunda vez, nos mandamos, hambrientos, para el puesto de Blanca.

Blanca trabaja también todos los días. Salvo algunos domingos, que descansa. Eso depende también de cómo venga la semana. Ya por el sábado, e incluso antes, puede darse cuenta de si va a haber o no gente el domingo. Y decide entonces si abre o no el puesto.

Toda su vida ha tenido puesto en el mercado central. Y toda la vida de meriendas y desayunos. Antes, de chica, lo hacía con su madre. Ahora, sola. Antes estaba por otra parte del mercado. Ahora, hace varios años, en este pasillo.

Me impresiona toda una vida dedicada todos los días a la misma tarea, al mismo puesto. Claro que es normal, que mucha gente lo hace. Pero lo mismo, tan distino a mi cotidiano y al de la gente que conozco, me impresiona.

Blanca prepara y sirve con paciencia, movimientos lentos, dulzura en los ojos. Y aunque los pasteles no tengan mucho queso dentro, son una delicia, y un buen soporte para quien quiera seguir la tarde, en Tarija, hasta esperar la cena.

4 comentarios:

  1. Es como ir mirando a través de sus ojos... Bellas imágenes, delicioso sabor de boca. Transportar, así de sencillo, con las palabras, un don. ¿Estaría bien pedir un poco más?

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  2. viajo con ustedes. Que lindos personajes. cuantas historias, cuantas vidas diferentes.

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  3. qué lindos relatos!
    qué lindas imágenes!
    qué disfrute leerlos!
    qué grosas experiencias!
    qué buenas las fotos!
    qué lindas las churas!!!
    abrazos
    marcelok

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  4. Gracias los comentarios!

    Quién pide un poco más, que no quedó firmado?

    Hay más historias por ahí dando vueltas, ya vendrán. Por lo pronto, ahorita se vienen entradas pa la ficyp.

    Abrazos, gracias gente chura

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